La nueva normalidad trae consigo no sólo una desescalada en términos de levantamiento de las restricciones sino también una desescalada emocional pues durante estos meses hemos pasado por un sinfín de estados emocionales.
De un día para otro, todo nuestro mundo se paró y la vida se volvió del revés. Así, sin más, sin previo aviso.
Un día hacíamos nuestra vida normal, íbamos a trabajar, llevábamos a nuestros hijos al colegio, sudábamos en el gimnasio, hacíamos planes con nuestros familiares y amigos. Y al día siguiente, nos encontramos confinados en casa con un estado de alarma que sólo nos permitía salir para hacer las compras necesarias de comida e ir al médico.
Recuerdo, como muchos de vosotros, los días previos al estado de alarma, las estanterías de los supermercados vacías, el papel higiénico agotado,...
Nuestra generación nunca se había enfrentado a una situación tan traumática como la que hemos vivido. Muchas de las personas con las que he tenido la ocasión de conversar durante estos largos meses comentan que tenían la sensación de vivir una película de ciencia ficción.
Durante estos meses hemos pasado por un sinfín de emociones que se sucedían a un ritmo vertiginoso según iban avanzando los acontecimientos.
De la incredulidad a la crisis emocional
Muchos expertos coincidimos en que estamos viviendo una triple crisis: sanitaria, económica y emocional.Vivíamos las notícias sobre la Covid-19 que nos llegaban de China con una sensación de que “esto no nos iba a afectar”, “que es como una simple gripe”, “que sólo afecta a personas mayores y con patologías previas” y hacíamos nuestra vida con tranquilidad y normalidad.
Cuando empezaron los casos en Italia, se encendió una lucecita de alarma y a las pocas semanas los acontecimientos se precipitaron en un goteo incesante de contagios y lamentablemente de muertos que obliga a tomar medidas drásticas de confinamiento para frenar el contagio y prevenir el colapso sanitario.
Pasamos de la negación a la incredulidad y después a la impotencia y es en este punto cuando se da una escalada emocional: miedo, ansiedad, ataques de pánico, tristeza, impotencia, frustración, rabia,... Emociones que van in crescendo a medida que el estado de alarma se va prolongando. Muchas personas describían la sensación de haber entrado en un túnel oscuro en el que no se ve la salida ni la luz.
El confinamiento, el teletrabajo o, mejor dicho, el trabajar desde casa, asistiendo a una videoconferencia con el niño en brazos porque no se calla, compaginar trabajo con ayudar a nuestros hijos con los deberes, mantenerlos entretenidos, hacerles entender que no pueden ir al parque o visitar a los abuelos, que ya no hay abrazos, ni comidas familiares,...
Familias que pierden a sus seres queridos sin poderlos acompañar en sus últimos momentos, sin poder despedirlos, sin tener el consuelo de los familiares y amigos porque no se pueden celebrar funerales.
Familias que se quedan sin trabajo, que tienen que cerrar sus negocios, que por primera vez tienen que acudir a Cáritas para poder comer. El parón económico da paso a una profunda crisis económica.
Son meses muy duros en los que todas esas emociones conviven en un hervidero que no sabemos muy bien cómo gestionar. El calor humano lo buscamos en los balcones cuando salimos a aplaudir a los sanitarios, entonces nos sentimos acompañados, buscamos la mirada del vecino, tal vez su sonrisa y al son de la canción "Resistiré", convertido ya en himno del confinamiento, nos invade un rayo de esperanza. Pero cuando cerramos la puerta del balcón, nos encontramos con la tozuda realidad.
Y llega la nueva realidad
Poco a poco, los casos se van estabilizando, la famosa curva se aplana y empezamos las fases de desescalada con la mirada puesta en la nueva realidad que nos trae mascarillas, distanciamiento social, aforos limitados en bares y terrazas.Una nueva realidad que coincide con la primavera y la tan ansiada libertad y entonces aparece la “necesaria” desescalada emocional para las que muchas personas no se sienten preparadas.
“¿Cómo voy a salir de mi casa si el peligro sigue fuera?” se preguntan algunos. “No, si estamos en la etapa post Covid-19”, contestan otros y se empieza a hablar del síndrome de la cabaña para hacer referencia a aquellas personas que no se sienten seguras al salir de casa y prefieren tomárselo con calma ante las imágenes de personas consumiendo en bares, playas llenas de gente.
Parece que la nueva normalidad nos obligue a cambiar de un plumazo nuestras emociones, dejar de lado el miedo y todo lo vivido y disfrutar de la tan ansiada libertad.
Y es que en esta nueva normalidad conviven tres tipos de personas: aquellas que no tienen sensación de peligro e incluso se saltan las medidas de prevención, aquellas que tienen un miedo exagerado y se recluyen en casa y las que son prudentes y prefieren tomarse la desescalada con calma, evitando aglomeraciones y ciertas conductas de riesgo, más teniendo en cuenta el hecho de que las personas que no respetan las medidas de prevención pueden dar al traste con todo lo que se ha conseguido y hacernos retroceder en las fases.
Hablando con otros profesionales de distintos sectores coincidimos en que no podemos hablar de etapa post Covid-19 porque nos da una falsa sensación de seguridad, sería más apropiado hablar de Era Covid-19 porque el coronavirus sigue circulando entre nosotros y prueba de ello son los numerosos rebrotes que se están dando en España y que está obligando a determinadas poblaciones a retroceder en las fases.
Toda esta situación de máxima incertidumbre y esta vuelta a la normalidad acelerada está provocando una grave tensión emocional, muchos médicos alertan de que va a haber una oleada de problemas de salud mental no sólo por el estrés post traumático por todo lo que hemos vivido (confinamiento, pérdida de seres queridos, ERTES, crisis económica,....) sino también porque en estos momentos muchas personas se sienten presionadas a llevar una vida normal cuando no se sienten preparadas para ello porque la realidad es que el riesgo de contagio sigue existiendo.
“Me siento mucho más angustiada ahora que durante el confinamiento. Porque ahora tengo que decidir si voy o no voy al gimnasio, si me siento en una terraza a tomar algo, si quedo con mis amigos. Y no me siento preparada”, me decía una persona.
¿Qué podemos hacer en esta desescalada emocional en la nueva normalidad?
No sentirnos presionados por lo que dicen o hacen los demás.
Escuchar nuestras emociones y necesidades.
Respetar nuestro propio tiempo.
Cada persona tiene una percepción distinta del riesgo que está dispuesta a asumir, por lo tanto, tomar las decisiones en base a nuestro propio criterio y de tal manera que nos sintamos seguros.
Exigir el respeto de los demás hacia nuestras decisiones y acciones.
Tomar las medidas de prevención recomendadas e ir haciendo una vida lo más normal posible hasta donde nos sintamos cómodos.
Expresar nuestras emociones y hablar de cómo nos sentimos con nuestras personas de confianza.
Cuidarnos física y emocionalmente.
Darnos un tiempo, todo lo que estamos viviendo es muy duro y necesitamos tiempo para elaborarlo y procesarlo.
Realizar el duelo no sólo por la pérdida de algún ser querido (si es el caso) sino por el hecho de que todos hemos perdido algo, nuestra forma de vida tal y como la conocíamos. Y necesitamos gestionar esta pérdida para adaptarnos a una forma de vida.
Centrarnos en aquellas cosas que nos hacen felices, que dan sentido a nuestras vidas y que sí podemos hacer.
Buscar un propósito, algo que nos ilusione y motive a seguir adelante.
Dar gracias por todo lo que tenemos: la salud, nuestra familia, amigos, los pequeños placeres de la vida.
Buscar ayuda profesional si vemos que nos resulta muy difícil nuestro día a día.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.