De un tiempo a esta parte, las fotos de un libro están dando la vuelta al mundo a través de las redes sociales. Sin duda, el «hygge» se ha puesto de moda.
Meses atrás descubrí, en una librería pequeña y con mucho encanto que suelo visitar, un libro que me llamó la atención: “Hygge. La receta de la felicidad. Cómo disfrutar más con lo que ya tenemos”. No es ese fotogénico librito de portada beige con dibujos en azul, sino otro, pero con la misma temática al fin y al cabo. El caso es que después de un par de visitas más a la librería en diferentes ocasiones, terminé trayéndome el libro a casa. La última parte del título me enganchó: “disfrutar más con lo que ya tenemos“. Refleja mi filosofía de vida y lo que intento practicar y transmitir constantemente. De hecho, esa fue la idea de partida de “un viaje por lo sencillo”, cuando me senté a escribirlo el año pasado.
Volviendo al libro en cuestión, me conquistó la idea de base, me enamoró el diseño limpio y minimalista de sus páginas y tenía ganas de descubrir qué se escondía detrás de aquella palabra graciosa: «hygge». Descubrí que es de origen danés, que se trata a la vez de un verbo, un adjetivo y un sustantivo, y que “es, en resumidas cuentas, como se llama en danés a buscar la felicidad en las pequeñas cosas de la vida.” (Más cosas en común con el humilde “viaje por lo sencillo”).
Para muchos daneses -dice la autora-, “el hygge es una meta, una especie de brújula que nos conduce hacia los pequeños momentos que no se compran con dinero, descubriendo la magia en la normalidad.”
La palabra viene del pronórdico “hyggja”, y al parecer, el término no tiene una traducción exacta en ningún idioma. Según dicen, no hay palabra fuera de las fronteras del danés que pueda definir la magnitud del concepto. De hecho, por lo que he descubierto en el libro, de ella se derivan muchísimas expresiones y palabras compuestas. Más de 60, según el diccionario «hygge» que incluye. Cada una recoge una actividad o momento de felicidad sencilla, de esas que tienen a las pequeñas cosas de la vida como protagonistas: tomar un café con una amiga, cenar en casa en familia, quedarte en la cama un rato más por la mañana junto a la persona que quieres, leer un buen libro… Cosas cotidianas que tienen esa capacidad especial de hacernos sentir bien. Si les prestamos atención, claro. (Otra vez esa relación con “un viaje por lo sencillo”…).
“Si tuviéramos que traducir hygge, evocaríamos conceptos como “lo acogedor” o “el bienestar”, pero ningún término se ajusta con precisión porque, en realidad, es mucho más que eso. Es una actitud ante la vida: ser uno mismo, dedicar tiempo a lo que nos proporciona felicidad y disfrutar de las pequeñas cosas que nos aportan calidez.”
Según lo que se explica en el libro, la esencia del «hygge» no es que sea danesa, sino algo universal. Todo el mundo, en cualquier lugar, puede practicarlo. “El «Hygge» es universal y accesible a cualquiera. Es intrínseco a la propia condición humana, no exclusivamente danés…”
Lo que ellos han hecho y que al parecer es lo que le otorga más fuerza y significado a la vivencia, es tener una palabra que defina el concepto de forma amplia y abarque todas las posibles formas de practicar esta experiencia. “No es que el concepto de «hygge» no esté presente en otras culturas, pero el hecho de que exista una palabra te hace tomar conciencia de ello. De golpe empiezas a darte cuenta de todo lo «hyggelig» que hay en tu día a día”.
Y aquí está lo importante del asunto, desde mi punto de vista. Quizás lo que nos falta a nosotros para incorporar más este tipo de vivencias en nuestro día a día es encontrar la palabra apropiada. Una que lo defina ampliamente y que nos ayude a tomar conciencia de que todas esas pequeñas cosas nos rodean y que, prestándoles la atención necesaria, tienen la capacidad de hacernos sentir mejor y ser más felices.
Porque no es que nosotros no hagamos este tipo de cosas sencillas y especiales, por supuesto que las hacemos. Pero tal vez nos falta encontrar la palabra apropiada para definirlo, empezar a llamarlo por su nombre y hacer que se haga cada vez más grande, más habitual. Que poco a poco vaya impregnándonos y haciéndonos tomar conciencia de que las cosas pequeñas son en realidad grandes. Y que tienen una capacidad intrínseca de hacernos felices.
El español es un idioma muy amplio y rico, y una parte de mí se niega a aceptar que no exista una palabra capaz de definir esos momentos sencillos que tanto nos llenan. Podemos adoptar esa bonita palabra danesa: «hygge». Es divertida, extravagante, extranjera, novedosa y llama la atención. O podemos tomar prestada alguna de cualquier otro idioma. Pero si tengo que elegir una palabra, yo me quedo en nuestro diccionario y me iría a lo sencillo. Elegiría “disfrutar”.
Creo que resume muy bien lo que los daneses viven cuando practican el «hygge». Al fin y al cabo lo que hacen es disfrutar de una cena con amigos, disfrutar viendo una película, disfrutar de una buena taza de té o de un libro, disfrutar jugando con los hijos, disfrutar de un domingo perezoso en casa…
Quizás no sea la palabra perfecta. Pero creo que sería un buen comienzo.
Si incluimos más esta palabra en nuestro vocabulario, en nuestro día a día, estoy segura de que nos sentiríamos mucho mejor, más optimistas y más felices.
En mi opinión sí que tenemos una palabra que puede servirnos, el problema es que la usamos poco. Porque… ¿cuántas veces has pronunciado o escuchado hoy la palabra “disfrutar”?
Quien sabe, a lo mejor, con el tiempo y el uso vamos ampliando su significado o creando nuevas palabras relacionadas. Tal vez consigamos hacer grande su sustantivo o logremos crear un adjetivo nuevo a partir de ella.
A lo mejor no es que nos falte la palabra. A lo mejor, lo que nos falta es, simplemente, usarla más para tomar conciencia de ella…
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