El Yoga es, siempre lo ha sido, un medio que facilita al practicante conectar con lo mejor de sí mismo. Aporta recursos que le invitan a mirar hacia adentro, promoviendo cultivar ese gran tesoro que es tener “vida interior”.
La enseñanza del Yoga inspira a sus practicantes en elevados ideales y justas actitudes muy necesarias en estos tiempos de tránsito que vivimos.
Toda enseñanza necesita contar con tres elementos bien diferenciados para definirse como tal y el Yoga como tal también los precisa:
1º Una verdad que está en posibilidad de ser expresada.
2º Un receptor que se abre a recibirla.
3º El maestro o profesor que, habiendo integrado total o parcialmente esa verdad, se dispone, como acompañante temporal, a compartirla.
Puedo afirmar que si el receptor posee internamente las condiciones necesarias no precisa del maestro de Yoga para acceder a la verdad de las cosas, se relaciona directamente con Ella, sobrando este tercer elemento. No obstante lo anterior no es lo común, pocos han sido los que no han necesitado orientación y el Yoga ha contado con la figura del maestro/a o profesor desde sus inicios, la ha reforzado y cuidado.
Esta figura ha ido evolucionando y también su relación con el alumnado. Se ha pasado de un maestro/a con un solo discípulo con el que convivía durante años en una cueva en las montañas a profesoras/es que ofrecen la enseñanza a grupos numerosos en grandes ciudades.
Se ha pasado de una enseñanza clásica impartida por imitación a actuales formas de enseñar que contemplan extraordinarias herramientas de pedagogía, donde el Yoga se adapta al estado real del alumno sin perder su objetivo esencial, la experiencia espiritual.
Actualmente la labor del profesor/a es imprescindible, acompaña a sus alumnos en un momento muy delicado, en el primer contacto con una enseñanza que puede transformar su vida.
Asume una enorme responsabilidad, de su profesionalidad y buen hacer va a depender, en ocasiones, la continuidad o abandono de una persona en búsqueda de la verdad.
Podemos decir que el alumno pone en manos de su profesor/a una parte de su alma y el docente tiene que estar a la altura. Es preciso ahora más que nunca, que los profesores se preparen, se formen eficientemente y que, antes de impartir, hayan integrado suficientemente lo que van a compartir después en sus clases.
Existe actualmente una demanda, en las personas que asisten a las clases, solicitando profesores/as que no solo le digan como poner el brazo en un asana, sino que además, les enseñen a meditar a explorar, conocer y experimentar.
También, en la sociedad actual, saturada de vivir en la superficialidad y la apariencia, se ha activado una urgente necesidad de encontrar referencias auténticas que les sirvan de inspiración.
En las clases de yoga el profesor/a ha de asumir el papel como elemento referente, por lo que es de suma importancia que asuma la responsabilidad que le corresponde como orientador-guía, ha de colocarse como ejemplo de congruencia y honestidad, transmitiendo con su sola presencia, los principios que expone en sus clases.
Para llevar a cabo lo anterior apreciamos tres formas, a través de las cuales el profesor/a comparte la enseñanza del Yoga; instrucción, ejemplo y presencia, siendo la instrucción la forma menor de enseñar y la presencia la más elevada.
La combinación justa de las tres hacen de las clases de yoga un medio de transformación individual y social.
A continuación estas palabras de Sri Aurobindo, extraídas de su libro “La síntesis del Yoga” resultan inspiradoras a la hora comprender el papel del profesor/a y su relación con la eneñanza.
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…el profesor/a de Yoga, ha de seguir, tanto como pueda, el método del maestro que esté dentro de sí.
Conducirá al alumno a través de la naturaleza del alumno.
Intrucción, ejemplo y presencia: estos son los tres instrumentos del docente.
Mas el orientador sabio no buscará imponer sus opiniones sobre la aceptación pasiva de la mente receptiva; introducirá solo lo que es productivo y seguro como semilla que crecerá bajo la divina promoción interior.
Buscará mucho más despertar que instruir; apuntará hacia el crecimiento de las facultades del alumno.
Dará un método como ayuda, como elemento utilizable, no como fórmula imperativa ni rutina fija.
Y estará en guardia contra cualquier vuelco de los medios hacia la limitación y contra la mecanización del proceso.
Y será asimismo, un signo de su maestría el que no se arrogue la condición de maestro con espíritu humanamente vano y de autoexaltación.
Su obra, si la tiene, es depósito de lo alto, él mismo es un canal, un vaso o un representante.
Es un humano que ayuda a sus hermanos, un niño conduciendo niños, una luz que enciende otras luces, un alma despierta que despierta almas.
El Yoga, esta enseñanza milenaria, es un regalo de lo alto que impulsa al ser humano a alcanzar, despertando su potencial latente, sus más elevadas aspiraciones.
El Yoga nos ayuda a culminar una preciosa promesa que alberga nuestro corazón, que expresa, ahora ya alto y claro, que es posible hacer el cielo en la tierra. Namaste.