Antaño, cuando yo era muy joven, el respeto a otros era base esencial que recibíamos como educación, sobre todo de nuestros padres. En la escuela el maestro era un semidiós a quién no osábamos contradecir y en casa de amigos y parientes estábamos bien atentos a cualquier gesto de los mayores para no incurrir en faltas que después nos llevarían a jugosos castigos o una buena bofetada en el momento.
Ahora, niños pequeños y no tanto, corretean alegremente durante las comidas, tanto en casa como en lugares públicos, interrumpiendo a gritos conversaciones de adultos, molestando a comensales ajenos a su grupo, estorbando a los empleados en sus diversas funciones. Todo ello con total aquiescencia de sus progenitores. Los profesores ya no ejercen su autoridad por temor a ser vapuleados por los padres que muy indignados acuden a inquirir sobre un castigo o una expulsión. Los niños son emperadores tiránicos de sus mayores y no precisamente son ellos los culpables, si acaso, los dañados. Víctimas de la NO EDUCACIÓN.
¿Es de verdad tan complicado encontrar un mesurado punto medio entre lo que describo más arriba? No lo creo, con esfuerzo y compromiso se puede llegar a un aceptable consenso entre ambas posturas. De hecho, felizmente, las bofetadas ya no se utilizan como método educativo generalizado y el temor a los adultos no se convierte ahora en eje único de la existencia de los menores (hablando siempre en términos generales, por desgracia sigue habiendo niños maltratados y abusados L).
Una buena pregunta sería: ¿Qué podemos hacer nosotros para mejorar el estado actual de cosas? Obviamente no podemos educar a los hijos de otros. En el pasado los niños crecían en unidades familiares más amplias, conviviendo estrechamente con abuelos, tíos, muchos hermanos. Hasta un vecino o conocido de tus padres podían reprenderte sin que eso fuera considerado negativamente. Era normal. En la actualidad no ocurre así. Los núcleos familiares son más pequeños, en ocasiones monoparentales y ya hemos dicho que los maestros han perdido la autoridad en lo que respecta a educar en valores o reglas de convivencia. Algunos se han rendido por motivos más que justificados
Los padres modernos no deberíamos querer que la escuela hiciera todo el trabajo. Hay una parte muy importante que se aprende en las aulas, no solo académicamente. Hay otro aspecto, aún más importante, que es la transmisión que hacemos de valores, principios, reglas y normas de convivencia, en las que el respeto hacia todo nuestro entorno debería ser el eje fundamental. Los maestros podrían hacer mejor su trabajo si nosotros hiciésemos el nuestro con mayor atención. Para ello, hay dos factores imprescindibles: pasar tiempo con los hijos, no solo frente al televisor o monitor de pc. Me refiero más bien a compartir momentos de diálogo sobre lo sucedido en el día (por ambas partes, no es aconsejable un interrogatorio). Si tienes el tiempo muy ajustado por otras obligaciones, reflexiona sobre la conveniencia de buscar al menos media hora al día para que el hecho de ser padres responsables y accesibles sea una realidad. Si dejamos para el momento ideal conversar con nuestros hijos, el tiempo y otras circunstancias nos engullirán sin haber hecho nada.
Planea para que tu encuentro con tu hijo/s sea la reunión más importante del día. Si es necesario, agéndala, ponle una hora determinada.
Averigua el canal de comunicación idóneo para ellos, no impongas el tuyo. Quizás tu hijo o hija sea más receptivo siendo visual, auditivo o kinestésico (o una mezcla de todo). Tenlo en consideración al hablar con ellos. Nadie les conoce como tú y si no los conoces bien todavía, esfuérzate porque crecen deprisa y el tiempo que no estemos con ellos, ya no volverá. Hazle preguntas concretas, escuetas, con voz amable y gestualidad de que estás disfrutando mucho ese momento. De hecho, gózalo como un momento irrepetible, fabuloso, lleno de significado.
Si tenemos la comunicación resuelta, pasemos al otro factor clave: EL EJEMPLO. Podemos hablar mucho y que todo suene a hueco si nuestras palabras no van acompañadas de un comportamiento coherente. No podemos pedirles que sean respetuosos con otros si nos ven a nosotros perder los nervios con facilidad y volcar nuestras frustraciones con insultos o malos gestos al prójimo.
Cómo hablamos con nuestro cónyuge, a nuestros padres, a los vecinos, la manera en que actuamos cuando alguien nos ofende un sinfín de incidencias que les están diciendo cómo comportarse en sociedad. Porque somos su modelo, los primeros y más impactantes de su vida.
Ser detectives de lo que les falta o sobra, de sus inquietudes, de sus objetivos y ayudarles a definirlos para cumplirlos, les traerá un beneficio superior a ellos y será un gozo inigualable para nosotros.
Por favor, que no todo sean deberes. Trabajemos para que desarrollen sus facetas creativas, humorísticas, sus talentos y sus sueños. Las actividades extraescolares no son el único camino. Pasear en algún momento de la semana por el campo, la montaña, un parque mientras les enseñamos a disfrutar con consciencia de la naturaleza, es una gran experiencia a compartir. Leer juntos, ver una buena peli, compartir tiempo de calidad. Celebrar sus éxitos con alegría y hacerles comprender que sus fracasos son en realidad otro modo de aprendizaje les ayudarán sobremanera a que puedan ser adultos emocionalmente estables y copartícipes en mejorar la sociedad desde sus propias acciones.
En el Coaching estratégico trabajamos con mucho esmero y atención las relaciones primarias. Estudiamos las mejores energías y los estados mentales óptimos para llevar a cabo la privilegiada tarea de ser padres y no morir en el intento, más bien disfrutar del esfuerzo y de la recompensa. Hay técnicas específicas para ello que compartimos desde nuestro compromiso de guiar y mostrar alternativas a lo que no funciona.
Modelar las vidas de nuestra descendencia es, sin duda, la mejor de las habilidades por la que comprometernos aquí y ahora, sin dilaciones ni excusas. Con la satisfacción y el sentimiento de plenitud que dan las cosas bien hechas.
Helen Sánchez