por Pablo Rego | Resulta innegable la presencia de la tecnología entre nosotros. También es un hecho indiscutible que Yoga se ha desarrollado durante milenios en una tradición de transmisión directa de guías a aprendices. Estas dos realidades se encuentran conviviendo dentro del mundo contemporáneo y también del Yoga, creando nuevas y creativas propuestas, pero también dando lugar a la crítica.
Como cultor de Yoga y enseñante de esta hermosa disciplina, desde hace un par de décadas convivo con los dos mundos en cuestión. En la actualidad doy clases de Yoga en mi estudio físico, en el lugar en el que vivo, pero también guío sesiones de Yoga Online. Por supuesto que son dos realidades diferentes, pero, desde mi punto de vista, ninguna va en desmedro de la otra, o por lo menos no debería ser así.
Cuando comencé a practicar, hace ya un cuarto de siglo, me conecté con Yoga desde un lugar bastante común que tiene que ver con el misterio, la ignorancia o la desconfianza de cualquier occidental educado bajo los parámetros de la cultura imperante. Aunque en la actualidad continúan existiendo estas barreras culturales, Yoga está infinitamente más difundido ahora que en aquellos tiempos.
Aquella dificultad inicial para introducirme en la actividad hizo que buscara mis propios recursos para ver de qué se trataba esta disciplina sin caer en timos o trampas, como el miedo a ser víctima de una secta o a quedar en ridículo. Eran los años 90. Prácticamente no había Internet, pero tampoco un estudio de Yoga en cada barrio, por lo menos en la ciudad en la que yo vivía. Así que la búsqueda de alternativas, más allá de las escuelas o profesores de Yoga, tenían que ver con la televisión, videos (VHS) y, por supuesto, libros.
En la actualidad, todo ha cambiado mucho en casi todo el mundo, todo ha crecido, lo presencial y lo virtual. Yoga se ha vuelto parte de nuestras vidas, no como en India, pero sí de una manera particular que toma diferentes características, dependiendo del rincón del planeta que miremos.
La facilidad para llegar a la información, la competencia, el marketing, la necesidad de hacer rentables los proyectos han creado en torno al mundo del Yoga una gran cantidad de opciones que van alimentando diferentes patrones, como la superficialidad en la formación y en la práctica, las prisas por ponerse al frente de una clase o la creación de personajes que se comen al ser que debe existir detrás de cada enseñante o guía.
Pero esta situación se da tanto a nivel de la enseñanza presencial como de la virtual.
Las alternativas que había en los 90s, más allá de lo presencial, eran, en muchos casos experimentales. Los libros que se editaban entonces con el claro propósito de transmitir Yoga a todo aquel que los leyera buscaban tener un rigor científico sin fisuras ya que estaban escritos dentro del contexto de llegar a aquellas personas que pudieran interesarse por Yoga en todo el mundo occidental. Por ello muchos de esos libros tenían el aval de algún Maestro reconocido en India o alguna institución de reconocimiento internacional o se daba mucha importancia al linaje de quienes los escribían.
También existían unos videos, de algunos exploradores de Yoga que encontraban relación con el mundo audiovisual que se había desarrollado fuertemente a partir de los años 50 o 60 al igual que Yoga en Occidente, que fusionaban esos dos recursos para atravesar fronteras y llegar a los rincones más lejanos del planeta. Estos pioneros de la enseñanza, compartían el nacimiento de un universo de la transmisión del conocimiento que hoy nos parece natural, pero que sigue siendo resistido por muchos, aun después de cuatro, cinco décadas o más.
¿Desprestigiar lo uno para valorar lo otro?
En aquel entonces, como en la actualidad, se podían hacer las cosas con responsabilidad y seriedad, con el amor necesario para fundar una escuela, un programa de enseñanza o contenido para transmitir y enseñar Yoga.
Tanto en lo presencial como en lo virtual puede darse el caso de la superficialidad o la mala calidad de la enseñanza. También existe el caso de la excelencia, la seriedad o la virtud puestas al servicio de la enseñanza a distancia o a través de, por ejemplo, libros.
Cuando buscaba alternativas para comenzar a practicar Yoga, encontré unos libros y unas clases virtuales que me resultaron una extraordinaria forma de entrar en ese, entonces para mí desconocido mundo. De hecho, hoy por hoy, existen generaciones enteras de practicantes de todo el mundo que aprendieron a practicar y valorar profundamente la disciplina con estas publicaciones como referencia. Y también existen asociaciones y escuelas prestigiosas que ya eran referencia de la excelencia y cuidado de la salud de Yoga, con sus cursos de formación, sadhanas compartidas, retiros y talleres.
En ambos casos, tanto en lo presencial como en lo virtual, es importante destacar que aquellos que guíen y tomen la responsabilidad de transmitir la disciplina lo hagan con el amor y la seriedad que Yoga inspira. Todo practicante que profundice sus conocimientos y experiencias dentro del mundo de Yoga, desarrollará, al mismo tiempo, la consciencia de la importancia de la práctica profunda y lo fundamental que resulta esta práctica personal para todo aquel que desee transmitir, enseñar o guiar una práctica.
Por ello, tanto en lo virtual como en lo presencial, la calidad de la enseñanza o guía estará dada por la profundidad de quien sea vehículo de ese conocimiento. Y también en ambos casos, la superficialidad, el apuro por dar clases o por hacer un negocio va a atentar contra la seriedad y el respeto de Yoga.
Lo que se destaca en cada tipo de Yoga.
Hubo un tiempo, antes de la masificación de la tecnología audiovisual, en que la práctica presencial de Yoga era lo único que existía. Si bien hay todo un camino de desarrollo dentro del gran camino de Yoga, que es el de los textos sagrados que marcaron los parámetros del culto o los sellos que buscaban registrar la forma plástica de las asanas, era poco habitual que alguien utilizara estos recursos para aprender.
Entonces, durante siglos existía una única forma de transmisión que era la del guía al discípulo. Y también, en ese contexto, se daban reuniones, se formaban grupos, se compartía la energía. Esa es la esencia del Yoga presencial; la proximidad, el contacto físico, la vibración de la voz en directo. Además, la guía de una clase presencial tiene ese elemento que es la corrección, la asistencia del instructor o profesor que físicamente trasciende las limitaciones del pensamiento para con un simple contacto transformar toda la precepción que el practicante tiene de lo que está haciendo en ese momento.
Pero todo esto está de acuerdo con el mundo en el que se desarrolló esta forma de práctica y la organización de las clases. Con el cambio de las costumbres y el ingreso a de la tecnología a nuestra vida cotidiana aquello que en un principio podía ser una rareza se ha transformado en algo habitual, apareciendo la forma de transmisión de Yoga a distancia.
En este caso vale destacar la importancia de que aquellos guías que utilicen estos recursos deben estar muchísimo más atentos a los pequeños detalles y al proceso de conexión con el con las dimensiones no-conscientes. En este caso, como en todos, es importante la experiencia previa, pero debe ser tenida mucho más en cuenta ya que el éxito o el fracaso de la transmisión correcta de lo que debe hacerse en cada caso depende mucho de la recuperación de la experiencia del guía para que el practicante, a la distancia, pueda decodificar esa información y llevarla a su propio universo perceptivo.
Yoga a distancia no se trata (o debe tratar) de una pantomima del Yoga sino, más bien, de una transmisión seria de alguien que, luego de mucha experiencia, sea capaz de explicar a través de todos los medios posibles cómo incorporar los elementos sutiles a las formas densas de la práctica.
Lo que nunca puede faltar en la transmisión de Yoga, tanto en su forma presencial como virtual, en el tiempo de maduración de un buen enseñante, la experiencia previa como practicante, el conocimiento profundo de la disciplina y el autoconocimiento en un mínimo nivel indispensable para que aquello que se transmite sea Yoga y no una mueca de la práctica.
Es fundamental el conocimiento de las herramientas, recursos o lenguajes a través de los cuales se comunique la disciplina. Si bien esto puede generar una dificultad para muchos, el conocimiento de esos recursos tienen también que ver con la época en la que se vive, por lo que el desafío de incorporar, por ejemplo, la tecnología puede resultar algo completamente extraño para algunos, pero muy natural para muchos.
Mientras que Yoga continúe siendo una tecnología natural grabada en el ADN de los practicantes, mientras que la disciplina continúe transformando a las personas, Yoga seguirá existiendo, siendo una disciplina pura. Y los vehículos a través de los que se transmita y comunique dependerán en gran mediad de la época en la que se viva y en la correcta utilización de los mismos.
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©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Escritor
Terapeuta holístico
Diplomado en Ayurveda