Quienes estamos convencidos de la grandeza de la Madre Naturaleza, fruto de la maravillosa creación de Dios y admiramos las cosas mas pequeñas y también las grandes obras, como pueden ser: un arcoíris, un manantial, una cascada, la quietud del aire, el sol sobre las flores haciéndolas que con el calor desprendan sus mejores olores y muestren sus colores mas brillantes. Sintiendo la fuerza de la trabajadora y laboriosa abeja, sabiendo que nos da el alimento mas completo para toda la familia y que con sus propiedades alimenticias y curativas son el remedio que con más amor nos han legado nuestras abuelas de generación en generación. Ahí en ese silencio podemos oír la voz del Creador diciéndonos: todo esto es un regalo que yo te ofrezco, solo debes cuidarlo para generaciones futuras… y regresamos a nuestro lugar de asfalto, enriquecidos y purificados de todo cuanto de toxico habíamos llevado a este breve retiro de silencio y Paz.
Quienes disfrutan del regalo maravilloso de vivir cerca del mar y la montaña a la vez, saben bien de la fuerza y la atracción del mar, del reflejo del sol sobre sus aguas o la luz de plata en las noches de luna llena y podemos oír como rompen las olas en la orilla dibujando suaves figuras de encaje en la arena. ¿Como no ver a Dios en la soledad de estos lugares? y mirando a la montaña que tal vez sea el telón de fondo de muchos pueblos marineros, nos parece imposible abarcar tanta belleza y grandeza con la vista y nos viene a la memoria infinidad de relatos históricos que han tenido lugar en paisajes como estos. Asi nos habla Dios, desde ese silencio, diciéndonos que si apreciamos el valor incalculable de estos paisajes, nos sentiremos más ricos que nadie, porque son cosas que no se pueden comprar, igual que los bellos sentimientos que los inspiran.
Pero toda esta belleza se quedaría mermada si en el silencio no oímos la voz de Dios, la voz del Divino Maestro que nos dejó dicho: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” y es allí en la montaña, en el mar, en mitad de la campiña donde podemos escuchar las mas bellas y certeras palabras en respuesta a nuestras preguntas, porque allí estableceremos los lazos de unión que crea el silencio de nuestra alma y nuestra mente, sintiendo solo el latir de nuestro corazón. Un corazón que es sinónimo de vida y cuya vida se la debemos al Creador como el mas preciado regalo.
Nuestros diálogos en el silencio deben ser humildes, sencillos, directos, sin frases rebuscadas, en la sencillez que un hijo o una hija le habla a su padre. Padre lleno de Amor y comprensión. No hay que retirase a un monasterio ni hacer meditaciones trascendentales, solo sentir que tenemos la riqueza de la libertad de hablar con Dios y que nadie interrumpa nuestra charla paternal. Si en nuestra exposición, en nuestra petición no existe la confianza suprema de la conexión con Dios, será muy difícil oir dentro de ti la voz que calma tu sed de saber, de conocer, del consejo para seguir adelante o poder desechar lo que nos puede hacer daño por muy hermoso que se presente el tema y envuelto en el mejor papel de regalo, podría ser un regalo envenado mundano que te podría perjudicar mas que favorecer.
No te rindas, insiste en tus diálogos del silencio, que Dios responde a sus hijos amados.