Hay veces que expresamos las cosas de manera más brusca de lo que teníamos intención en un principio; de modo que hacemos daño a nuestro oyente de manera no intencionada. Y otras veces es la otra persona la que malinterpreta nuestras palabras de modo que a pesar de no haber dicho nada hiriente la otra persona se puede sentir de algún modo ofendida.
Esto se da porque en ocasiones no sabemos distinguir entre la ironía y la realidad, entre la broma y la seriedad.
En caso de duda lo mejor siempre es preguntar a la persona que lo dijo, ya que nadie mejor que esa persona es capaz de revelar la naturaleza del comentario.
Y si el daño era intencionado… ya decidiremos después sobre sus repercusiones.