La señora del periódico

En esta ocasión voy a compartir con vosotros un recuerdo entrañable que guardo de algo que me sucedió este verano.

Estaba de viaje. Íbamos a pasar unos días de vacaciones con toda la familia política en Bollène, una pequeña población francesa situada al sur del país, muy cerca de Aviñón. Habíamos comenzado el viaje el día anterior para hacer el trayecto en dos días. Teníamos que recorrer todo el país desde el norte de Francia para llegar a destino y habíamos hecho noche a mitad del camino en casa de un familiar que nos había acogido amablemente. La casa estaba situada en una pequeña aldea rodeada de campo. Hacía casi 15 años que no había estado en ella y había cambiado bastante. Durante unas obras de remodelación se habían dado cuenta de que, detrás de la escayola, las paredes escondían unos muros de piedra de gran belleza que no se atrevían a datar con exactitud y que habían decidido restaurar para deleitarse diariamente. Entre esos imponentes muros, la tía Véronique había montado un coqueto taller de cerámica en el que trabajaba meticulosamente sus obras durante el tiempo libre. Tuve el placer de ir descubriendo por todas las estancias de la casa las bonitas piezas de cerámica que había elaborado con sumo cuidado.

Tras una agradable velada y un buen descanso, salimos a la mañana siguiente sobre las 10:00. Todavía nos quedaban unas horas para llegar a la casa de alquiler en Bollène, así que teníamos que continuar nuestro camino. Podíamos haber viajado en avión o en tren, pero esta vez había tocado coche, así que seguimos acumulando horas de trayecto. Era mucho tiempo sin moverse, demasiados coches, autopistas interminables, y también algunos paisajes perdidos de carretera.

Sobre las 13:00 nos paramos a comer. El reloj biológico no entiende de rutas ni de destinos. Llegamos a un pequeño restaurante que habíamos encontrado con una aplicación para móviles de esas que te aconsejan les mejores lugares para, en este caso, hacer una parada culinaria. La decoración del restaurante, más que francesa, parecía italiana. No había muchas mesas, como mucho unas 10, y todo estaba impecable. Nos instalamos en una pequeña mesa justo al lado de los baños, no era lo más cómodo, pero era la que nos había reservado la dueña del restaurante y como teníamos prisa por comer no quisimos protestar. Estoy segura de que era la dueña por su forma de comportarse. Detrás de la barra observaba todo con una mirada maliciosa y no perdía detalle. Era bastante desagradable. Un cliente tuvo la mala fortuna de preguntarle por el menú del día y ella sin muchas complicaciones y en un tono seco le dijo que lo mirara en la pizarra que para eso estaba. El señor no daba crédito, y nosotros tampoco. En ese momento entendimos, entre otras cosas, el tipo de jefe al que se enfrentaba el personal.

Entre los pocos clientes que había en el restaurante, me llamó la atención una señora que estaba sentada no muy lejos de nosotros. Estaba sola y tenía un periódico en la mano. Me quedé un poco extrañada al verla. Durante el tiempo que había vivido en París me había acostumbrado a ver a mucha gente disfrutando de momentos de ocio en soledad por lo que eso no me sorprendía, es más común de lo que pensamos, y afortunadamente es así porque hay que saber divertirse en cualquier circunstancia. Lo que me llamó la atención fue su cara. Llevaba una mascarilla de crema verde pastel muy bien extendida que dejaba ver sus ojos, su boca y su nariz. Estaba leyendo tranquilamente su periódico. No quise mirarla mucho porque ante una situación así, lo primero que te viene al cuerpo son ganas de reír. Fue entonces cuando llegó a mi mente ese personajillo diabólicamente divertido para entablar conversación con mi lado más serio y razonable:

A ésta solo le faltan la bata y las zapatillas de andar por casa, ¿de dónde se habrá escapado? _se reía el diablillo.

No seas perverso, igual se puso la crema y olvidó mirarse al espejo antes de salir_ le decía el lado razonable intentando imponer un poco de seriedad.
En ese momento me pasó por la cabeza la imagen de un video que me mandaron hace unos meses de una señora en ropa de andar por casa que llevaba puesta una mascarilla, pasaba cerca de un espejo, se veía de pasada y gritaba asustada porque visiblemente había olvidado su aspecto.

A continuación, en un intento por olvidar al diablillo malintencionado me esforcé en pensar con frialdad. Ahí es cuando llegó la curiosidad y la elaboración de hipótesis varias que pudieran darle una lógica a la intrigante situación.

A todo esto, la jefa del local se acercó a nosotros con cara de pocos amigos, acusó a uno de mis acompañantes de haber ido dejando restos de algo repugnante por el suelo y le pidió con sonrisa forzada que lo limpiara. Con cara de pánico descubrí que, por accidente, algunos restos de la materia en cuestión habían llegado hasta mis tobillos desnudos, maldito calor Mientras limpiábamos todo, percibí con alivio que eran restos de aceitunas negras que habían caído al suelo y se habían aplastado.

La señora del periódico ya estaba tomando su almuerzo. Me fascinaba esa tranquilad, con esa cara verde, absorta en su lectura, y totalmente ajena, por lo menos en apariencia, a todo lo que pudiera suceder a su alrededor. El diablillo volvió a la carga:

Cuando llegue a casa y se vea en el espejo le va a dar un síncope_ se regocijaba el pícaro personajillo.

Igual no es un accidente, ¿y si tiene algún problema de piel? ¿un problema de salud? No sabemos nada. ¡Vive y deja vivir! _ se enfadaba el otro.
Mientras comíamos no conseguía olvidarme de esa crema tan bien untada y me preguntaba si la señora tendría algún problema de salud.

Somos curiosos por naturaleza, y eso está bien, nos ayuda a avanzar en la vida. También nos encanta reír. Es importante reírse, tomarse las cosas con humor y optimismo, ver el lado bueno de cada situación. Reír estimula el cerebro y nos ayuda a afrontar la vida con paso firme. Sin embargo, este pequeño incidente me hizo recordar lo sumamente fácil que puede ser mofarse o juzgar a los demás a primera vista por situaciones que nos parecen fuera de lo común. A veces nos burlamos o criticamos lo que es diferente sin pensar. Emitimos juicios constantemente según nuestro criterio, que no tiene por qué ser el mismo que el de los demás, y nos quedamos tan panchos. A ver, ¿quién decide lo que es normal y lo que no? ¿y si lo que a ti te hace reír a otro puede causarle dolor? Quizás como seres humanos necesitamos reír y nos aprovechamos de estas pequeñas situaciones egoístamente sin valorar lo que hay detrás. Afortunadamente, la mayoría de las veces conseguimos comprender y actuar como adultos, pero en ocasiones se nos escapa de las manos y hacemos más mal que bien.

Ya veis, es sólo un ejemplo de ese tipo de situaciones que pasan por nuestras vidas y parecen carecer de importancia o ser sólo un momento divertido para nosotros, pero que para otros podría esconder un motivo de pena.

Tras terminar la comida y pagar, nos fuimos del local, contentos de perder de vista a la dueña y de seguir nuestro camino. Nunca sabré lo que había sucedido a aquella señora con la crema, pero desde entonces la recuerdo con cariño porque, quién sabe, quizás la próxima que se pasee con la crema puesta sea yo.

Fuente: este post proviene de El blog de la alimentación y cuidados naturales, donde puedes consultar el contenido original.
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