Como sabéis me apasiona el mundo de la psicología, campo donde he podido adquirir algunos conocimientos y a día de hoy sigo formándome en la materia.
Me apasiona observar, de este gesto tan corriente y cotidiano, he podido aprender de una manera fácil, observando, viendo, escuchando....
Vamos a entrar en materia, hablando de lo que acontece, "hablemos de la envida".
Fernando Savater afirma que la envidia "es la virtud democrática por excelencia", dando razones, que este sentimiento le ha ayudado en su desarrollo profesional, al emular parecerse a determinadas personas, y así ha podido crecer en todos los aspectos.
Una lectura diferente y particular, una forma constructiva de ver y traducir este sentimiento en algo positivo, en "envidia sana", nunca mejor dicho.
Habremos escuchado infinidad de veces en medio de una conversación a nuestro interlocutor decir: "envidia sana", haciendo referencia a un sentimiento lejos de lo insano.
Pues bien, para mí la envidia es la enfermedad por excelencia, esa enfermedad que ha sabido salir indemne de vacunas y sigue inmune al paso del tiempo.
La definición como tal de este sentimiento tan propio sería: "que la envidia es una emoción experimentada por aquel que desea intensamente algo del otro".
Como os decía anteriormente, las personas no solemos reconocer que sentimos envidia, emulamos este sentimiento añadiendo un "envida sana".
Según algunos psicólogos y psicoanalistas, situan el origen de la envida en las experiencias de la infancia.
Como M. Klein, considera que la envidia tiene su raíz en el primer objeto del niño, su madre.
Las personas que padecen este sentimiento, sienten de forma continua un "aguijón constante en sus entrañas", digámoslo de forma metafórica.
Suelen haber padecido a lo largo de su existencia, frecuentes experiencias desagradables y fracasos en cualquier fase laboral o social de su vida.
La envida no es sana, nada más lejos de la realidad, es algo "patológico".
Según el psicólogo Martín Echevarria, la envidia es "la forma viciosa y enfermiza de la tristeza desordenada de querer cada vez más y de poseerlo todo".
Tendría pues dos variantes, una cognitiva, que sería el desconocimiento de los propios límites o cualidades y otra afectiva, que sería el temor a fallar en lo que se considera que supera las propias capacidades.
Hace mucho la educación del núcleo familiar, el convertir este sentimiento en verdadera tradición familiar, el educar al niño en el resentimiento hacia la persona envidiada, el comparar siempre al niño con el otro, el daño estará servido en bandeja de planta, y esta patología estará impregnando el desarrollo de este niño.
Pero vamos ha hablar del "aguijón más maquiavélico de todos", ese sentimiento de comparación social, del pensamiento constante de querer ser y parecerse al otro a cualquier precio, de hacer ostentación de cualquier tipo de bien material para sentirse superior a la persona envidiada, desear que la otra persona pierda todo lo que tiene para sentirse mejor....Horrible verdad???
Hay profesionales en la materia, que opinan que la envida es incurable e intratable.
Desde mi humilde opinión soy algo más optimista...creo que es muy importante la educación, comenzando desde la infancia, de lo que transmitamos a nuestros hijos, educándolos en conductas de solidaridad y cooperación.
Alfred Adler, lo llamó "sentimiento de comunidad o interés social".
En las personas adultas, ya formadas, opino, que es importante admitir la propia identidad, con sus limitaciones y cualidades, sabiendo que cada persona es un ser único e irrepetible.
"El complejo de Caín", personalmente, es el peor de los sentimientos "patológicos" que puede sentir una persona, por este sentimiento tan nefasto las catástrofes personales y sociales estan servidas.
Un abrazo y hasta pronto!!!