GUERRA MUNDIAL SANTA (Cap. I)


Miles y miles de personas se congregaban en torno a un gran espacio abierto, alborotadas y entusiastas, gritaban y vitoreaban al paso de un solo hombre.

El individuo, aislado, solo en su vehículo blanco y blindado, parecía sonreír de una manera triste y sincera, a la vez que con su mano, saludaba a la multitud de manera lenta y cansada.

El Papa, líder espiritual de los católicos, comenzaba así su peregrinación por uno de los estados de la Europa Occidental, gira que le llevaría por varios países más hasta recorrer prácticamente toda Europa, el viejo continente compuesto por países libres y democráticos, países donde predominaba el cristianismo como religión, y dentro de él, el catolicismo.

El Papamóvil, seguido por millones de ojos que en todo el mundo veían en directo el evento a través de la señal de televisión, hizo un lento giro de casi 90 grados y enfiló con desesperante tranquilidad una amplia avenida, mientras que a miles de kilómetros de allí, una de las personas que seguía la retransmisión, se levantó y apagó el televisor.

-Occidente y su libertad -exclamó en un perfecto árabe y en un tono indudablemente despectivo-, ¿pero a que llaman libertad?

-No lo des más vueltas querido Hashîm -contestó su acompañante y amigo, un hombre árabe alto, grueso de hombros, vestido pulcramente con camisa y pantalón oscuro, con botas negras de estilo militar casi hasta las rodillas y armado con pistola -, jamás triunfaran sobre la verdadera fe.

Ahmed puso la mano en el hombro de su amigo. Los dos habían combatido durante años y habían liderado al valeroso ejército del Estado Islámico en su época más gloriosa. Ahora, las superpotencias se habían unido para acorralarles y acabar con ellos. Pero antes de que llegase su fin, habían conseguido organizar aquella reunión, habían sido capaces de juntar al Islam, de reunir a las facciones más importantes: chiíes y suníes, todos juntos por un objetivo común.

-Vete Ahmed, es mejor que crean que he venido solo –ordenó Hashîm.

Los dos hombres se despidieron con un fraternal abrazo y Hashîm abandonó la vieja casa; recorrió a pie la calle central del pueblo hasta llegar al pequeño edificio de dos plantas. Entró y subió hasta el primer piso.

Ya estaban todos. Los asistentes a la reunión habían ido llegando hasta el pequeño pueblo, situado a tan solo veinte kilómetros de la frontera con Israel, a lo largo de la última semana, haciéndose pasar por mercaderes o bien como simples turistas. Todos eran hombres y todos habían llegado sin levantar sospechas.

Era la reunión más secreta que jamás se hubiese producido en el planeta a lo largo de su historia. Tan solo ocho individuos en nombre de miles de millones de personas.

Hashîm les miró a todos sin saludar y ocupó su lugar en el extremo de la mesa. La habitación, tan solo amueblada con una gruesa mesa de madera, las sillas justas y una jarra de agua en el centro, rezumaba un tenso silencio. Se fijó en el individuo que estaba más a su izquierda, el turco Ahmul, las arrugas en su piel delataban su edad de más de seis décadas, vestido elegantemente al estilo occidental, el pequeño hombre estaba encogido en su asiento de madera y parecía dormir, era uno de los miembros más antiguos de La Asamblea Nacional Turca, aún así, siempre había pasado inadvertido para Occidente. Al lado de Ahmul se sentaba un hombre algo más joven pero vestido igualmente con traje y corbata, un alto cargo del ministerio de asuntos exteriores tunecino, un político admirado por la diplomacia occidental por sus aparentes dotes aperturistas, su visceral odio a Israel era algo que muy pocas personas en el mundo conocían.

La implicación de Turquía y los estados del norte de África era algo fundamental.

A continuación de ellos, vestido elegantemente con túnica y turbante blanco, el Príncipe Abdul-Alim, descendiente de la antigua y extinguida monarquía yemení y líder en la sombra de Yemen Al Qaeda.

Las dos organizaciones yihadistas más poderosas del Islam por fin unidas en un frente común.

Hashîm respiró satisfecho y continuó observando al grupo. Al otro lado de la mesa se sentaba el mismísimo ministro del interior iraní, sin duda, el gran representante de los chiíes en aquella reunión, había sido lo más difícil, involucrar a Irán, pero finalmente allí estaba, dispuesta a colaborar en la misión; a su lado, el príncipe Butrus de Arabia Saudí, uno de los principales delfines del rey Salmán, que por supuesto, no estaba enterado de la celebración de aquella reunión.

A continuación, el diplomático ruso, conocido en los países árabes por su notoria oposición al imperialismo de Occidente y con el suficiente peso como para dejarse escuchar en los más altos poderes de la Madre Rusia. Tener a Rusia como aliado era otra de las cuestiones esenciales, después, la crueldad del capitalismo católico atraería a otros importantes estados anticapitalistas a su causa, como al gigante Rojo y a sus aliados.

Y apartado, mirando absorto a su pequeña parcela de madera en la mesa, el miembro más importante de aquella reunión.

Hashîm lo miró distraídamente, tenía una pequeña mancha roja en forma de hoja de cerezo cerca de su ojo izquierdo que se fundía sutilmente con las perfectas simetrías de su rostro moreno; el individuo ni pestañeó, tan solo hizo un gesto con su mano, como si quisiese que aquella reunión empezase y terminase cuanto antes.

Sí, todos estaban deseando de qué todo empezase, pero nadie sabía cómo iba a terminar. Todos ellos estaban en manos de Alá.

Enseguida, el hombre del Estado Islámico dejó de prestar atención a los siete individuos y comenzó a repartir los documentos entre todos ellos, cada uno de los papeles llevaba el inconfundible sello de ISIS.

Todos los presentes leyeron los papeles envueltos en un silencio lleno de calor y tensión. Durante más de una hora, los componentes de la reunión examinaron el extenso documento donde se exponía con claridad los pasos a seguir y la misión que cada uno de ellos y sus respectivos países u organizaciones deberían de cumplir meticulosamente una vez comenzase la misión.

El diplomático ruso se levantó el primero y abandonó la estancia. Uno a uno, todos le fueron imitando.

Todos los documentos quedaron bocabajo.

Aquel gesto solo tenía un significado. La misión había sido aprobada y se llevaría a cabo.
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Etiquetas: novela

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