por Pablo Rego |
Es interesante observar como tendemos a creer en la magia especialmente cuando la necesitamos. Cuando no queremos atravesar el tiempo del mundo material o sostener una terapia, nos parece razonable que en una sola sesión de masaje se pueda deshacer un cúmulo de tensiones que lleva gestándose meses o años.
El dolor es el límite. Cuando ya no hay manera de dormir, estar tranquilos un rato o realizar nuestras actividades con normalidad, y después de ir varias veces al médico, hasta que el diagnóstico es “dolor por exceso de tensión o estrés”, el masaje comienza a ser una opción.
El estilo de vida que lleva al estrés, el estar volcados excesivamente a conseguir resultados concretos, realizar las actividades cotidianas como si fueran una grilla en la que las emociones se escapan y descontrolan, creando ansiedad y frustración en igual cantidad, provocan que el primer encuentro con el masajista esté en el mismo orden.
Llegar impedidos de hacer casi todo por el dolor y pensar -porque sólo en la mente puede caber semejante concepto que no contempla el proceso de liberación, todo el universo emocional y la experiencia de la sanación- que existe un “truco” que consiste en que un “mago”, que en realidad es un terapeuta, que haciendo algunos amasamientos, movilizaciones y aplicando ciertos toques, podrá, a través de un ”masaje mágico” liberarnos completamente del dolor que traemos, sin contemplar todo lo nocivo que venimos haciendo en nuestras vidas para llegar a ese punto.
Quizá por eso la idea del “masaje mágico”, porque es más fácil creer que en un instante podemos dejar atrás aquello que nos hace doler, el dolor que traemos y someternos a un tratamiento, también indoloro, que casi inocuamente nos va a depositar en un mundo ideal donde el dolor no existe.
Las raíces del dolor
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La realidad es que durante mucho tiempo, muchas veces, muchos años, hemos vivido de una manera poco tolerante, instalados completamente en la mente, atravesando dificultades emocionales sin tomarnos el tiempo de procesarlas y sanarlas; hemos ido a mayor velocidad de la que un cuerpo emocional es capaz de tolerar y nuestro cuerpo físico se ha ido cargando, poco a poco, de tensiones diferentes que fueron creando una estructura rígida de dolor difícil de deshacer en un santiamén.
A lo mejor sea mágico que un buen terapeuta consiga liberar semejante cuadro, que es habitual y muy común en estos tiempos, en sólo cuatro o cinco sesiones de masaje. Si un masajista consigue con sus buenas técnicas aliviar en un alto porcentaje el cuadro de dolor en unas pocas sesiones, realmente podríamos llamar mágica a semejante terapia.
No es fácil y lleva energía volver sobre los pasos dados, buscar en cada parte del cuerpo, en cada grupo estructural, las huellas de los malos hábitos posturales, de las tensiones emocionales, del estrés cotidiano. Lleva su tiempo y, en proporción, es mucho menor el lapso necesario para liberar el cuadro de padecimiento que el que nos ha llevado al extremo de ir a ver a médicos y terapeutas.
Es lógico pensar que si vivo en la mente, que si el pensamiento se ha apoderado de mí y no tengo momentos de relax o de esparcimiento, si disfruto poco de la vida y vivo preocupado, si soy un profesional exigente que no puedo dejar ninguna responsabilidad en manos de otros o que hago un trabajo que me provoca padecimiento o vivo en situaciones de presión permanentes, sume a ese caldo de estrés al masajista que con sus artes va a sacarme de la trampa dolorosa que yo mismo cree.
Es difícil aceptar que soy responsable de mi bienestar y debo hacer cambios en mi vida para disminuir el dolor. Es más fácil pensar que todo lo que no puedo resolver en el mundo exterior lo resolverá por mí un terapeuta en un momento, para yo seguir haciendo de las mías sin consecuencias.
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La magia empieza por casa
Así y todo, asumir el dolor como propio y conseguir un lugar en el que pasar un buen rato, desconectar de todo, y ayudar al terapeuta a deshacer los nudos del cuerpo, es menos sacrificio del que muchas veces se piensa. Puede doler un poco al principio, pero en un marco de contención emocional y considerando todo lo dicho anteriormente, soltarse y dejar que la magia forme parte de un masaje es una buena actitud.
Hay muchas personas que visitan a su masajista con confianza e ilusión y asumen que el cuadro de dolor, estrés y todo lo demás es propio. Darle un poco de tiempo a un terapeuta para que haga el trabajo que nosotros no hacemos, de relajar y liberar al cuerpo de tensión, aceptar que estamos necesitando de su ayuda, puede ser la actitud que haga del masaje una terapia mágica que, al final, en pocas sesiones consiga deshacer una rigidez de años.
Atravesar ese primer límite de la mente, la idea de un único momento en el que el terapeuta deba exponer todo su conocimiento, es lo que permite quedarse para que la terapia funcione. Y, a lo mejor, como suele pasar, luego de entender cómo funciona y de experimentar el quedarse y volver, la sensación de que una terapia que no tiene contraindicaciones, que contiene y libera, es mejor tenerla al alcance de la mano y como una rutina regular, que esperar el milagro de la sanación que nosotros mismos no podemos construir en nuestro interior.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Masajista-Terapeuta holístico
Diplomado en Medicina Ayurveda de India