El corazón funciona como un órgano autónomo, que, independientemente de la voluntad del individuo, de su comprensión de las cosas que le ocurren, genera una serie de sentimientos de acuerdo a sus propios mecanismos de funcionamiento.
Al corazón no se le puede pedir que razone, de la misma manera como no se le puede pedir que sienta al cerebro.
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