Fernando terminó de desayunar y volvió a su habitación a recoger las llaves del taller. Todo estaba en silencio. Su hija de ocho años dormía en la habitación contigua a la suya y su mujer en otra un poco mas retirada, la de matrimonio.
Todavía quedaba tiempo para que se levantasen y su mujer llevase a la niña al colegio recién estrenado.
Bajó a la planta baja donde tenía el taller y enseguida se puso a trabajar. Quedaba algo más de dos horas para las nueve, a esa hora abría todos los días la puerta exterior del taller al público. Adoraba su trabajo de mecánico de coches y estaba orgullosísimo de haber podido abrir aquel pequeño taller que le daba sobradamente para comer a él y a su familia. Su trabajo y su hija eran sus auténticas pasiones.
El tiempo transcurría volando cuando estaba entre los coches y debían de ser cerca de las nueve porque su hija apareció repentinamente y saltó sobre su cuello para darle un beso. Fernando le devolvió el beso lleno de alegría diciéndola que se iba a manchar de grasa, la niña enseguida, volvió a subir a la casa donde con toda seguridad, su madre ya estaría preparada para llevarla al colegio.
Apenas hablaba ya con su mujer, sólo lo necesario y principalmente sobre la niña, y desde hacía ya algunos meses, ya muchos, ni siquiera dormía con ella. Todo había terminado aunque seguían viviendo en la misma casa. No sabía cuánto tiempo podría durar aquella situación, pero beneficiaba a la niña y ellos dos lo aguantaban, gracias al pacto que había surgido entre ambos, sin apenas palabras y sin ninguna firma. Él le daba una buena cantidad de dinero todos los meses para la manutención de los tres y ella, continuaba haciendo las tareas del hogar como si tal cosa. Era gracioso, parecía como si hubiese pasado de ser su mujer, a ser su empleada del hogar. Fernando pensaba que su mujer aceptaba aquel pacto sin papeles, por miedo a enfrentarse ella sola a la vida; desde que se casaron no había trabajado en nada y se había amoldado perfectamente a que él administrase todos los ingresos que les proporcionaba su sueldo de mecánico primero y más tarde el taller. Ahora ella tenía treinta y cinco años y muy pocas salidas e ilusiones para ganarse la vida. Ella era sin duda la que más estaba sufriendo con aquella situación y él se consideraba culpable, si culpable era haber dejado de sentir por ella, lo que sintió hacia ya muchísimos años y que poco a poco, se había ido apagando irremediablemente.
A las nueve y cinco llego José, su empleado de confianza y nuca mejor dicho, porque José con 26 años, era una persona completamente responsable como se lo había demostrado en el tiempo que llevaba trabajando para él, haciéndose cargo incluso del taller cuando Fernando tenía que ausentarse por cualquier circunstancia. Además, pronto se iba a convertir en un fenomenal mecánico.
La mañana transcurrió con normalidad, igual que otras muchas en las que Fernando y José trabajaban poniendo toda su ilusión y su capacidad en reparar los automóviles que la gente dejaba en el taller depositando su confianza en ellos.
Fernando colgó el teléfono después de atender la llamada de un cliente y se disponía a salir del pequeño cuarto acristalado, construido en un rincón del taller y que hacía las veces de oficina, cuando sonó la musiquilla del móvil situado en la mesa escritorio, junto al teléfono fijo. El mecánico cogió el aparato.
-¿Dígame?
-¿Fernando? -pronunció una titubeante y dulce voz femenina al otro lado de la línea telefónica-. ¿Puedo hablar con Fernando?
Fernando quedó momentáneamente sorprendido al escuchar la suave, bonita y algo temblorosa voz que como una fresca, agradable y efímera brisa de verano en medio del sofocante calor, pareció traerle gratos e inolvidables recuerdos, pero enseguida salió de su pequeño atolondramiento y dedujo que se trataría de una joven mujer a la que algún conocido había dado el número de su móvil y que querría saber cuándo podría llevar su vehículo a reparar.
-Yo soy Fernando, ¿en qué puedo ayudarla? -preguntó con su voz fina y chillona.
-Hola Fernando, soy Sofía, no sé si me recordarás -dijo la voz muy pausadamente, intentando controlar los invisibles nervios-. Estuviste tomando unas copas en... en el lugar donde yo trabajaba.
A Fernando se le aceleró el pulso de una manera incontrolable y notó como un sofocante y repentino calor invadía todo su cuerpo. Sofía. Claro que la recordaba. Desde que la vio por primera vez a mediados de agosto en aquel club de Madrid, había pensado en ella en muchas ocasiones. Aquella preciosa y tierna rusa... Había ido a aquel sitio de casualidad, invitado por un conocido al que reparó su coche de manera óptima. Le contó que en aquel sitio solo se veían jóvenes preciosidades, y tenía razón. Una gran cantidad de chicas jóvenes y guapas poblaban aquel lugar, pero cuando Sofía se acercó a él, ya no se fijó en ninguna mas, pues además de ser guapísima y tener un cuerpo de vicio, parecía ser un encanto de persona a pesar de que en algunos momentos parecía estar triste y en algún otro lugar muy lejos de allí.
En principio no pensaba volver por aquel lugar que le pillaba bastantes lejos de su casa y tenía muchos clubs bastante más cerca donde, aunque quizá no tanto, también había atractivas mujeres. Pero no pudo resistir la tentación de volver a aquel sitio, exclusivamente para ver de nuevo a Sofía y poder abrazar y besar aquella suave y tersa piel, sentir la proximidad de aquel cálido cuerpo llegado de la gélida Rusia y..., fue fantástico hacer el amor con ella, poder poseer aquel excitante cuerpo, sentirse dentro de aquella maravillosa joven. Claro que la recordaba e incluso tenía en mente volver a visitar el chalet donde trabajaba.
De lo que no se acordaba era de haberle dado su número de teléfono, pero no le extrañó, porque pensaba que cuando estaba al lado de aquella mujer y en combinación con los cubatas que hubiese tomado, le hubiese dado cualquier cosa que ella le hubiese pedido sin la más mínima objeción.
Pero desde luego nunca hubiese imaginado que le llamaría.
Intentó calmar su estado de ansiedad y de excitación provocado por la inesperada y regocijante llamada de la chica rusa.
-Claro que té recuerdo Sofía, aunque me ha pillado desprevenido tu llamada. No la esperaba -dijo con una mezcla de nervios y alegría-, pero bueno, ¿cómo estás?
-Bien, muchas gracias -Fernando no pudo ver la preciosa y angustiosa sonrisa que se dibujo en los labios de Sofía, en ese momento algo más tranquila-. Bueno, bien del todo... Regular, necesito ayuda de alguien. Por eso te llamo.
Fernando guardó silencio. No esperaba aquello. Se había hecho la ilusión de que aquella joven le llamaba porque añoraba su compañía y tenía ganas de volver a verle, esta vez fuera del club. Se había imaginado en muy pocos, pero agradables segundos, como sería su vida en compañía de aquella preciosa joven. Pero le pedía ayuda, ¿qué clase de ayuda? Seguramente dinero. Desde luego podía desear mucho a la joven y cuando la tuvo entre sus brazos, sin duda hubiese hecho cualquier cosa por ella. Pero ahora, tan solo escuchando su voz por teléfono, no se iba a dejar exprimir por una p..., porque al fin y al cabo eso era, una prostituta.
-¿Fernando? -sonó la voz de la joven con cierta inquietud.
-Sí, y en qué té puedo ayudar.
Sofía inmediatamente notó que la voz del hombre se había hecho más tosca y áspera sin entender mucho el porqué. Se sintió aún más abatida y desconsolada. Pensó en colgar el teléfono e irse directamente a un bar a tomarse algún combinado de whisky.
-Tengo que ir a Barcelona -continuó tristemente convencida de que estaba perdiendo el tiempo-, pero apenas conozco Madrid, sus normas y como salir de aquí; necesito saber cómo se puede viajar hasta allí... Pensé que tú me podrías informar.
No quería su dinero. Fernando se volvió a alegrar de que la joven se hubiese acordado de él. Aunque ya no la podría ver más. Se iba de Madrid. A Barcelona... Se quedó sin saber muy bien que decir e intentó improvisar rápidamente, aunque habló más con el corazón.
-Te vas. Entonces no té volveré a ver.
Sofía no pudo evitar volver a sonreír.
-Quiero empezar una nueva vida trabajando en otra cosa, lejos de aquí.
-Aquí en Madrid hay un montón de cosas que podrías hacer que no fuese, bueno lo que hacías hasta ahora -sugirió Fernando.
Sofía permaneció indecisa, pensando que aquella conversación no iba por donde ella hubiese deseado.
-Tal vez, pero aquí hay personas que no me gustaría volver a ver nunca y que ellas no me vuelvan a ver a mi -dijo sin saber si sería bueno decir aquellas cosas al hombre que tenia al otro lado del teléfono-. Me han hablado que Barcelona es un ciudad grande donde una persona como yo puede encontrar un trabajo con cierta facilidad.
-Comprendo -se le ocurrió decir a Fernando-. ¿Y ya tienes pensado en lo que quieres trabajar?
-Compraré periódicos y miraré los anuncios de trabajo -dijo Sofía recordando cuando en el piso de la calle Estrella ojeaba sorprendida la gran cantidad y variedad de anuncios de toda clase que aparecían en los periódicos de aquel país.
Entonces, a Fernando, se le ocurrió una idea y nuevamente la cabeza se le volvió a llenar de imágenes suyas acompañado de la bella joven, esta vez recorriendo las calles de la ciudad condal, para terminar acostándose juntos en alguna acogedora habitación de algún bonito hotel de la misma ciudad.
-Sabes, yo nunca he estado en Barcelona -dijo rápidamente antes de que la vergüenza le impidiese dar a conocer su idea a Sofía-. Qué te parece si te llevo hasta allí, pasamos unos días juntos y después me vengo y no te vuelvo a molestar.
Sofía se quedó paralizada. Había intentado imaginar de mil maneras cómo reaccionarían esos hombres cuando ella les llamase para pedir su ayuda, pero no había imaginado una respuesta como aquella. Aunque imaginaba con qué intención se ofrecía.
-Yo..., agradezco tú ofrecimiento Fernando, pero ya té he dicho que no quiero volver a trabajar como prostituta.
-No, no..., como amigos. Ya té he dicho que no conozco esa ciudad. La vemos juntos y té ayudo en lo que pueda a encontrar tú nuevo trabajo. Olvidando por completo tú antiguo trabajo y sin que tengas ningún compromiso conmigo -dijo Fernando intentando ser sincero, aunque en su interior nació muy rápidamente la certera esperanza de que si la llevaba a Barcelona terminaría acostándose con ella, pues al fin y al acabo había sido una p... que se había tirado a cualquier tío por su dinero, y que menos que agradecerle lo que iba a hacer por ella con algún polvo y probablemente gratis.
El silencio recorrió la línea telefónica en ambas direcciones.
Sofía no había esperado aquel ofrecimiento ni por lo más remoto. No sabía si aceptarlo. Aquel hombre no parecía de los que pudiesen hacer daño a nadie. Lo más cómodo seria hacerlo, por supuesto, y que aquel hombre la llevase hasta Barcelona, pero ¿y si luego el hombre consideraba aquello una especie de relación amorosa y no la dejaba en paz? Desde luego ella no quería nada con él y menos ahora que había decidido dejar atrás toda aquella porquería e intentar salir de aquel mundo. Pero la cantidad de complicaciones que se quitaría del medio si aceptase... Tenía que decidirse rápidamente.
-No quiero ponerte en ningún compromiso Sofía -continuó Fernando al ver que la chica tardaba en responder-, sólo quiero ayudarte, si no te parece bien lo olvidamos ahora mismo y té digo lo que quieras saber de cómo puedes llegar hasta allí.
-No es eso, es que... -dudó la joven-, está bien, si quieres llevarme de acuerdo, pero como amigos.
-Claro, como amigos -Fernando se llenó de una gran satisfacción y mentalmente comenzó a hacer los preparativos en aquel mismo instante-. ¿Y cuándo tenias pensado irte?
-Me gustaría irme ahora mismo -escuchó el mecánico como decía la joven con decisión.
-Escucha Sofía, tengo que dejar algunas cosas atadas antes de que nos vayamos. En esta tarde lo solucionare todo. ¿Qué te parece si salimos mañana a primera hora? ¿A las seis o las siete?
Mañana... A Sofía enseguida le vino a la cabeza la idea de qué tendría que deambular otro día por aquellas calles y buscar otro lugar donde pasar la noche.
-Sofía, ¿té parece bien a las siete? -insistió Fernando.
-Sí, de acuerdo -dijo débilmente lanzando un suspiro imperceptible-. ¿Y dónde nos juntamos?
-Dime donde vives y pasaré a recogerte a las siete en punto -dijo el hombre con una gran ilusión.
Nuevamente la joven se encontró confusa. ¿Qué debía decirle? Echó una rápida mirada a su alrededor y dijo:
-Cerca de la calle Doctor... Doctor Esquero.
-Doctor Esquerdo -corrigió Fernando-. Muy bien, y ¿a qué altura?
-¿A qué altura? No comprendo muy bien...
-Esto, perdona -rió Fernando-. No me acordaba de qué no eres de aquí. Por qué zona de la calle, quiero decir.
-Ah ya -Sofía dudó un instante y se quedó mirando pensativamente como una nueva moneda se perdía por la estrecha ranura haciendo que el montón de monedas disminuyese nuevamente su tamaño, ya reducido de manera notable-, la verdad es que no lo conozco demasiado bien. No salgo mucho y...
-Bueno mira -dijo Fernando-, pregunta por la Plaza Manuel Becerra que todo el mundo la tiene que conocer y espérame junto a una boca del metro, ¿té parece bien?
-Me parece bien -dijo la chica con resignación, si iba a aceptar que aquel hombre la llevase hasta Barcelona, tampoco podía pedirle que saliesen en aquel mismo instante. Comprendía que tuviese que solucionar algún asunto antes de viajar.
Se despidieron hasta la mañana siguiente y Sofía apuntó el nombre de la plaza donde debían de encontrarse, sin tener conciencia de qué hacía muy poco tiempo había rondado por aquella plaza en compañía de sus supuestos amigos.
Fernando salió de la pequeña oficina del taller con un gran regocijo en todo su ser, tan solo unos minutos antes no hubiese podido imaginar ni por lo más remoto que iba a realizar un sensacional viaje con una bellísima joven con las que tenía muchas --muchísimas-- posibilidades de pasarlo maravillosamente.
Se acercó a José que estaba incrustado en el motor de un fíat de once años, y rodeándole los hombros con su brazo, le dijo:
-José, me tienes que hacer un gran favor -le unía una gran amistad con su empleado, que a pesar de ser unos cuantos años menor que Fernando no había sido obstáculo para compartir, además del grato trabajo en el taller, muchas noches de juerga, sobre todo desde que su matrimonio se hubiese roto definitivamente.
El mecánico le contó a su empleado que tenía que salir de inmediato durante unos días, no sabía exactamente cuántos, a Barcelona, aunque no le dijo que era con una antigua prostituta. ?Ya té contaré? le prometió. Le pidió que se hiciese cargo del taller durante esos días como ya había hecho en alguna ocasión, y le dijo que le recompensaría generosamente. José aceptó de buen grado diciéndole que no se iba a enterar de lo que le hablasen los catalanes.
-Cuando llegue allí te llamaré y si hay algún problema me llamas al móvil -dijo Fernando por ultimo.
La cuestión del taller estaba solucionada. Ahora debía decir algo a su mujer.
Llegó la hora de la comida y cerraron el taller. Fernando subió al piso de arriba donde su mujer y su hija ya estaban listas para la comida. Dio un cariñoso beso a la pequeña y saludó muy escuetamente a su esposa sin que ésta contestase.
Comieron en silencio, como todos los días en los últimos meses y salvo cuando Fernando no comía en algún bar; tan solo hablaban para atender los ruegos y preguntas que la niña les hacía.
Terminaron de comer y la niña corrió a su habitación a jugar, aprovechando que aún no tenia colegio por las tardes; la mujer de Fernando comenzó a recoger la mesa y éste se quedó mirándola disimuladamente; era algo más baja que él, un metro cincuenta y tantos centímetros y había engordado varios kilos desde que se casaron, por lo que su cuerpo se había ensanchado notablemente. Pensó en la joven rusa mientras se levantaba para ayudarla. En la cocina, y al tiempo que dejaba los vasos en el fregadero, le dijo sin mirarla y mientras ella permanecía de espaldas a él:
-Tengo que salir fuera unos días -guardó silencio esperando con cierto temor y sin saber muy bien que contestaría si su mujer le preguntaba dónde y porqué. Su mujer no habló-. José se hará cargo del taller. Si necesitáis algo ya sabes el numero del móvil.
Fernando con cierto aire de apesumbramiento, dio media vuelta lanzando un débil hasta luego.
Su mujer se quedó fregando los cacharros de la comida. Quizá lloraría desilusionada. Quizá no tanto por el hecho de que su matrimonio estaba roto, como por el hecho de que la vida cada vez le ofrecía menos alicientes para ser feliz. Quizá lloraría porque la senda de la vida no transcurría por donde ella había imaginado hacía muchos años atrás.