Autora: Núria Sáez Gómez
Colegiada n. 53119 (COIB)
Graduada en Enfermería en Blanquerna, Ramon Llull. BarcelonaExperta en gestión de la imagen corporal
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En la antigua Roma la estética representó una verdadera obsesión. Cuanto más alto era el estatus de la persona, más cuidada era su apariencia. Todos los géneros optaron por embellecerse y cuidarse.
En la actualidad sigue vigente esta obsesión, incluso los iconos de belleza varían cada año. Las culturas varían tanto como tribus, como poblados, como sociedades porque se generan desde niños y adolescentes la diferenciación, ya no sólo social y de estatus, sino también bajo el lema de la diferenciación , y así dar visibilidad en redes sociales de nuevas maneras de la gestión de la imagen corporal. Como los estudios que se hacen a nivel mundial de cómo generar modas diferentes, extraídas de lugares o personas que se salen de la norma.
Según el icono de belleza de la cultura romana, que tiene prevalencia no sólo en conceptos de imagen corporal actual, sino que sigue estando impregnada la sociedad en aspectos legales, derecho canónigo
A destacar es el maquillaje, los tratamientos faciales y corporales, o otros cuidados:
El conocimiento de la cosmética y de la aromaterapia en la Antigüedad se desprende de los textos clásicos de Plauto, Propercio, Ovidio, Horacio, Séneca, Plinio el Viejo, Dioscórides, Marcial, Tácito, Juvenal, Luciano de Samosata o Galeno. Algunos de estos autores tildaron al maquillaje de práctica viciosa, vulgar y fraudulenta.
El cuidado de la belleza femenina se conoce como cultus. Existe un relieve del siglo III d.C., Städtisches Museum Tréveris, donde se plasma el culto de la mujer a la belleza.
Tanto en la cultura egipcia como en la griega fue común la existencia de esclavas dedicadas en exclusiva al cuidado de la belleza de sus amos, tradición que se acentuó sobre manera en Roma con esclavas altamente cualificadas en el arte del maquillaje y de la perfumería.
Sentada en una banqueta sin respaldo, el scannum o subsellium, o en una silla con brazos y respaldo, la cathedra, en una habitación donde, según nos informa Ovidio, los hombres tenían vetado el acceso, la domina era tratada por sus maquilladoras personales que guardaban celosamente los preciados espejos, maquillajes y perfumes en armarios dotados con cerraduras.
El maquillaje facial tenía una consistencia poco granulosa y se mezclaba en pequeños platos. Utilizaba como base la lanolina de lana de oveja sin desengrasar, el almidón y el óxido de estaño. El almidón se sigue utilizando en los productos cosméticos para suavizar la piel.
La moda consistía en que las mujeres lucían un rostro blanco. Para lograrlo, utilizaban una mezcla a base de yeso, harina de habas, sulfato de calcio y albayalde, si bien es cierto que los resultados finales de esta mezcla eran curiosamente los contrarios.
Para aclarar el rostro también utilizaban una base de maquillaje elaborada con vinagre, miel y aceite de oliva, así como las raíces secas del melón aplicadas como un emplasto, según Galeno.
Otros ingredientes utilizados en blanqueadores fueron la cera de abeja, el aceite de oliva, el agua de rosas, el aceite de almendra, el azafrán, el pepino, el eneldo, las setas, las amapolas, la raíz de lirio y el huevo.
Igualmente, con objeto de lograr el blanqueamiento facial, las mujeres ingerían una gran cantidad de cominos, y para dotar a la piel de una mayor luminosidad se utilizaban los polvos de mica.
Como símbolo de la buena salud las mujeres resaltaban sus pómulos coloreándolos en tonos rojos muy vivos. Para ello utilizaban tierras rojas, alheña o cinabrio. En otros casos, las alternativas más asequibles incluían el jugo de las moras o los posos del vino.
Por otro lado, el carmín labial, asimismo en tonos rojos muy vivos, se lograba con el ocre procedente de líquenes o de moluscos, con frutas podridas e incluso con minio. Además, estaba muy difundida la moda de que las mujeres se marcasen las venas de las sienes en color azul.
Los cánones de la belleza romana indicaban que la mujer debía poseer grandes ojos y largas pestañas. El perfilador de ojos, que se aplicaba con un pequeño instrumento redondeado de marfil, vidrio, hueso o madera, que previamente se sumergía en aceite o en agua se obtenía con la galena, con el hollín o con el polvo de antimonio.
Para la sombra de los ojos, generalmente negra o azul, era imprescindible la ceniza y la azurita. Asimismo, y por influencia egipcia, existían las sombras verdes elaboradas con polvo de malaquita.
Las cejas se perfilaban sin alargarlas y se retocaban con pinzas. En este sentido, existía una predilección por las cejas unidas sobre la nariz, efecto que se lograba aplicando una mezcla de huevos de hormiga machacados con moscas secas, una mezcla que también era utilizada como máscara para las pestañas.
Fue Popea, la esposa de Nerón, quien inventó la primera mascarilla facial, conocida como tectorium, utilizando una mezcla de pasta y leche de burra que se aplicaba antes de acostarse y que se dejaba puesta durante toda la noche.
A la sociedad romana le disgustaban las arrugas, las pecas, las manchas y las escamas en la piel. Así pues, existían mascarillas de belleza contra las manchas como la realizada con hinojo, mirra perfumada, pétalos de rosa, incienso, sal gema y jugo de cebada.
La elaboración de una mascarilla con arroz y harina de habas para las arrugas,. Aunque también fue la realizada a partir de leche de burra con la que algunas mujeres se lavaban varias veces al día. También, contrarrestaban las arrugas hirviendo el astrágalo de una ternera blanca durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta que se transformara en gelatina, aplicándolo posteriormente con un paño.
Para tratar las pecas se aconsejaba las cenizas de caracoles, y contra la psoriasis el fango del Mar Muerto. Para alisar la piel era muy común una mascarilla a base de nabo silvestre y harina de yero, cebada, trigo y altramuz. Se generaron nuevas mascarillas faciales para anular el acné, las ulceraciones oculares y las heridas labiales.
Resulta curioso que debido al hedor de muchos de los ingredientes empleados en las mascarillas faciales, como excrementos, placentas, médulas, bilis u orinas, era frecuente perfumarlas.
El hecho de maquillarse requería una gran cantidad de tiempo y la ayuda de esclavas, por lo que, lógicamente, tan sólo las mujeres de la aristocracia tendrían el privilegio de poder maquillarse a diario.
Algunos hombres recurrieron al maquillaje y a la depilación a pesar de ser considerado algo impropio y afeminado como informan Marcial y Plinio el Joven.
Los maquillajes se vendían en los mercados en pequeños vasos de terracota antropomorfos o zoomorfos, en vasos de vidrio verde y azulado o en pequeños recipientes de alabastro egipcio, madera, hueso, ámbar, plomo o metales preciosos. También se vendían pequeños cofres de madera de talla egipcia con varios departamentos y cerraduras, conchas para mezclar, espátulas, lápices, pinceles o bastoncillos.
Como se ha apreciado los métodos de elaboración han variado ( productos cosméticos), eso sí persiste el cuidado facial como carta de presentación en la actualidad en cualquier cultura y género
Los baños hidratantes
Los baños hidratantes gozaron de gran popularidad en la antigua Roma. Popea, siguiendo las prácticas de Cleopatra VII, en todos sus viajes se hacía seguir por un rebaño de trescientas burras que cada mañana eran ordeñadas para garantizar su hidratante baño matutino.
Sólo los más afortunados, desde el siglo III a.C., tenían baño en casa y podían permitirse la lavatio diaria, pues lo más común era lavarse todo el cuerpo cada semana o cada nueve días en correspondencia con los días de mercado, las nundinae. Asimismo, varias familias de la aristocracia romana contaron con bañeras portátiles que solían instalar en las habitaciones contiguas a la cocina para poder disponer de agua caliente.
En los baños se utilizaban esponjas naturales, las spongiae, y jabones también naturales como el struthium, la soda o aphronitum, el fango, la harina de habas o la piedra pómez, muchos de ellos detergentes abrasivos que obligaban a utilizar después de cada baño aceites perfumados para hidratar la piel. Además, existían diferentes tipos de toallas dependiendo de su utilidad: la sabana o toalla de baño; la facial o toalla para el rostro; y la pedale o toalla para los pies.
Los objetos de toilette: los artículos del cuidado personal el más significativo era el espejo. Podía presentar una forma redondeada, respetando la tradición etrusca, o cuadrada, modelo muy difundido y común durante todo el Imperio. Tradicionalmente, los espejos se fabricaban en metal –bronce, cobre, plata y oro– y tenían mangos finamente trabajados tanto en metal como en hueso o marfil. Según Plinio el Viejo, la factoría más importante de espejos se encontraba en Brindisi, si bien en época tardía los espejos de vidrio acabaron reemplazando a los espejos de metal.
Por otro lado, existían diferentes tipos de peines fabricados en madera, hueso o metal. El modelo más sencillo tan sólo tenía una fila de púas y el más común contaba con dos filas de púas contrapuestas. En este sentido, no era extraño que, como ocurría con los espejos, los propietarios escribiesen su nombre en las empuñaduras de los peines.
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