¿Qué es un producto fitosanitario o plaguicida? Para que nos hagamos una idea, es el producto que se aplica a los cultivos o a las plantas que tenemos en casa para prevenir o atacar a las plagas que allí se encuentran. Los conocidos insecticidas (insectos), acaricidas (ácaros), fungicidas (hongos), nematicidas (nemátodos), bactericidas (bacterias causantes de enfermedades), molusquicidas o helicidas (caracoles y babosas), rodenticidas (roedores) y herbicidas (malas hierbas o espacios libres de vegetación). Pero la palabra fitosanitario es un concepto muy global. También se encuentran los productos que provocan la caída de las hojas, los defoliantes, que no tienen nada que ver con los herbicidas y que son los que destruyen o inhiben el crecimiento de éstas; los desecantes para anticipar la cosecha; y los fitorreguladores que favorecen el desarrollo del cultivo aportándoles vigor o estimulando sus defensas. Aunque la mayoría de las veces nos estaremos refiriendo a los que controlan las plagas. Estos productos deben encontrarse en la lista de sustancias activas autorizadas en el Registro Oficial de Productos Fitosanitarios. Esto quiere decir que ya han sido estudiados y por el momento no se han detectado daños ni a corto ni a largo plazo.
Como veis, hay muchas clases de fitosanitarios y, dependiendo para qué, los formatos también son distintos. Los más peligrosos, y a los que nos vamos a referir, serán los que se pulverizan o espolvorean y se mantienen en el medio ambiente. Y yo me pregunto, si tan peligrosos son estos productos y tenemos que tomar tantas precauciones, ¿no deberíamos estar usando ya otras alternativas menos dañinas para todo el mundo? Haberlas haylas, pero como siempre es más rápido y más económico un “manguerazo”. Por eso todos los fitosanitarios que se utilizan deben llevar en la etiqueta una serie de frases de riesgo y otras tantas de prudencia, pictogramas que nos alertarán de su peligrosidad, recomendaciones en caso de intoxicación o accidente, qué plazo de seguridad debemos esperar y cómo gestionar posteriormente ese envase.
¡Basta de tanta moratoria! Seguro que os suena la palabra DDT. Fue el primer plaguicida utilizado y por el cual Paul Hermann Müller recibió el Premio Nobel de Medicina por su alta eficiencia contra insectos. Tan bueno era que su uso contra las plagas agrícolas fue abusivo. Pero gracias al revuelo que se produjo con la aparición del libro Primavera silenciosa de Rachel Carson, el DDT fue prohibido en 1972. El libro trata de los reportes científicos sobre los efectos del DDT en la cadena alimentaria a largo plazo y de cómo se bioacumulaban esos metabolitos en los tejidos grasos. Es muy siniestro leer que aún quedan restos de este plaguicida en nuestros tejidos y que seguiremos transmitiéndolo de generación en generación. Aun así, seguimos creando formulaciones, usándolas de manera excesiva e indiscriminada y teniendo evidencias científicas de que estamos destruyendo el planeta. Un ejemplo bastante actual es la desaparición de las abejas, lo que han llamado síndrome de colapso de las colmenas. Además recientes estudios han evidenciado que el uso de cierto insecticida, cuyo principio activo era un derivado de la nicotina, ha creado una adicción por la que los polinizadores prefieren néctares con esta sustancia. Y todavía se está pidiendo una revisión sobre ellos.
¿Cómo podemos ayudar a preservar el medio ambiente? Como ya os comentaba en el artículo Alimentación ecológica, alimentación saludable, es el consumidor el que debe cambiar el curso de la industria alimentaria. Son nuestros hábitos los que dictaminan sus acciones. El binomio salud-medio ambiente debe estar a la orden del día. Me alegra saber que la mentalidad está cambiando y no sólo porque nos paramos más a leer las etiquetas de los productos que compramos, sino que cada vez hay más gente que cultiva sus propios alimentos o apoya los negocios locales. Cuanto menos tengan que viajar los alimentos, menos medidas de conservación deberán tener y más frescos serán. Os dejo algunas alternativas con las que he trabajado y con las que podremos luchar contra las plagas sin dañar al medio ambiente:
Si tenemos un huerto o un jardín, podemos servirnos de los depredadores que allí viven para mantener el equilibrio de la fauna perjudicial. Por ejemplo, la mariquita de siete puntos o las libélulas se comen a los pulgones; el ciempiés, los escarabajos, los sapos y las ranas son grandes insectívoros; los pájaros como el tordo, las lagartijas o si tenemos gallinas regulan la presencia de caracoles; y las arañas se alimentan de muchas plagas del suelo. También ciertas plantas nos servirán como repelentes de plagas como la citronela, la hierba gatera, las caléndulas o la lavanda. Y si además nos gusta cocinar, podemos usar también la menta o la albahaca. Incluso podemos hacer un caldo con ajo, cebolla y pimienta, pero no será tan aromático.
Como alternativas físicas existen las trampas de colores por la que muchos se sienten atraídos, sobre todo las azules y las amarillas; las trampas de luz, los típicos insectocutores; las alimenticias; y las feromonas sexuales, por ejemplo, para confundir al macho haciéndole incapaz de encontrar a la hembra.
Y tú, ¿cómo ayudas al planeta?
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