Hace unos días saltó la información que la madre de Plaza de Mayo Estela de Carlotto había encontrado, después de 36 años de búsqueda, a su nieto Guido. Hijo de su hija Laura asesinada, junto a su pareja, a los 23 años por los genocidas de la dictadura argentina.
Guido fue robado de su familia al recién nacer. A Estela le robaron su nieto sin llegar a conocerlo.
¿Las heridas permanecen abiertas porque uno busca, sin cesar, a los seres queridos secuestrados, torturados, asesinados?
¿O es verdad que las heridas se cierran, tras la máscara de la reconciliación, en las cunetas y fosas comunes?
Sólo el desgarrador dolor por la pérdida, la injusticia, el sin sentido y la impotencia permiten a uno esperar tanto tiempo para poner las cosas en su sitio.
La identidad en el cuerpo anónimo.
Los huesos en su fosa.
La lápida, al fin, con nombre.
Guido con su abuela Estela.