1. La neurosis victimista
Psicodinámicamente, el victimismo es una forma narcisista de llamar la atención de los demás para, con ciertos pretextos o "quejas", lograr fines inconscientes totalmente ajenos a lo pretextado. Por ejemplo, cuando una esposa (o marido) se lamenta durante años de su pareja, le achaca toda clase de defectos, etc., pero no contribuye en nada a mejorar la relación ni hace el menor movimiento para alejarse de ella, etc., está obviamente practicando el victimismo. La persona no suele darse cuenta de ello, ni mucho menos de las necesidades ocultas que sí va satisfaciendo. Tales necesidades son muy diversas y van, por ejemplo, desde forzar el cariño o la sumisión de su pareja o desfogar contra ella sus amarguras, hasta contrapesar sus propias inseguridades o buscar la "alianza" hostil de terceros. Etcétera. Ahora bien, dado que tales satisfacciones secretas nada tienen que ver con los motivos aparentes de sus quejas continuas, llegamos así a una primera conclusión: la función real del victimismo nunca es mejorar las cosas, sino ayudar a perpetuarlas.
No es lo mismo una víctima que un victimista. Una víctima real (p. ej., de un abuso, una injusticia, etc.) asume con lucidez y coraje su responsabilidad y hace todo lo que puede para solucionar -o al menos aliviar- cuanto antes su problema. Es su máxima prioridad y, cuando lo consigue, se calma y olvida. El victimista, en cambio, no hace nada eficaz para salir de su estado. Muy al contrario, se aferra a él con toda clase de lamentaciones, excusas y enfados, pues su verdadera intención inconsciente no es, como acabamos de ver, superar su condición, sino preservarla, explotarla con fines que el propio victimista ignora, pero a los que no está dispuesto a renunciar.
La persona victimista, para sostener su inadvertido juego sucio, necesita justificarse, racionalizar, tergiversar continuamente la realidad. De hecho, necesita negarla a toda costa. Este negacionismo constituye quizá su rasgo más patológico, pues todos sabemos que la negación es un elemento fundamental de todas las dinámicas no ya neuróticas, sino principalmente psicóticas. Negar la realidad no de forma voluntaria, no hipócritamente, sino inconscientemente, es la esencia misma del síntoma alucinatorio. Por tanto, no se puede dialogar con el victimista. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, el victimista invertirá siempre tus argumentos, encontrará el modo de deformarlos y enmarañarlos, lo aderezará con lágrimas o gritos o desprecios o ataques o amenazas y, a menos que seas extremadamente maduro, logrará confundirte y vencerte. El victimista es experto en esta clase de artimañas, pues no por nada el victimismo es un truco básico del narcisismo perverso. En otras palabras, desde el ámbito familiar hasta el político, en vez de concienciar y resolver sus contradicciones íntimas, el victimista falsifica la realidad para que cuadre con ellas.
De modo análogo a las "posiciones" descritas por Melanie Klein, podemos distinguir dos tipos fundamentales de victimistas: los dependientes y los paranoides.
Los dependientes escinden de sí mismos su responsabilidad y la delegan en las mismas personas y circunstancias de las que precisamente se lamentan, de las cuales esperan mágica y pasivamente toda clase de gratificaciones y/o "salvaciones". Son exigentes pero irresponsables, de modo que todas sus mentiras y manipulaciones están destinados a encubrir el hecho de que son profundamente dependientes de los demás. Carecen de cualquier lucidez y libertad. Es el caso, p. ej., de esas personas que lo esperan "todo" de su familia, de la pareja, de la religión, de los políticos, de los médicos, de los bancos y seguros, etc.
Los victimistas paranoides, por su parte, proyectan sus odios (de cualquier origen) sobre ciertas personas o colectivos, que seguidamente son vistos como causantes absolutos de sus desdichas, a los que por ello culparán y odiarán incesantemente. Son también exigentes e irresponsables, lo que manifiestan mostrándose siempre furiosos y litigantes, superiores a los demás, obsesionados con castigar a los "malos". Tampoco se caracterizan por su lucidez y libertad, ni por su independencia de las mismas instancias que odian. Es el caso, p. ej., de esas personas que se ofenden por todo, que ven injusticias por todas partes, que se aferran a ideologías de odio y venganza, etc.
Vemos con facilidad que ambas clases de victimistas, los dependientes y los paranoides, comparten idéntico infantilismo, es decir, similares actitudes inmaduras, pasivas y neuróticas ante la vida. Tanto los que fundamentalmente "lloran" como los que se "indignan" sueñan que las causas y remedios de sus problemas están fuera de sí mismos, de lo cual nace su ansia victimista de ser "rescatados" como bebés por los demás. Para ello renuncian a su responsabilidad, deforman a su conveniencia la realidad e inventan todo tipo de mentiras y manipulaciones -privadas y sociales- incompatibles con cualquier felicidad.
2. El victimismo social
El victimismo individual no sólo es extremadamente efectivo, sino también contagioso. Por un lado, engaña a innumerables personas que, desde su ignorancia y sentimientos de culpa neuróticos, se compadecen ingenuamente de los interminables lamentos de los victimistas. Y, por otro, atrae por identificación e imitación a gran número de otros victimistas, ya sea con las mismas quejas u otras diferentes. La sociedad entera aprende enseguida las grandes ventajas de los victimismos. Por eso éstos se politizan inmediatamente.
La mayoría de ideologías que conocemos (izquierdismos, feminismos, nacionalismos, fascismos...) son, en efecto, intelectualizaciones del victimismo. Todas ellas definen claramente unas "víctimas buenas", supuesta y completamente inocentes, y unos "verdugos malos", presunta y absolutamente culpables de la infelicidad de las primeras, las cuales deben luchar quejosa e incansablemente contra los segundos para "mejorar" el mundo. Incluso durante siglos. Ahora bien, la verdadera función de las ideologías, como la de todos los victimismos, resultará paradójicamente muy distinta de la aparente.
Cuando una persona o grupo (p. ej., de obreros, mujeres, homosexuales, extranjeros...) se responsabiliza personal y realistamente de sus problemas, recurre directamente a todos los medios disponibles (legales, sociales, reivindicativos, cambios personales, etc.) para resolverlos, tras lo cual se desmoviliza y descansa. Pero si, en vez de eso, se suma a un gran grupo ideológico con "vida propia", es decir, provisto de dogmas generales, estructuras, jerarquías, líderes e intereses no siempre evidentes, etc., entonces el sujeto, perdiendo todo su poder, se convierte en mera oveja de un rebaño. No importa si sus problemas se resuelven finalmente o no (cosa difícil de escrutar, pues siempre hay mucha otra gente luchando por los mismos fines aunque de modos diferentes, y además todo es "mejorable" y nuestra ambición no tiene límites). Lo único que ciertamente sí le ofrecerá el grupo son pastores, arengas, promesas, protección, ayudas, consuelos, autoimportancia, justificaciones, mitos y catarsis emocionales. Es decir, un cómodo victimismo autocomplaciente. Un culto permanente a la inconfesada neurosis personal, el egocentrismo, el fanatismo, la ignorancia, el miedo, la codicia, la división y el odio de unos contra otros. Una especie de religión prometedora de "cambios" y "salvaciones" externas... para que el sujeto no tenga nada interno que cambiar. Una alienación perfecta. Y esta pasividad enajenada es precisamente lo que buscan las élites del mundo.
Es un hecho silenciado, en efecto, que muchas ideologías o "ismos" actuales (victimismos racionalizados) son promovidos, financiados y rentabilizados económica y políticamente a gran escala -si no directamente diseñados- desde arriba, y no desde abajo como parece. Nada socialmente espontáneo perdura si no conviene o no es rápidamente absorbido por los poderosos. La maquinaria de éstos es tan colosal como evidente. Infinidad de instituciones, organismos, colectivos y funcionarios nacionales e internacionales difunden globalmente idénticas ideologías y "valores". Innumerables entidades, grupos y expertos se dedican profesionalmente o se benefician económicamente del negocio de los ismos, a cargo de los presupuestos. Legiones de manipuladores a sueldo falsifican sin descanso la realidad, las informaciones, los datos, las estadísticas, la historia pasada y actual, los libros de texto, etc., al tiempo que despojan de más y más libertades y responsabilidades a las personas... Etcétera. Y, mientras tanto, bajo este tsunami oficial, cualquier pensamiento o ética alternativas resultan fatalmente invisibles, o insignificantes, o se los desacredita o destruye si proliferan demasiado.
Así que los victimismos sociales, inoculados ya desde la infancia a base de desamor, sobreprotecciones, trivialidad y escapismos de todo tipo, aunque prometen a los ingenuos "mejorar" el mundo, resultan finalmente... ¡herramientas fascistas! Pues, como todos ellos deforman la realidad y enajenan las responsabilidades individuales, dan carta blanca a cualquiera que anhele dirigir rebaños. Los victimismos sociales son incompatibles con la libertad. Se limitan a aglutinar a millones de individuos dependientes y/o furiosos que, como gigantescos monocultivos, resultan así más fáciles de administrar. Su gregarismo es rebautizado eufemísticamente como socialización, colectivización, compartirlo todo, integración, solidaridad... Y, de este modo, mientras las ovejas se distraen odiando y culpando de todo a sus respectivos "lobos" expiatorios, toda clase de pastores van trasquilándolas y ordeñándolas científicamente a cambio de unos cuantos espejuelos... Lo que ha sido siempre, en el fondo, el "negocio" inconsciente entre explotados y explotadores.
***
El cuadro descrito parecerá al lector, sin duda, desalentador. Y lo es. ¿Existe, sin embargo, alguna alternativa a todo esto? En mi opinión, si los victimismos son enajenaciones de la realidad y de la responsabilidad personal, entonces sólo la recuperación de ésta y de la plena consciencia podría minimizar aquéllos y sus consecuencias. Y, así, por ejemplo:
si queremos más bienestar psicológico, no necesitamos más quejas, ni más autocompasión, ni más manipulaciones, sino más salud emocional, más lucidez, más psicoterapia;
si queremos más felicidad individual y social, no necesitamos más ideales, ni más políticas, ni más productos y entretenimientos, sino más amor desde la infancia;
si (por encima de ciertos mínimos) queremos "mejorar" nuestra vida, no necesitamos más préstamos, ni más subvenciones, ni más gastos, sino menos consumo y despilfarro;
si queremos más salud, no necesitamos más médicos, ni más fármacos, ni más ultratecnologías, sino más vida saludable, más aceptación del dolor y la enfermedad, menos miedo a la muerte;
si queremos más paz entre hombres y mujeres, no necesitamos más dogmas sexistas, ni más control policial, ni más juicios sumarísimos, sino elegir mejor a nuestras parejas, alejarnos de ellas cuando nos defraudan gravemente y aplicar las leyes existentes;
si queremos más "libertad", no necesitamos más derechos, ni más garantías, ni más reglamentos, sino más humildad, menos ego, menos dependencia emocional y económica de los mismos poderes a los que criticamos;
si queremos más "democracia", no necesitamos más truhanes, ni más pedir favores, ni más esperar milagros, sino hacerlo nosotros mismos directamente, persona por persona, casa por casa, barrio por barrio, ciudad por ciudad...
si queremos "mejorar" el mundo, no necesitamos más "solidaridad", ni más presupuestos, ni más oenegés, sino más transformaciones personales, menos ignorancia, menos complicidad inconsciente con los abusadores;
...y así sucesivamente.
Naturalmente, haría falta un libro entero para exponer estas cosas con más claridad y detalle. Ojalá, sin embargo, haya quedado suficientemente esbozado que los victimismos son parte de la neurosis humana, son un negocio ingente y son una herramienta multiuso de control social. Y que los únicos antídotos contra ello son la maduración psíquica, la ampliación de conciencia y una ética de la responsabilidad personal.