NO, LA RESILIENCIA NO ES LA SOLUCIÓN A TODOS TUS PROBLEMAS

Al igual que cualquier aseveración sacada de contexto se transforma, sucedió lo mismo con una de las más famosas citas del filósofo Friedrich Nietzsche, quién escribió aquello de “lo que no te mata, te hace más fuerte”. Lo que muchos no saben es que este no era el final de tan grandiosa frase sino que seguía, añadiendo, que “pero te hiere de gravedad y te deja tan apaleado, que luego aceptas cualquier maltrato”.

A pesar de la dura campaña de positivismo emprendedor que comenzó con la crisis del 2008, una realidad trasciende a cualquier mensaje de superación que pueda existir; los traumas y el duelo no se esfuman de un plumazo por mucho que lo deseemos. ¿Qué ayuda? Claro que sí, pero sin una adecuada atención sanitaria, la resiliencia se agota.

Te explicamos por qué la resiliencia no es la solución a todos tus problemas y qué sí que lo es.

Cuando la resiliencia falla en la infancia

Se habla mucho de la resiliencia y no es para menos ya que en una sociedad que está viviendo su segunda crisis global en poco más de una década, sí no existe adaptación al medio, la enfermedad mental está garantizada.

Sin embargo, se está empleando este término como un sustituto de los protocolos sanitarios a nivel psicológico y psiquiátrico, lo cual puede resultar peligro.

Veamos, según Theis y Cyrlnick, y tal y como expusieron en sus respectivos trabajos a principios de los 200 sobre resiliencia, existen una serie de factores protectores que nos convierten en personas resilientes y que parten de la infancia.

Durante la niñez, se emplean recursos (como un C.I elevado o una alta autoestima) que están directamente relacionados con el apoyo social en la familia y una buena relación con los padres.

Muy lógico todo pero, ¿Qué sucede con los traumas infantiles, juveniles o adultos que han sido producidos justamente por los padres y han impedido que se desarrolle una resiliencia?

Básicamente la resiliencia se asemeja a la asertividad. Son habilidades deseables pero no fluyen naturalmente sino que dependen enormemente del entorno que te ha creado.


Por ello si un adulto asegura que lo que no le ha matado le ha hecho más fuerte, posiblemente se deberá a que ha recibido una adecuada asistencia psicológica en algún momento de su vida, o bien, a que ha ocultado su trauma para poder seguir adelante (y todos sabemos que eso de guardar en lo más profundo de nuestro ser los duelos patológicos, los abusos y demás no resulta).

La resiliencia no significa sonreír a cualquier adversidad sino afrontar una situación libre de autoengaño

Las dos crisis que hemos vivido en tan solo las primeras décadas del siglo XXI nos dan una poderosa lección y, si bien es cierto que en los momentos oscuros debemos albergar cierto optimismo, no podemos olvidar ser realistas, y sobre todo, permitirnos emociones negativas como la tristeza, el estrés o la ansiedad.

Los medios de comunicación nos condicionan para que mostremos la felicidad en cada publicación en redes sociales o para que seamos positivos, incluso cuando nuestra propia supervivencia está en entredicho.

En estos casos, nos debemos permitir el duelo, la pérdida, el trauma y no cerrar los ojos frente a las dificultades. A fin de cuentas, el autoengaño nunca fue un compañero de vida.

Autora: Álex Bayorti (colaboradora de nuestro blog)

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