Y eso es fantástico pero, irremediablemente, sentir lleva consigo cambios fisiológicos que, ¡horror!, los demás pueden detectar.
¿Te preocupa que a menudo te invada este bochorno?
Puede que estas tres ideas te ayuden.
1. Destápate
Cuando nos ruborizamos, una de las cosas que más detestamos es que algún inoportuno poco empático nos informe de lo que es más que sabido: ¡Te estás poniendo rojo!. Te gustaría responderle con un irónico ¿No me digas?, pero incontrolablemente, tu colorido adquiere más intensidad con su comentario.
La vergüenza es el temor al juicio social y ese rubor es la manifestación externa de tu debilidad. Como te empeñas en que esa zona secreta permanezca oculta, cualquier amenaza de que ésta asome hará aumentar tu bochorno.
El problema no es el hecho de ruborizarse sino el significado que tú le das a ese rubor: Van a pensar que soy idiota, He hecho el ridículo, Se darán cuenta de que me gusta, Verán que no tengo experiencia…
El primer paso para combatir este temor al juicio es permitirte y aceptar no ser un Superman emocional. Sí, tienes miedos e inseguridades y cuanto más te esmeres en esconderlos, más te acabarás sofocando.
Si lo que más temes es romper tu imagen y que los demás te descubran, cárgatela tú mismo antes de que ellos lo hagan: ¡Qué vergüenza!, Me estás intimidando, Me estoy poniendo como un pimiento morrón.
Es más molesto el intento de ocultación que no el bochorno del destape. Piensa en las artimañas de algunos para cambiarse de ropa en el vestuario o en la playa, sin tanta parafernalia pasarían más desapercibidos.
2. Agota tu colorido
Un común denominador de las personas que temen ruborizarse es que evitan situaciones en las que anticipan su temida reacción. ¡Error! El ardor en tus mejillas caduca sumamente rápido, por lo que cuanto antes te expongas al estímulo, antes agotarás tu temor.
No te atreves a preguntar aquella duda en clase y, de repente, te hacen participar de improvisto y a partir de entonces te das permiso para intervenir y preguntar en varias ocasiones. ¿Qué ha ocurrido? Pues que has pasado del círculo obsesivo Me voy a poner rojo, haré el ridículo, me voy a poner rojo, haré el ridículo a Ya me he puesto rojo. ¿Qué más puede ocurrir ahora? Probablemente, nada. Únicamente que te sientas un poquito más libre y que descubras que tu naturaleza no te permite permanecer en esa gama cromática más de unos segundos.
3. Haz las paces con tu espontaneidad
Enseguida asociamos el rubor a la vergüenza. Pero en innumerables ocasiones, esta reacción está relacionada con la necesidad de control y el perfeccionismo excesivo.
Si siempre tienes que estar en guardia esmerándote en ser lo que los demás esperan de ti y mostrarte de x manera, ¿qué ocurre cuando te sorprenden, te encuentras a alguien de improvisto o te lanzan un comentario subido de tono? Como no has tenido tiempo de prepararte, te invade de nuevo tu temida reacción.
En cuestión de segundos no puedes idear una buena respuesta o aparentar tenerlo todo bajo control. ¿Se te ocurren buenas formas de haber reaccionado horas más tarde? ¡No sirve!
Dices que no es vergüenza sino que detestas las sorpresas, pero en realidad, lo que te ocurre es que te hace sentir tremendamente inseguro no tenerlo todo controlado y así mostrar un ápice de vulnerabilidad.
Encontrarte a tu ex mientras vas de la mano de tu nueva pareja es bochornoso. No le maldigas por haber decidido pasear por la misma calle que tú, maldícete a ti mismo por intentar controlar lo incontrolable.
Imagina recoger entre tus manos arena fina de la playa. Si no la presionas permanecerá casi intacta. En cambio, si la aprietas, se irá escurriendo entre tus dedos incontrolablemente.
Recuerda que esa parte espontanea y genuina con pinceladas de debilidad es lo que hace que los demás se sientan más conectados a ti y lo que genera la química en las relaciones humanas.
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