Cuando hacemos ejercicio pasan muchas cosas. Una de ellas tiene que ver con el hambre, ya que este disminuye después del entrenamiento. Los estudios han demostrado que el ejercicio aeróbico disminuye el apetito al cambiar los niveles de hormonas que impulsan el estado de hambre.
Sin embargo, los mecanismos biológicos subyacentes que se ponen en movimiento y que le dicen a nuestros cuerpos que secreten menos hormonas que impulsan el hambre seguían siendo inciertos hasta hace poco.
Un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina Albert Einstein en el Bronx, Nueva York, estaba intrigado por cómo sus carreras regulares de 45 minutos siempre los dejaban ansiando menos comida de lo habitual. Creían que el hecho de que el calor corporal aumentara durante el ejercicio podría jugar un papel en señalar al cerebro que el apetito debía disminuir. Pensaron que el proceso podría ser similar a lo que sucede en el cuerpo cuando comemos alimentos muy picantes. Los resultados de la investigación se publicaron en la revista PLOS Biology en 2018.
La sensación de calor disminuye el hambre
Cuando comemos alimentos que contienen picante la temperatura del cuerpo parece aumentar y nuestro apetito disminuye. Esto se debe a que los chiles contienen un compuesto llamado “capsaicina”, que interactúa con los receptores sensoriales (receptores TRPV1) provocando la sensación de estar caliente y enrojecido.También se ha demostrado que la capsaicina crea una disminución en el apetito, lo que ha convertido a este compuesto en un objetivo de investigación para los tratamientos de pérdida de peso.
Siguiendo esta línea de pensamiento, se preguntaron si el aumento del calor corporal que se siente después del ejercicio podría no estimular las neuronas en las áreas del cerebro responsables de la homeostasis, la regulación de los procesos corporales básicos, incluida la alimentación.
Los investigadores decidieron ampliar un conjunto de neuronas que coordinan la supresión del apetito, llamadas neuronas “proopiomelanocortin” (POMC). Pero como algunas estas células cerebrales POMC tienen una comunicación más directa con el resto del sistema e interactúan con las hormonas liberadas en la sangre, los investigadores pensaron que también podrían responder a las fluctuaciones de la temperatura corporal.
Para probar esta hipótesis, los investigadores primero experimentaron con tejido de hipotálamo de ratón que contenía células cerebrales POMC. Primero expusieron este tejido a la capsaicina, y luego al calor, para ver si estas células serían capaces de responder a ambos estímulos.
Los investigadores no se sintieron decepcionados: tanto la presencia de calor como la del compuesto de chile activaron las neuronas POMC, lo que significa que tenían receptores TRPV1. Dos tercios de estas células respondieron a estos dos estímulos de calor diferentes, anotaron los investigadores.
En la siguiente etapa de su investigación, los científicos realizaron varias pruebas con ratones, para entender cómo las neuronas POMC redujeron el apetito después de que se activaron sus receptores TRPV1. Entonces vieron que cuando exponían los núcleos arqueados de ratones a la capsaicina, los animales tendían a comer menos comida durante las siguientes 12 horas.
Sin embargo, los científicos pudieron bloquear la pérdida de apetito asociada con la exposición a la capsaicina ya sea bloqueando los receptores TRPV1 de las neuronas POMC antes de administrar el compuesto, o desactivando el gen que codifica dichos receptores en ratones.
Los investigadores también colocaron algunos ratones en cintas de correr, dejándolos correr por un período de 40 minutos. De esta manera, crearon las condiciones que son típicas de una sesión de entrenamiento regular.
Como resultado de este ejercicio, las temperaturas corporales de los animales se dispararon inicialmente, y luego alcanzaron una meseta después de 20 minutos. El calor corporal permaneció alto durante más de una hora, y el apetito de los ratones disminuyó visiblemente.
Los roedores que hacían ejercicio tenían una ingesta de alimentos aproximadamente un 50 por ciento más baja después de la sesión en la cinta de correr que sus contrapartes, que no habían participado en el ejercicio.
Y, finalmente, la exposición al ejercicio en cinta rodante no tuvo efecto en el apetito de los ratones cuyos receptores TRPV1 habían sido suprimidos. Esto sugiere que el aumento del calor corporal debido a la actividad física estimula los receptores relevantes en el cerebro para disminuir el deseo de comer.