La palabra, los pensamientos, las expectativas, tienen un extraordinario poder del que no siempre somos conscientes.
Este poder puede ser positivo: nos alienta, nos hace dar lo mejor de nosotros mismos, los demás esperan más de nosotros e inconscientemente nos animan a creer más en nosotros, …; pero también puede ser negativo: nos hablamos mal, nos criticamos ante el mínimo error, cualquier contratiempo lo interpretamos como un no puedo, no valgo, los demás no esperan mucho o nada de nosotros y así ocurre, … Y el resultado sería un caso de profecía auto-cumplida.
Cuando esta profecía auto-cumplida proviene de los expectativas de los demás, se le conoce como Efecto Pigmalión.
El efecto Pigmalión consiste en que las expectativas o creencias que una persona tiene acerca de nosotros modificarán nuestro comportamiento o rendimiento para que cumplamos esas expectativas.
La confianza que depositan en nosotros los demás nos dará las fuerzas suficientes para conseguir objetivos más difíciles.
Trata a una persona tal y como es y seguirá siendo lo que es; trátala como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser
Si este Efecto Pigmalión es importante a lo largo de toda nuestra vida, en la infancia es mucho más: dale alas a un niño y muy probablemente volará; córtaselas y seguro que no volará.
Me parece que es vital ser consciente del poder de nuestras palabras y de nuestros pensamientos, para con nosotros mismos y para con los demás.
En el artículo “Efecto Pigmalión: Lo que comunicas a tus hijos sin darte cuenta” se dice que la explicación científica de este efecto es la siguiente:
“Cuando alguien confía en nosotros, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, haciéndonos más atentos y eficaces.”
Se han realizado varios estudios sociales que muestran este Efecto Pigmalion en acción. Por ejemplo, el siguiente estudio demuestra el poder de las “etiquetas” en los niños, hecho tan común en las familias, en la escuela, en general en la mayoría de sociedades.
En un pueblo de Ghana, África, poseen una tradición muy curiosa. Cuando un niño nace se le dota de un nombre espiritual, basándose en su día de nacimiento. Cada día consta de una serie de características de personalidad que se les atribuyen a los niños.
Los que nacen en lunes, reciben el nombre de Kwadwoy, que significa paz. A estos niños se les considera tranquilos, calmados y pacíficos.
Por otro lado, los nacidos en miércoles son bautizados con el nombre de Kwaku, guerreros. Se les atribuye mal comportamiento e impulsividad.
Un estudio examinó la frecuencia con que estos nombres aparecían en el Registro Juvenil Penal, por haber cometido algún delito. Se descubrió que había un porcentaje significativamente mayor de niños bautizados como Kwaku que como Kwadwoy en estos registros de delincuencia juvenil.
Estos resultados demostraron la influencia negativa que tiene la atribución de etiquetas tan tempranas a estos peques.
¿Es culpa realmente del nombre? Claro que no. La responsabilidad está en lo que la comunidad espera y atribuye inconscientemente a estos niños.
En el siguiente vídeo se cuenta uno de los estudios más conocidos, donde las expectativas del profesor influye en el rendimiento del alumno, y la leyenda detrás del Efecto Pigmalión.
Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, en ambos casos tienes razón…
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