La forma más sencilla para determinar la frescura de un huevo es meterlo en un vaso con agua: si ha caducado, flotará; y si, por el contrario, está fresco, caerá hasta el fondo. La razón: el huevo cuenta con dos membranas, llamadas testáceas, que tapizan la cara interna de la cáscara. Estas películas, que sirven para proteger la clara y evitar la invasión de microbios, están en íntimo contacto, salvo en el polo romo del huevo, donde forman la llamada cámara de aire. A medida que el huevo envejece y, por ende, pierde frescura, este espacio se agranda y se convierte en una especie de flotador.
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