La lejanía del puesto de trabajo respecto al lugar de residencia y las jornadas laborales partidas obligan a muchos trabajadores a comer fuera de casa. La mayoría de las veces se opta por comer algún tentempié en restaurantes de comida rápida o algún menú, siendo especialmente descuidados con nuestra dieta y con el aporte calórico. Evitar los excesos de grasa y las bebidas azucaradas puede ser clave para que comer fuera de casa no signifique ganar kilos.
La primera recomendación, y la más obvia, es evitar la comida rápida. Las hamburguesas, bocadillos y pizzas tienen gran cantidad de grasa e hidratos de carbono que perjudican nuestro organismo, ya que son lo opuesto a una dieta sana y equilibrada. Si tenemos que recurrir a este tipo de establecimientos, siempre que sea en contadas ocasiones, o bien tener en cuenta otras opciones como ensaladas.
En cualquier caso, siempre que podamos, tenemos que dar prioridad a restaurantes de comida casera y variada. En los menús tenemos que hacer un buen conjunto con el primero y el segundo. Por ejemplo, si el primero es un plato fuerte, como un guiso, el segundo debe ser ligero (algo a la plancha). Si el segundo es verdura o ensalada, ricos en fibra, el segundo puede ser el aporte de proteínas que nos falta: pescado o carne.
También hay que evitar comer demasiado pan. El cereal es una excelente fuente de fibra e hidratos de carbono, pero no conviene abusar. Con una pequeña pieza tenemos suficiente. Hay que limitar el consumo de postres: un café, una infusión o una pieza de fruta de temporada será la mejor opción para acabar bien una comida.
Intentaremos comer siempre a la misma hora y dedicarle al menos 40 minutos, ya que comer deprisa sin apenas masticar produce malas digestiones. Si hacemos de la comida un momento de relax, para disfrutar de la comida y de una animada charla con compañeros o amigos, conseguiremos por un momento olvidarnos de las tensiones laborales.
Elegir el sitio
Debemos cuidar bien el lugar donde comer. Un local con mucho público no sólo es indicativo de que la comida que sirven es buena, además garantiza que los menús se consumen y que no se dan platos preparados del día anterior. Conviene, asimismo, evitar lugares donde la higiene no se cuide especialmente y mucho más en verano. En esta época debemos tener mucho cuidado con comer salsas o huevo fuera de casa, porque se corre el riesgo de sufrir gastroenteritis o salmonelosis.
Tampoco es recomendable comer en aquellos restaurantes donde los alimentos estén recalentados o que se cocinen con el aceite que se usa para todo tipo de alimentos. Si un plato caliente se sirve frío es mejor rechazarlo, ya que significa que se ha dejado enfriar al aire, con el riesgo de que las bacterias se reproduzcan.
Beber agua
El agua debe ser la alternativa a los refrescos. Este tipo de bebidas están muy azucaradas, y además tienen gas, que no favorece la buena digestión. Los licores de sobremesa provocan somnolencia y no son adecuados para después de trabajar. Lo mejor es el agua, y más en verano, una época en la que el cuerpo requiere hidratarse constantemente. También es recomendable tomar un vasito de vino en la comida.
De hecho, recientemente, el periódico británico 'The Guardian' publicaba que un hospital británico administra a diario un par de copas de vino tinto a los enfermos del corazón para que se beneficien de sus cualidades antioxidantes. Según muchos estudios científicos, beber vino con moderación reduce un 50% el riesgo de sufrir infartos.
Un paseo hasta el trabajo
Después de comer no sólo entra sueño, sino una incómoda sensación de pesadez. Para los que no puedan disfrutar del placer de una breve siesta, una solución es dar un paseo hasta el lugar de trabajo. Una actividad física ligera contribuye a facilitar en gran medida la digestión.
Para hacer más soportable la espera hasta la hora de comer, tenemos que recurrir a pequeños tentempiés a media mañana. La fruta o los yogures pueden saciar nuestro apetito hasta el mediodía, reduciendo la sensación de hambre y la posibilidad de que nos demos un atracón. Esta recomendación se puede hacer extensible a la merienda y, cómo no, a la cena. Cuando comemos fuera de casa, la cena se convierte en una comida esencial.
En la cena podemos introducir los alimentos que faltan durante el resto del día. La cena siempre será ligera y baja en grasas, aprovechando para tomar sopas y consomés caseros, verduras cocidas o rehogadas, ensaladas frescas, pasta fría y pescados blancos.