Las palabras particulares que usan cada persona determinan matices de interpretación. No hay palabras erróneamente elegidas por el inconsciente. Si se decide una y no otra es porque para nuestro inconsciente en ese momento era la adecuada. No sirve el “No, lo que quería decir era...” Eso después. Pero lo primero ¿Qué significaba para ti en ese momento?
A partir del lenguaje podemos comprobar la cantidad de veces que nos mentimos a nosotros mismos para de este modo hacer real nuestro mundo o para así no movernos del lugar que ocupamos y no salir de nuestra zona de confort, de lo que conocemos. Nos omitimos información transcendental para así no ver la escena completa o desde otra perspectiva. A veces vemos un hecho de manera ambigua, sin muchos detalles, sin concreción ni claridad, dando lugar a malentendidos en la interpretación.
Con conocimiento de causa o no, añadimos información que no es real. Nos valemos de palabras de contenido excesivamente abstracto para no pararnos a pensar qué específicamente significa para mí. Las mentiras que te cuentas ayudan a justificar tu comportamiento o tu realidad, para no responsabilizarte de tus actos, de tus errores. "Es tu verdad teledirigida por agentes externos".
Cada vez que usas generalizaciones como todo, nada, nadie, nunca o siempre. ¿Qué estás afirmando y para qué? Cada frase que hagas usando alguna de esas palabras es mentira porque en la vida hay excepciones pero pregúntate qué utilidad tiene para ti en ese instante.
Incluso el lenguaje indica cómo amamos. Si concebimos el amor desde la posesión o desde la libertad y el desapego. Así por ejemplo denota una mayor individualidad y una mayor concesión de identidad propia llamar a las personas por su nombre en lugar de por el lugar que ocupan en tu vida (“mi marido” o "mi hija").
Por otra parte, cuando usas expresiones como “tengo que” o “debo” o “me hacen”, de nuevo mostrarán que no te haces responsable de tu vida, que no diriges tu barco, que no eres el capitán. Te estás engañando poniendo como conductor de tu vida a un ser externo para no sentirte culpable del resultado de una situación o de los posibles errores.
“Culpable”. ¡Qué palabra tan limitadora! Ciertas palabras deberíamos eliminarlas de nuestro vocabulario habitual por la profundidad tan negativa que tienen en tu capacidad de reacción.
Cada vez que digas un “No sé” o un “No soy capaz” estás poniendo una barrera a tu creatividad y a tu conocimiento acumulado. ¿Qué hace que no elijas plantearte la pregunta: cómo puedo hacerlo?
Son sólo algunos de los ejemplos de lo efectivo que es estar pendiente del lenguaje que usamos porque representa el modo en el que experimentamos y sentimos nuestra vida.
Con el lenguaje, expresamos emociones. Y las emociones juegan un papel muy importante en nuestro día a día. A partir de lo que sentimos, nuestro inconsciente obtiene conclusiones y guías de actuación para sus futuras decisiones. En torno al 95% de las decisiones que tomamos a diario las determinamos sin pensar, de manera automática. Tenemos millones de reacciones de las que o no nos damos cuenta o somos conscientes a posteriori. No son meditadas por nuestro cerebro. Y estas emociones han sido creadas por pensamientos previos que en muchas ocasiones no nos hemos parado a observar.
En muchos casos, no tenemos la humildad de reconocer el grado de influencia de nuestro inconsciente en nuestras vidas por lo que seguimos en el piloto automático. Esta máquina de dirección tiene unas creencias, unos aprendizajes y unas experiencias vividas concretas que conducen a que en cada momento reaccionemos de un modo o de otro, sin pensar en la mayoría de las ocasiones o aunque lo estemos haciendo, estamos percibiendo la realidad con esos filtros con lo que no es una decisión totalmente libre, sino condicionada por una información previa no validada.
Hay una creencia generalizada de que la gente no evoluciona, que tal y como eres te mantienes en esencia para siempre. Y yo por experiencia propia os aseguro que no es cierto.