¿Alguna vez has tenido la sensación de que alguien se mete en tu vida -o está ahí desde siempre- y, no sabes cómo, te la organiza y decide por ti?
Cuando no ocupamos nuestro sitio y no nos hacemos visibles, es fácil atraer a personas que además de ocupar su propio espacio, ocupan, de paso, el nuestro; y con conciencia o sin ella, hacen y deshacen a su antojo. Podemos decir entonces que nuestra vida va a remolque de su voluntad y no de la nuestra.
Permitir que los demás nos dirijan la vida puede parecer, a veces, una postura muy cómoda, pero lo cierto es que solo lo es superficialmente, ya que a la larga no sirva más que para anularnos y para perder autoestima.
Cuando no nos queremos, es muy probable que no nos estemos dando cuenta de esta pérdida de poder, y más bien lo vivimos como una invasión ajena, culpando al otro o a la otra y sin responsabilizarnos de nuestra parte (la de poner límites cuando conviene).
Para evitar que se nos coman con patatas, es necesario aprender a delimitar nuestro terreno, a defenderlo, cuando nos toman más metros de la cuenta. Metafóricamente hablando, se trata de ir colocando vallas donde no queremos que pase nadie.
Poner límites es aprender a decir que no.
Decir que no puede resultarnos incómodo y difícil, ya que a menudo pensamos que es de mala educación –craso error–, que quedaremos fatal o que se enfadarán con nosotros/nosotras (en definitiva, que nos van a querer menos).
¿Cómo podemos recuperar las riendas de nuestra vida y aprender a frenar a los demás?
Aquí van algunas propuestas:Cuando nos dicen lo que debemos hacer: Gracias, pero ya lo decidiré yo.
Cuando insisten en vernos: Genial, pero me va mejor quedar otro día.
Cuando nos llaman demasiadas veces: Te llamo yo en cuanto pueda.
Otro clásico en este sentido es no saber decir que no cuando nos piden un favor. Si acumulamos el peso de muchos favores realizados por obligación, nos acabaremos saturando y nos sentiremos invadidos. Así que ¡cuidado!
Ante una petición de favor, te propongo tres opciones:
Di que sí cuando puedas y quieras, siempre que sea desde las ganas o desde el amor que sientes por esa persona, y no por tu dificultad de negar o de poner límites.
Di que no cuando no puedas –así, sin más–, y tan amigos/amigas: un favor es un favor y no un deber. Solo faltaría.
Di que sí pero añadiendo tus propias condiciones o contrapropuestas, de modo que tu intervención se ajuste más a tu disponibilidad.
Poner límites es también negociar otras opciones y posibilidades.
Si no estamos disponibles para cumplir los favores y, aun así, los aceptamos, no aprenderemos nunca a poner límites y nuestras relaciones se llenarán de invasiones sutiles y otros cuentos
Aquí va un ejercicio de autoconciencia para valorar en qué punto estás en relación a este tema. Si puedes, responde las preguntas por escrito, ya que la reflexión será más profunda (y también el resultado):
¿Sientes que no estás poniendo límites a alguien de tu entorno?
¿Cómo lo vives?
¿Qué te impide hacerlo?
¿Quieres hacer algo diferente a partir de ahora? ¿Qué harás? ¿Cómo lo harás?
Centrarnos en nosotros nos permite tomar conciencia de lo que queremos y de lo que no queremos hacer, así como hasta dónde dejaremos que los demás intervengan.
Perder de vista nuestros límites y necesidades es olvidarnos de nosotros/nosotras y, por lo tanto, es una señal de que nos estamos queriendo poco.
Poner límites es una forma de querernos más.
Si quieres aprender a poner límites y recuperar las riendas de tu vida, es muy importante escuchar y atender tu voz interior.
¡Quiérete más y empieza a decir que no!
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.