En nuestro imaginario sobre sexualidad, normalmente no solemos contemplar a aquellas personas con algún tipo de discapacidad o diversidad funcional. A veces, las diferencias pueden estar en lo intelectual, otras, en lo psíquico, lo físico, lo sensorial…
Cuando se habla de discapacidad y sexualidad, es frecuente que el fantasma de los riesgos y los miedos sobrevuelen nuestras cabezas, ya que el tipo de discapacidad que solemos imaginar es la intelectual. De hecho, paradójica y habitualmente aparecen dos tipos de concepciones curiosamente contrapuestas:
– Por un lado, aquellas que conciben a las personas con diversidad funcional como ángeles sin sexo ni sexualidad, sin instinto, sin deseos ni capacidad de disfrute.
– Por otro, las que hacen hincapié en todo lo contrario, concibiéndolas como personas con mucho impulso, que no se cortan.
En ambas situaciones, la respuesta suele ser la misma: silencio y sobreprotección. Para no despertar la erótica aparentemente dormida o bien para todo lo contrario, para intentar acallar ese impulso que puede estar presente, o no, en todas las personas.
Si concebimos el sexo como aquello que se hace, muchas personas no entrarán dentro del juego, ya que, al margen de que exista una discapacidad, no mantendrán prácticas eróticas.
Si concebimos el sexo como aquello que se es, como hombres y mujeres que somos, el círculo se amplía y jugamos todos y todas. Independientemente de las prácticas que se realicen (si se realizan), todxs somos hombres o mujeres e interaccionamos, por lo tanto, somos personas sexuadas y tenemos sexualidad desde que nacemos hasta que morimos.
En cuanto al abordaje de la sexualidad en el diverso mundo de la discapacidad, en demasiadas ocasiones, no se realiza educación sexual porque ésta se concibe como dar ideas. Lejos de protegerles, sin información, lo único que se consigue es hacerles más vulnerables.
Realmente, no habría que diferenciar una educación sexual para personas con/sin discapacidad. En ocasiones, habrá que adaptar la información o trabajar con materiales específicos para determinados colectivos, pero el derecho a una educación sexual es universal y deberá ser accesible para toda la población si deseamos hacer de la inclusión, una realidad social.
Bárbara Sáenz Orduña. Sexóloga en Serise Sexología.
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