Cuando hablamos de intuición, ¿sabemos en realidad a qué nos estamos refiriendo exactamente?, ¿es quizá una forma de clarividencia?, ¿es el instinto que nos habla a su manera?, ¿acaso un presentimiento?, ¿o tal vez una especie de olfato único que mezcla certeza, sagacidad y perspicacia?, ¿algo que nos hace ver con nitidez aquello que otros pasan por alto? Me preguntaban estos días por ello y creo que probablemente sea un cóctel que aúna un poco de todo lo anterior. +
Lo cierto es que parece que la intuición no entiende de lógica, ni tiene necesidad de ella. Somos nosotros, los seres humanos, los que pretendemos darle un razonamiento sensato y racional a todo lo que acontece. Pero tal vez este concepto vaya un poco más allá de todo lo anterior.
A primera vista, podría decirse que la intuición es un tipo de discernimiento o conocimiento que florece y se manifiesta en nuestro interior pero que, curiosamente, parece no haber sido “creado” de forma previa, al menos de forma consciente, de manera que, en la mayoría de los casos, cuando surge no es algo que podamos explicar de forma fácil.
Lo más curioso de todo es que cuando una intuición nos acecha ni siquiera somos capaces de explicar el motivo por el que hemos llegado a ese conocimiento o discernimiento. Directamente pensamos que es una suerte de presagio. Aparentemente, no estamos proyectando ninguna idea que tengamos a priori en la mente, sino que espontáneamente ciertas sensaciones irrumpen en nuestro interior en forma de imágenes, ideas, conceptos o representaciones que nos inundan y, de alguna forma, nos avisan o crean una certeza sobre algún tema en cuestión. ¿Cuántas veces nos ha pasado estar pensando en una persona en concreto y que esa misma persona te llame por teléfono a los pocos minutos de haber tenido ese pensamiento? Yo te respondo. Decenas de veces y con personas muy distintas.
Sin embargo, y a pesar de lo que pueda parecer, detrás de las intuiciones sí existe todo un mecanismo lógico deductivo un poco más complejo de lo que creemos. Lo que ocurre es que, como las decisiones que tomamos en base a esas intuiciones son tan rápidas, los humanos tendemos a pensar que brotan de la nada. Creemos que algo en lo más profundo de nuestro ser nos susurra la contestación adecuada, cuando en realidad no es así. ¿Qué ocurre entonces? Lo que ocurre es un proceso muy rápido en el que nuestra mente reconoce ciertos patrones o ciertas variables constantes que nos posibilitan tomar esas decisiones de una forma muy ágil y ligera. Es un hecho totalmente imperceptible para nuestra mente consciente. Cada día, nuestra mente capta muchísima más información de la que podemos recordar si quiera. Pero está ahí, almacenada. Y toda esa información guardada nos influye a la hora de actuar, percibir y tomar decisiones, aunque no seamos conscientes de ello.
Esas variables constantes o patrones surgen en la mente del ser humano por hábito, por práctica, por experiencia pura y dura. Podríamos resolver entonces el misterio de la llamada de teléfono de la que hablábamos anteriormente simple y llanamente por anticipación, por nuestra propia experiencia de la realidad. Obviamente, este no es un sistema cien por cien seguro y fiable, ya que la intuición puede verse alterada, y mucho, por ejemplo por nuestros estados emocionales. Por ello, aunque la intuición suele ser una herramienta potente, no es más que eso, una de las muchas herramientas con las que el hombre cuenta para poder salir al paso de las miles de circunstancias cotidianas, sobre todo cuando de dar respuestas rápidas se refiere. Sin embargo, muchas situaciones requieren tiempo, reflexión y una toma de consciencia plena y absoluta para poder tomar la mejor decisión posible.
No hay soluciones definitivas para todos nuestros problemas cotidianos porque son muchas las variables involucradas. Lo ideal sería hacer balance entre la corazonada y la lógica. A veces pesará más una que otra. Lo que queda claro es que, inevitable e irremediablemente, siempre estaremos en la irónica dicotomía “corazón-mente”. De ti depende hacer que pese más una u otra.
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.