Ira dirigida al objeto interno

Ira dirigida al objeto interno


Hace casi 100 años Melanie Klein describió una forma de comprender la psique humana. Un colaborador una vez dijo que era algo parecido a una arquitectura mental y emocional. No lo voy a negar. Le llamó teoría de relaciones objetales.

Los meditadores hablaron en los mismos términos.

Siempre que lo explico, resalto que la meditación budista ha venido a llamar a las producciones mentales del mismo modo: objetos.

Qué es el objeto

Una forma de comprender nuestro mundo interno es imaginar que dentro se mueve y funciona un escenario, con sus actores, roles y su atrezo o utilería.

Llamamos objeto a cualquier parte de ese escenario, desde los actores al último tornillo que puede identificarse.

Qué es internalizar

Es el proceso descrito por la autora por el cual se introduce un nuevo objeto en mi escenario interno. No es un proceso sencillo, pues depende del grado madurativo del sistema nervioso y por lo tanto de su capacidad para diferenciar e identificar y además de su experiencia anterior y en el momento de ser “aprendida”.


El objeto, igual que se describe en meditación, no se introduce “seminalmente”, por lo que es en sí, sino con “asociados”. Se internaliza con miedo el objeto que ha hecho daño, y se reviste de otros mecanismos al mismo tiempo. O se aprende determinada relación constructiva, añadiendo a la relación en sí, un conjunto de sensaciones, lugares donde se produce, y un largo etcétera de apostillamientos y añadidos sobre la relación en sí. Esta constatación, de parte de Melanie al respecto más del contenido que de la forma, y en meditación un tanto al revés, explica mucho sobre determinados mecanismos que son tendenciosos en la especie humana.

Hoy les pongo el ejemplo de lo que ocurre (frecuentemente y normalmente solo varía en la intensidad) cuando un objeto se internaliza dañado por la ira. Con frecuencia el objeto dañado, agredido, lo es motivado por causas como la envidia o haber recibido maltrato (dejando al margen psicopatías). Sea que la acción agresiva procede de fuera (maltrato recibido) o se haya emprendido desde uno mismo (como en la envidia), a nivel inconsciente no importa si se ha actuado realmente o no la acción nociva hacia el objeto. Es suficiente con el sentimiento.

Eso significa en él, la vida de fantasía inconsciente (aunque muy real para él mismo), nuestro objeto llega herido y en permanente agresión por nuestra parte. Podríamos decir que ese es su asociado al internalizarse.

Así, en el escenario hacemos daño a dicho objeto, que vive ahí, en uno mismo, pero no carece de vida, aunque sea eliminado (deceso) en el máximo grado de agresión. EL objeto sigue vivo y continuamente agredido por el inconsciente.

Ese objeto actúa, pues, en consecuencia dentro de uno mismo, defendiéndose o reproduciendo si fue agresor al tiempo, causando un daño sutil, porque más allá de lo que exprese el sueño o temor preconsciente, mina nuestro bienestar, disminuye la energía disponible e incluso puede magnificar poderosamente el motivo original por el que muestro mi ira: ser aún más agresivo o aún más envidiado. Eso significa redoblar la propia agresividad hacia el objeto que tan presente está y tanto daña y según la evolución de uno mismo y la intensidad genética heredada, implica sentir al objeto como perseguidor dentro, herido y agresivo.

Cuando estos objetos son primarios, esto es, pertenecientes a los primeros años de vida y constitutivos de las primeras relaciones, la cuestión se complica por lo sensible y necesario que se hace amarles y por lo que significan como fundamento de la propia personalidad.

En meditación se determina que el aferramiento es fuente de sufrimiento, y en este caso queda bien claro. No dejar pasar y saber reparar la situación que haya llevado a la ira, al menos dentro, tiene una consecuencia psíquica relevante.

Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.

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