Los esquemas están formados por conceptos (palabras como política, educación o vergüenza) que son ideas o símbolos que representan un conjunto de ideas relacionadas en nuestro sistema de procesamiento mental de la información. A través de nuestro aprendizaje vamos formando los diferentes conceptos, agrupando los objetos que comparten similares características. Y poco a poco vamos organizando e integrando conceptos de una palabra en conceptos de varias palabras que forman frases, y después en conceptos cada vez más más amplios que forman párrafos, argumentos, planteamientos… Diferentes planteamientos se integran en modelos mentales que van conformando nuestros esquemas, las unidades básicas para entender e interpretar el mundo en nuestro lenguaje mental. El esquema es la representación organizada de nuestra experiencia basada en la repetición de acontecimientos similares, que finalmente establece los patrones que organizan la personalidad humana. Los esquemas son las unidades fundamentales de la personalidad; la forma en que afrontamos las diferentes situaciones vitales basadas en nuestros esquemas mentales determina en gran medida nuestra personalidad.
Cómo se crean los esquemas mentales
El concepto de esquema fue desarrollado por el psicólogo y biólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), cuya teoría sobre el desarrollo cognitivo en la infancia del ser humano lo fundamenta en dos procesos innatos básicos: la asimilación y la acomodación. Según Piaget los seres humanos nacemos con un repertorio de conductas reflejas, heredadas, que tras ejercitarlas se van convirtiendo en esquemas mentales que sirven de base para elaborar las posteriores conductas, y después se van modificando de forma continua según las experiencias vividas. Mediante ciertas acciones efectuadas por el infante que le son productivas, se van desarrollando sus esquemas, va asimilando o interiorizando cómo comportarse ante un acontecimiento o un objeto particular. Poco a poco, a través de la experiencia, el niño irá de un esquema a otro, modificándolos para poder incorporar nuevos objetos y habilidades, acomodando esos nuevos esquemas o estructuras cognitivas a nuevas situaciones. La acomodación consiste en la transformación del esquema cognitivo y comportamental del aprendiz para incluir nuevos elementos y experiencias que le eran desconocidas hasta ese momento. A partir de estos procedimientos responsables del desarrollo de la conducta, la asimilación y la acomodación, se establece el proceso adaptativo entre el esquema del niño y el medio en que vive para intentar controlar su entorno, con el objetivo de sobrevivir.
El filósofo y psicólogo Juan Delval, en su libro “El desarrollo humano”, describe cómo evoluciona un bebé con reflejos innatos y conductas rígidas y mínimamente diversas, hacia la persona adulta que conseguirá ser, después de ensayar multitud de actividades nuevas y aprender conductas más complejas y flexibles que poco a poco va adaptando a sus diferentes situaciones vitales. Los reflejos heredados genéticamente son difíciles de cambiar, y cuando empiezan a modificarse mediante la experiencia entonces se habla de esquemas, que son más flexibles y complejos. Esa sucesión de formas de actuar parcialmente automatizadas va conformando el esquema mental del individuo, que tiende a repetir las mismas acciones en situaciones similares. Los esquemas mentales tienen un elemento aperturista (un factor del entorno elige un esquema) y un elemento efector (que lo ejecuta). Son esquemas de acción que se automatizan por la repetición.
Delval pone varios ejemplos de cómo se crean y transforman los esquemas. Un niño de tres años trata de abrir una puerta moviendo el picaporte y empujándola. Si se abre sabrá que ese esquema que ha puesto en marcha es el más adecuado. Pero cuando el niño se topa con una nueva puerta que se abre hacia él, tendrá que tantear hacia dónde dirige su fuerza y después desplazarse hacia un lado para no entorpecer la apertura de la puerta. En ese momento habrá adquirido un nuevo esquema mental que le permite resolver un nuevo problema. Si un tiempo después se halla ante una puerta corredera, no podrá emplear el mismo esquema de acción que utilizaba con las puertas con bisagras, aunque al principio lo intente sin éxito. Entonces pondrá en marcha nuevas estrategias, o repasará en su memoria cómo otra persona abría una puerta corredera e intentará reproducirlo basándose en esquemas anteriores. Si acaba consiguiendo abrir esa puerta habrá desarrollado un nuevo esquema para abrir puertas en general, sin necesidad de volver a emprender diferentes ensayos. Pero si no logra abrir esa puerta corredera, si no encuentra en su repertorio cognitivo ningún esquema adecuado, no será capaz de solucionar esa situación. En ese caso no se habrá establecido un esquema nuevo, el niño no ha podido asimilar, ni después acomodar, la nueva realidad o situación, y por tanto no habrá promovido ningún progreso en su desarrollo.
Para Juan Delval lo importante de observar el desarrollo del bebé y su infancia es que nos enseña cómo se produce el progreso psíquico del niño, que va asimilando su entorno al tiempo que actúa sobre él, acomodándose, ya sea creando nuevos esquemas o combinando los existentes. Mediante la acción basada en la inquietud del niño por aprender el mundo (atraparlo y comprenderlo), los esquemas del infante se reproducen y diversifican continuamente mientras experimenta y asimila la vida. También ocurre que cuando un niño está en una situación que ya ha vivido, simplemente aplica los esquemas de que dispone, y cuando los emplea repetidamente llega a automatizarse ese proceso, formándose el conocido hábito. Cuando se automatiza un esquema es difícil olvidarlo, como difícil es que nos olvidemos de montar en bicicleta, escribir o cepillarnos los dientes después de haber aprendido a hacerlo con soltura. Si estamos dispuestos a aprender conocimientos nuevos y vivir experiencias desconocidas, la cantidad de nuestros esquemas aumentará a lo largo de nuestra vida, facilitando el proceso de expandir y flexibilizar nuestra tendencia a crear hábitos rígidos.
Los esquemas mentales se van modificando según nuestra experiencia
Para interactuar con nuestro entorno necesitamos elaborar patrones o ideas de él. Esas representaciones de nuestra realidad pueden aludir tanto a grandes temas, como el mundo físico, biológico o social, como a cuestiones más banales como el funcionamiento de una puerta, la organización de un evento deportivo o la conducta más apropiada para los diferentes contextos sociales. Estas representaciones o modelos particulares del mundo albergan tanto las dependencias que tenemos con el ambiente, como también los impedimentos que la realidad nos pone para utilizar nuestros esquemas, nuestras habilidades sociales; todo nuestro saber y experiencia está instalado y dispuesto en estos esquemas mentales, que nos permiten comprender la realidad e intervenir sobre ella. Pero los diferentes esquemas o modelos mentales no cubren uniformemente la realidad, de hecho pueden ser parcialmente contradictorios entre sí, y se van modificando conforme ampliamos nuestra experiencia, sustituyendo unos esquemas por otros con mejor poder explicativo. A menudo las personas interpretamos un mismo hecho de forma contradictoria dependiendo de nuestra edad, religión, sexo o nacionalidad, sin llegar a activar un esquema racional que facilite una explicación lógica entre el hecho y su contexto. Esquemas diferentes provocan que los lectores de un mismo libro lo entiendan de manera diferente.
La psicología cognitiva trabaja esencialmente con los pensamientos y esquemas mentales del individuo que originan y dirigen su conducta. Confiamos excesivamente en nuestras creencias arraigadas porque nos resulta molesto cuestionarnos a nosotros mismos, es menor el esfuerzo mental de mantener nuestros esquemas almacenados que el trabajoso proceso de cambiarlos. Prestamos atención hacia aquellas partes de la realidad que coinciden con nuestras motivaciones básicas; es decir, nuestros esquemas nos ordenan percibir lo que nos conviene. También recordamos más fácilmente todo lo que se acomoda a nuestras creencias almacenadas, a nuestros esquemas actuales. Por ejemplo, si yo me considero incompetente, recordaré mejor las situaciones en las que me sentí inútil que en las que fui competente o habilidoso. Pero tenemos el poder de cambiar nuestra forma de pensar y de crear esquemas más beneficiosos, que nos permitan evolucionar hacia una realidad más satisfactoria y adaptada a nuestro proyecto de vida. Para ello debemos desear cambiar nuestra forma de pensar sobre ciertos aspectos que nos perturban, con voluntad, pero también siendo conscientes de que el cambio provocará ansiedad porque sacudirá nuestra identidad. Debemos estar dispuestos a renunciar a la definición que hemos construido de nosotros mismos durante años en determinados contextos, y mentalizarnos de que la ansiedad e incomodidad del principio son necesarias para remover nuestros esquemas y lograr cambiar los pensamientos negativos, responsables de las emociones destructivas, por otros esquemas resistentes a las enfermedades psicológicas.
Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro Blog)