Cuando mi madre murió, yo tenía 21 años y mi vida pasó del cielo al infierno en pocos meses. Yo no tenía muy claro que había pasado, como y tan rápido, solo vivía el vértigo de la ansiedad perpetua.
No podía más y empecé terapia con un psiquiatra que no me daba medicación y hacía algo que yo llamaba psicoanálisis y hace pocos años me dí cuenta que hacía coaching conmigo.
Pero volviendo a mi madre, ella era fantástica y contradictoria, con virtudes increíbles y defectos iguales, pero yo la amaba y amo de manera incondicional. Como casi todas las madres al pie del cañón, intentando prevenir y cuidar para que no llegue lo inevitable : el sufrimiento, el dolor que todos sentimos porque crecer va de aprender, caer y levantarnos y llorar muchas veces sin que eso sea un impedimento para seguir en la lucha. Las madres queremos evitar el dolor a toda costa y cuando nos excedemos, sobreprotegemos de tal forma que perjudicamos en vez de ayudar a que los niños dejen de serlo, que aprendan con las experiencias y que nuestro papel sea de acompañar con amor ese proceso que cambia a lo largo de los años y los convertirá en adultos alegres y felices.
Las madres como mi amiga Vanesa se la bancan, trabajan, luchan , son múltiples tareas, tienen pareja y hasta tiempo de gym y peluquería. Las madres no venimos con el manual debajo del brazo y hacemos lo que mejor podemos para ayudar a nuestros hijos en su camino de la vida. Por eso chicas el festejo debería ser continuado, festejar el nuevo día, agradecer y valorar lo que tenemos, dejar de enfocarnos en lo malo y ser felices a pesar de las dificultades.
El mundo ideal y la perfección no existe en ningún sentido, pero la generosidad, el amor y la congruencia ayudan a nuestros hijos a ser hombres y mujeres íntegros y plenos. Y todas las madres como la mía y mi amiga Vanesa queremos lo mismo. Salud mujeres, salud madres, va por ustedes!!!
Patty Zapata
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