¿Te has parado alguna vez a pensar cuánto pesa tu vida?, ¿cuánto cargas en tus espaldas? Aun no siendo pitonisa, me atrevo a vaticinar que en general, nadie quiere lidiar con esta pregunta.
Mucho me temo que, bien sea por conocer de antemano la respuesta, o bien sea por ser conscientes -a partir de ahora- de algo que antes estaba bien cubierto con un tupido y espeso velo, nadie está preparado al cien por cien para responder estas cuestiones. Ni si quiera de lejos. Algunos dirán que es mejor no tocar nada y dejar todo como está. Pero ¿qué puedo hacer? Yo soy de esas personas a las que les gusta abrir los melones más polémicos.
Según veo y hasta donde alcanza mi inteligencia, puedo decir que mucho de la respuesta a esta pregunta gira en torno a la cara que tiene ese peso. Me refiero a caras tan familiares como el trabajo, la familia, los hijos, las necesidades propias (y las exigencias ajenas), el pasado, la culpa, la falta de autoestima... En fin, un largo etcétera al que podríamos añadir las cargas emocionales. Pero sólo he dicho que “podríamos”. No quiero ensañarme. Con lo que, volviendo a la idea principal, no me queda más remedio que preguntar; ¿qué pasa con tu propio yo?, ¿qué hay de ti mismo?, ¿son estas caras una rémora que dificultan tu propio desarrollo personal?
Aunque algunos carguen con gusto dichos pesos, sé de buena tinta que otros no. Y eso sin olvidar el grupo de los políticamente correctos. Aquellos que piensan que serán condenados por reconocer abiertamente que, aunque quieran a la familia, a los hijos o les encante su trabajo, de alguna manera, todo ese peso junto acaba por generar dificultades, obstáculos y trabas en la vida personal. Mucho me temo que sea cual sea el caso, al final uno se deja un poco de lado, -en un discreto y olvidado segundo plano- para poder lidiar con lo demás. Por tanto la respuesta es sí; el desarrollo personal se deja en la retaguardia en pos del progreso y el avance de esos pesos que hay que sacar adelante. Y el final ya se sabe: un cierto regusto a malestar interior que uno no sabe muy bien de dónde viene, pero sí nota que hace mella con el paso de los años.
Indiscutiblemente, el peso es grande y con el tiempo esto acaba por tener su reflejo en una falta de confianza en las propias capacidades, así como en la aparición de miles de inseguridades que, siendo la construcción de la vida de otra manera, no tendrían por qué estar ahí. Los famosos “y si” que tantas veces hacen su aparición en forma de autoreproche. Siento decir que el motivo no es otro que el cúmulo de exigencias que esos pesos nos generan, junto con las demandas autoimpuestas de estar siempre a su altura y a la de las expectativas creadas -propias y ajenas-.
Y es que creo que somos la única especie que se empeña en mantener estructuras -por cultura, tradición o por impuestas de muy lejos- que no nos sirven. O al menos no a una gran mayoría. Y espero que no haya confusión, pues con ello no pretendo exaltar a la población a la ruptura, ni hacer apología de ella en ningún plano. Simplemente compruebo que nos aferramos a configuraciones y a sistemas que se dejan en evidencia por sí mismos y que al final van en detrimento de nuestra propia evolución individual. Quizá estas estructuras estén bien para unos, pero desde luego no son válidas para todos. Supongo que de ahí viene la frase “¿y qué he hecho yo los últimos diez años de mi vida?”...
Comprendo que no sabemos hacerlo de otra manera. Así nos han enseñado. Generación tras generación. Desde que el hombre es hombre tenemos las mismas estructuras sociales. No hemos innovado prácticamente en nada. En otros casos, es el contexto perfecto para no enfrentarse a uno mismo. Y en otros, la mezcla de ambos: seguir la inercia de los tiempos junto con la mirada siempre puesto en lo ajeno en vez de en lo propio.
Por ello, creo firmemente que debe existir primero el compromiso con uno mismo. Y no hablo de egoísmo. Si nos diéramos el tiempo necesario para reflexionar y para estudiarnos a nosotros mismos con nuestros defectos y nuestras virtudes, seríamos mucho más eficientes a lo largo de toda nuestra existencia. Aquellos que realmente lo tuvieran claro, escogerían seguir los patrones ya diseñados, pero siempre como opción personal. Aquellos que quisieran innovar no tendrían que sentirse mal por no encajar. Sería una opción igual de respetable que seguir la tradición. Así, entiendo que la solución pasa por armonizar la voluntad propia de llevar una vida equilibrada y estable, con el respeto por la propia esencia. Y es que sólo en la conjunción de ambos factores, nos encontraremos en verdadera sintonía con el mundo que nos rodea y en paz con nosotros mimos. Dime, ¿estás aun a tiempo?
Nota: El artículo ha sido publicado originalmente en Saludterapia.