Si bien es cierto que el ritmo de vida que llevamos no ayuda demasiado, siempre podemos tomarnos un tiempo para reflexionar acerca de nuestra forma de relacionarnos con los demás y, con la actitud correcta, mejorarla en la medida que sepamos y podamos.
Como casi todo en esta vida, a comunicarnos mejor también se puede aprender.
Si tenemos en cuenta que «no comunicar es imposible» porque incluso el silencio comunica, deberemos ser capaces de transmitir correctamente lo que queremos compartir, evitando así posibles malentendidos. Hay que evitar diálogos dañinos.
Algunos hábitos interfieren en la correcta emisión y recepción del mensaje como, por ejemplo, interrumpir al otro cuando habla, mostrar falta de interés, desprestigiar sus opiniones, dar consejos cuando no han sido pedidos, juzgar o prejuzgar en base a nuestras creencias, pensamientos y sentimientos o no expresarnos desde la sinceridad, ya que el otro lo percibe, aunque sólo sea de manera inconsciente.
En ocasiones, por muy asertivos que seamos, nos encontramos con personas que son complicadas y pueden llegar a afectarnos seriamente emocionalmente, sobretodo si son cercanas y tenemos sentimientos hacia ellas. Solemos llamarlas equivocadamente personas tóxicas, pero una persona no puede ser tóxica, si bien una conversación, conducta o actitud sí que puede serlo. Existen las conversaciones tóxicas.
¿Cómo se pueden identificar y gestionar las conversaciones tóxicas?
Una forma de aprender a gestionar las conversaciones con este tipo de personas podría pasar por un útil proceso que comienza con la identificación de nuestro nivel de energía después de la conversación con esa persona.Sabremos que nos encontramos ante una conversación tóxica cuando notemos que afecta seriamente a nuestro nivel de energía. Son conversaciones que emanan una potente negatividad, en las cuales únicamente la persona habla de ella o, cuando lo hace de los demás, es siempre en tono de crítica o juicio, acerca de cotilleos, continuamente con quejas, regodeándose en el victimismo, o hablando mucho y escuchando poco. Son conversaciones en las cuales mi interlocutor está convencido de estar siempre en posesión de la verdad, tiende al dramatismo, es ofensivo y despectivo al expresarse, vive en constante estado de ansiedad o es extremadamente fantasioso, tendiendo a exagerar sus logros o aventuras.
Hemos detectado una conversación tóxica… ¿y ahora qué?
Una vez que hemos identificado que estamos ante una conversación tóxica, tenemos que ser proactivos en este aspecto. Existen dos opciones: o bien evitarla y terminar la conversación o bien gestionar la comunicación de la manera más efectiva posible. Se trata de nuestra estabilidad emocional.Si somos personas del estilo pasivo, nos costará mucho evitarla y aún menos manejar la situación.
Si somos personas del estilo agresivo es muy probable que acabemos en conflicto. Lo ideal sería evitar la conversación y buscar la forma de aprender a comunicarnos de forma asertiva, si es que realmente nos interesa mantener la relación con nuestro interlocutor.
Si, por el contrario, hemos tenido la suerte de tomar consciencia y aprender a utilizar el estilo asertivo, seremos capaces de marcar límites, de «aprender a decir no» o de hacer visible aquello que nos molesta de una manera educada y respetuosa.
Para ello contamos con poderosos recursos: el autoconocimiento (a veces podemos ser nosotros «los tóxicos»), la amabilidad, la actitud mental positiva, la invitación a la reflexión, el tono constructivo, la alta autoestima, la compasión, el amor al prójimo
Sabemos que no podemos controlar a las personas o circunstancias que aparecen en nuestra vida. Lo único que podemos gestionar es cómo nos afecta, qué pensamos y sentimos acerca de ello.
Por lo tanto, te recomendamos practicar la conciencia plena en tus comunicaciones y actuar siempre acorde con tus principios y valores. Defiende tus posiciones teniendo en cuenta las posiciones de los demás. Sólo así crearás y mantendrás relaciones duraderas, sanas y constructivas. Y gestionarás bien las conversaciones tóxicas.