La empatía es una buena herramienta para pararse y tratar de comprender de que están hechas la intransigencia o la intolerancia. Empatizar no es ponerse en el lugar del otro, sino devolverle (concederle) ese lugar, sin perder el nuestro, respetar el suyo.
Es escuchar sin juicio, con atención, comprender si es posible y si no, tratar de hacerlo, mediante lo que los psicoterapeutas humanistas llaman la Ignorancia Creativa, pasando a ser así un yo auxiliar y acogedor para el que habla, permitiendo la libre expresión de sus sentimientos y de sus ideas, dando permiso con nuestra actitud, a la persona, para ser lo que quiera que sea, ofreciéndole un Espacio de Escucha en el que aceptar sus emociones, dispersas y dispares, contradictorias, que lo cubren todo, para que pueda sentir con claridad sus propios tempo, compás y ritmo, conocerse un poco más, ser consciente de algo de lo que hasta entonces no lo era, o al menos no tan claramente.
A menudo, el impulso o la necesidad, cuando un terapeuta o cualquiera que trate de establecer una relación con intención de ayuda detecta un problema, es la de tratar de resolverlo o dar pistas que ayuden a hacerlo.
Esto podría ser contraproducente y dar a entender a la persona que no se acepta su conflicto, corriendo el riesgo de entrar en una lucha más o menos evidente, que nos aleja del objetivo empático: El uno, defendiendo su conflicto (defendiéndose), el otro, tratando de ayudar a desmontarlo (atacando).
Reitero la importancia de que lo dicho hasta ahora hace referencia al intento de establecer una relación con intención de ayuda, ya que el hecho de aceptar o no algo, fuera de este tipo de relación depende de los valores, de los principios (o finales) y de la intimidad de cada uno.
Existe también la posibilidad de elegir la alternativa de relacionarnos a diario con más escucha y menos juicios, a través de lo que podríamos llamar Activismo Humanista e ir generando, lo que Carl Rogers definía en su libro El poder de la persona como una Revolución Silenciosa, la cual nada tiene que ver con el concepto clásico de revolución, que termina con un dogma, para imponer otro diferente o demasiado parecido.
La intransigencia la practicamos todos, en mayor o menor medida: queriendo cambiar y cambiarnos, antes de y sin escuchar, confundiendo el concepto de empatía con el de exigencia de ser de una determinada manera, imponiendo deberías, acusando, juzgando, criticando, en un círculo yo-céntrico y proyectivo.
Transcribo a continuación, una parte de un cuento de Jorge Cela Trulock, titulado Sale el sol, de su libro Sale el sol y ocho cuentos más, el cual me quedó grabado cuando lo leí y creo, tiene que ver con lo que hablamos:
Ahora que ya vamos sabiendo tantas cosas, que el mal impera, que el bien sólo vive tímidamente escondido en algún lugar, que es mejor encerrarse en la vida de uno, en su interior, y disfrutar de lo que en el fondo de la cueva tienes, ahora que sabemos todo esto, vamos a pensar en lo que es la libertad, en lo que puede ser la libertad, tan sólo un lugar en el pensamiento donde el cuerpo vuela y vuela sin dolor, con amor, con el aroma de los confites recién hechos.
Donde está el paraíso que no conoce de leyes, ni de vasallos, ni de guardaespaldas, ni de señoritos. A ese rincón invito a todos los que quieran entrar si dejan fuera, en la puerta, el orgullo, la avaricia, la envidia, los esclavos. Veremos a ver cuántos quieren pasar.
Lectura recomendada
Fuentes
Empatía Terapéutica
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Contenido original de Psicopedia - Psicología, Psicoterapias y Autoayuda.