Me he pasado media vida viendo revistas de moda (digo viendo, que no leyendo, a la mayoría les falta chicha). Pasé media juventud mirando a las famosísimas modelos de los 90 como ideal de la belleza, era la época dorada de Cindy Crawford, Claudia Shiffer, Naomi Campbel… y tantas otras.
A menudo leía sus medidas y empezaba a hacer reglas de tres para calcular cuánto debía pesar para parecerme a ellas. Mido 175, que es más o menos lo que medían todas, así que no me era difícil deducir que me sobraban siempre unos 5 kilos para tener su peso y autoconsiderarme “cuerpo modélico”.
¿Qué pena verdad? Ahora me leo y me da la risa. Pensaba, 5 kilos me los quito yo en nada. Y con esa obsesión (sí, ahora lo puedo confesar) miraba todos los meses las revistas que más me gustaban y sufría (bueno, sufrimiento no era pero sí alimentar una idea insana).
Por supuesto, para alcanzar el ideal la única idea que me rondaba la cabeza era hacer dieta. ¡Y sería tanto más feliz cuando alcanzara mi meta! Ilusa de mí.
Total, media vida a dieta o al menos con esa sensación ha ido pasando todo este tiempo. Sólo hace unos años llegué a la conclusión de que, en el fondo, quitarme cinco kilos no era lo que yo deseaba. Porque si no, lo hubiera hecho ¿no?
Hace unos ocho o diez años dejé de comprar revistas de moda. Me gusta ver la ropa que se lleva, las ideas de los diseñadores, el espíritu creativo inagotable de las casas de moda más renombradas pero…estoy feliz de haberme alejado de esos cuerpos cada vez más delgados que las pueblan.
Sigo viéndolos en vallas publicitarias, la televisión, las redes sociales…no se puede escapar a esas imágenes pero ya no me recreo en ellas. Son fugaces.
Con los años el ideal se fue diluyendo y empecé a perdonarme. Me decía: ya no tengo 20 años, además tengo dos hijas, el tiempo pasa para todas y total no estoy tan mal, mientras pueda vestirme en Zara…
Ahora, unos años después de haber aprendido e interiorizado una idea de belleza que nada tiene que ver con lo que nos vende esta sociedad, valoro mucho más mi equilibrio y mi bienestar que una imagen acorde con lo que nos venden en todas partes. Pero, no te voy a engañar, aún meto la tripa cuando me miro al espejo.
Me pregunto si las nuevas generaciones siguen sometidas a estas mismas influencias o si ahora que la información viene de tantos puntos y los temas son tanto más diversos la presión se diluye y su atención está en otras historias.
Me pregunto qué extraños mecanismos conocen los publicistas para hacernos llegar sus mensajes para que calen tan adentro. Por lo que veo en mis hijas y en sus amigas más cercanas (del resto no puedo hablar) no parece que la historia se repita. Los temas de moda parecen ampliarse y los más jóvenes están afortunadamente más preocupados por nuestro planeta, el mundo animal o las injusticias sociales aunque supongo que cada persona es un mundo y un mismo mensaje agarra o no dependiendo de tu momento, tus inquietudes, tu personalidad…
Y ahora viene el final feliz. Ese anhelo infantil de hace casi veinte años se ha convertido en una aventura por aceptar mi propio cuerpo, por aprender a quererme toda y valorar lo que soy y cómo soy, reconocer mis triunfos y aceptar mis errores.
Por el camino, voy desterrando tóxicos, introduciendo hábitos que me sientan de maravilla, aprendiendo a cuidarme en el sentido más amplio de esta palabra (cuidarse es muchas cosas a la vez), y poniéndo la atención en cosas mucho más importantes.
Una de las cosas que ahora sé, es que la vida está hecha altos y bajos, blancos y negros, luces y sombras… la aventura consiste en encontrar el punto de equilibrio en cada aspecto de mi vida, lograr paz interior, quietud … acostarse feliz cada noche.
Y la meta…mirarse al espejo sin meter tripa y sonreír con los ojos. De esto va Comienzo hoy.
Gracias por leerme y compartir estas líneas en tus redes sociales.
El post Mírarse al espejo sin meter tripa es original de Comienzo hoy, escuela de vida.