La incorporación de la tecnología a nuestras vidas hace que la necesidad y el deseo de compartir físicamente con el otro se vea mermado. Esto sin lugar a dudas, impacta sobre la propia subjetividad y la forma en que las personas conciben al mundo, el entorno y las relaciones con los demás.
Sabido es que las redes sociales dominan el entorno afectivo en muchas oportunidades, principalmente entre los grupos etarios más jóvenes. Esto termina influyendo en el comportamiento de las personas, que prefieren adoptarse actitudes de mayor reclusión porque de todos modos pueden estar “vinculados” sin necesidad de salir de sus hogares.
Incluso también los vínculos sexuales se han podido reemplazar del encuentro personal a una interacción virtual, lo que profundiza aún más esta segregación de las personas en pos de seguir relacionándose mediante las redes sociales. Sabido es que ofrecen todas las apps de citas ciertas garantías y seguridad, ofrecen inmediatez, disminuyendo la tolerancia a la espera y proporcionan una satisfacción de la necesidad que simula la noción de disponibilidad en todo momento, aunque claro está, es solo una simulación.
Todo esto lleva a generar una fuerte dependencia, saturación y confusión. Además de una forma de evitar el verdadero contacto y, por lo tanto, relaciones sociales efímeras.
De más está decir que la tecnología y las redes sociales no son herramientas malas de por sí, sino del uso y tiempo que cada persona les destina a ellas. Sabido es que en muchas oportunidades sirven como un escape de la realidad, con el objetivo de no tener que enfrentar el rechazo o la propia exposición.
Es por ello que es muy aconsejable poder ser conscientes de estas realidades, no negándolas, sino aprendiendo a vivir con ellas. Las redes sociales, la tecnología, son una realidad que no interpelan cotidianamente. Mantenernos al margen de ellas sería negar el mundo que nos rodea y no nos terminaría haciendo ningún bien.
Sí saber que el abuso o el mal uso de las redes sociales, como de cualquier cosa en el mundo, nos acarreará sentimientos confusos, malos pensamientos y una noción distorsionada de la realidad, volviéndonos adictos a una necesidad de consumo que dista mucho de lo que realmente necesitamos para ser felices.
Los vínculos sociales no siempre resultan sencillos de llevar a cabo. Requieren esfuerzos, tiempos, dedicación y concentración, pero acaban siendo, en la medida de que sean sanos, momentos felices que nos recargan de energía y nos permiten estar mejor con nosotros mismos.
Es por ello que aquí aconsejamos un uso responsable de las redes sociales, no negándolas, sino más bien incorporándolas en nuestras vidas de una manera dosificada, a fin de que seamos nosotros quiénes controlemos a las redes sociales, y no ellas a nosotros.