Del correr fácil, sin pretensiones ni alaracas.
Del trotar sin dolor, con ritmo sostenido como antaño.
Básicamente, de las sensaciones, endorfinas e inputs que recibí en cada metro que recorrí a lo largo y ancho de Arcentales, subiendo, bajando, doblando y llegando a meta.
Ayer me acordé de muchas cosas. De porque empecé, de porque hice tantas cosas corriendo y porque quiero seguir haciéndolas.
Por más que busque una justificación en la razón, no encontraré tal. La explicación viene desde mucho más adentro, tienes que correr y hacerlo durante muchos años haciendo frente a todo tipo de circunstancias para saberlo.
Ayer le dije a Malagueta que "estoy ante mi tercera vida de correr y que empiezo de cero" pero, como también le decía a Alfredo Varona, "con el chasis ya resentido."
Sin embargo, no pierdo la ilusión de cuando simplemente empecé a correr, primero detrás de mi desconocimiento, después detrás de la gente y finalmente detrás de mis sueños.
Ayer en el siempre mítico Edward 41.42 (tiempo oficial), casi 4 menos que en mayo en la Carrera del Agua y, lo mejor, sin dolor durante la carrera, queriendo y empujando a más.
Vivo el momento y, ¡qué bien sabe! pero qué fácil es también acordarse de cuando corrías 42 kilómetros a ese ritmo, o menos como le puntualizaba también a Varona, y cuan sencillo es soñar con que un día volvieras a una distancia así, no tanto al ritmo, quede claro.
¡Qué difíciles somos! ¡No tenemos arreglo!
Seguimos, un abrazo a todos los que disfrutan corriendo y soñando con seguir haciéndolo.