La incidencia de cáncer continua incrementándose debido a la adopción de hábitos poco saludables y el envejecimiento de la población. Según el informe GLOBOCAN de 2008, alrededor de 12,7 millones de casos de cáncer fueron diagnosticados ese año, de los cuales un 7,6% fueron mortales. En mujeres, el cáncer de mama fue el más común, en los hombres el de pulmón (CA Cancer Jour Clin. 2011). Estos datos revelan que aun queda mucho por hacer, especialmente en lo que a prevención se refiere.
Hemos de aceptar que actualmente los tratamientos más efectivos para luchar contra el cáncer son bastante rudos. Básicamente, lo tratamos cortando (cirugía), envenenando (quimioterapia) o quemando (radioterapia). Los efectos positivos de estos métodos han sido bien documentados, al igual que sus graves efectos secundarios. La cirugía (la extracción del tumor) no siempre acaba con el, a veces es necesario recibir quimioterapia aunque el tumor se haya extirpado con éxito.
Por su parte, la radioterapia y la quimioterapia destruyen indistintamente las células cancerosas y sanas; son como bombas racimo, explotan sobre cualquier objetivo, ya sea bueno o malo. Lo ideal sería emplear bombas inteligentes que impacten solamente en el objetivo deseado: las células cancerosas. Por otro lado también hay una realidad, si adoptáramos estilos de vida saludables y nos sometiéramos regularmente a revisiones médicas rutinarias, muchos de los cánceres diagnosticados podrían ser evitados, o al menos cogidos a tiempo para instaurar un tratamiento y aumentar las posibilidades de curación.
A lo largo del siglo XX se ha hablado mucho de los orígenes de esta enfermedad (aunque sería más correcto decir enfermedades, ya que cada cáncer es distinto), pero no fue hasta la década de los 80 cuando empezamos a comprender realmente su origen. Los descubrimientos en genética llevados a cabo por Michael Bishop y Harold Varmus (gracias a los cuales ganaron el Nóbel de Medicina en 1989 (Nobelprize) desvelaron que nuestro genoma (conjunto de genes) contiene determinados genes que desempeñan un papel importante en el crecimiento celular.
Estos contienen información relativa a la división celular, por eso, cuando mutan, es decir cuando se altera su información genética, estas órdenes se alteran y pueden dar lugar a un crecimiento celular descontrolado, o lo que es lo mismo, cáncer. Estas células que crecen sin control dan lugar a tumores (agrandamiento anormal de alguna parte del cuerpo debido a un aumento del número de células que lo componen) que pueden dañar los tejidos adyacentes.
Pero lo peor no es eso, lo peor es que pueden alcanzar los sistemas circulatorios y linfático haciendo que el cáncer se extienda a otros órganos (la temida metástasis). Afortunadamente, el sistema inmunitario y otras defensas del cuerpo reconocen a la mayoría de estos cánceres en su fase inicial y los frenan antes de que sigan proliferando. Solamente las células cancerosas que logran evadir estas defensas pueden acabar convirtiéndose en un tumor. Esta es la razón por la cual un sistema inmunitario en buenas condiciones trasciende más allá de prevenir un simple resfriado o gripe; y es que un sistema inmunitario débil puede facilitar la progresión de un tumor (Annu Rev Immunol. 2004), de ahí que la inmunoterapia se haya convertido en una estrategia más para luchar contra el cáncer.
El descubrimiento de las mutaciones genéticas impulsó la secuenciación completa del genoma humano con el fin de comprenderlas mejor y poder desarrollar estrategias más efectivas contra el cáncer. Y es que como muy bien dijo el genetista Francis Collins, el cáncer es una enfermedad del genoma, ya que tiene su origen en mutaciones que se dan en los genes. Estas mutaciones pueden deberse a diversas causas: errores de copia del ADN (durante la división celular), humo del tabaco, la radiación ultravioleta del sol, los rayos cósmicos que vienen del espacio, la propia radioterapia, sustancias químicas industriales, y por supuesto, la alimentación. Dado que las mutaciones son acumulativas no es de extrañar que sea una enfermedad asociada al envejecimiento (a pesar de darse también en personas jóvenes).
Este enfoque sobre las mutaciones ha dado lugar a que los tratamientos más innovadores tengan detrás de si a la genómica (ciencia que estudia el genoma). Igualmente, han ido surgiendo ciencias análogas como la nutrigenómica, la cual estudia la interacción de los alimentos con los genes. Uno de los factores más decisivos que conocemos a este nivel es el Factor Nuclear Kappa B (NF-kB), el cual está implicado en el 95% de todos los cánceres (Mol Cell Biochem. 2010). El NF-kB es un factor de trascripción, es decir, regula cómo y cuándo la información de ciertos genes se expresa en forma de producción de proteínas (los genes contienen instrucciones para crear proteínas (enzimas, hormonas, etc, etc).
Partimos de la base que los genes se encuentran en los cromosomas, y que estos a su vez están en el núcleo de la célula. En condiciones normales el NF-kB no está en el núcleo sino en el citoplasma (parte de la célula que contiene los orgánulos celulares y que se encuentra entre el núcleo y la membrana celular), sin embargo, cuando una infección o algún cuerpo extraño nos invade el NF-kB se traslada hacia el núcleo. Una vez dentro, el NF-kB se une a una porción específica de los cromosomas y activa determinados genes para que produzcan proteínas pro-inflamatorias (como citoquinas y eicosanoides pro-inflamatorios) y otros elementos (como radicales libres) que detengan la infección.
Cuando la infección desaparece, el NF-kB vuelva al citoplasma para que cese la producción de proteínas pro-inflamatorias. De esta forma el NF-kB actúa como un interruptor que enciende y apaga los genes para que se produzca una respuesta inflamatoria o antiinflamatoria; es por tanto el interruptor celular que controla la inflamación en el organismo. El problema surge cuando hay una sobreexpresión del NF-kB, es decir, cuando hay un exceso en su actividad; cuando eso ocurre hay una sobreproducción de proteínas pro-inflamatorias que dan lugar a una situación de inflamación continua que promueve la aparición de cáncer (Nature. 2002) (y otras muchas enfermedades actuales) (las células cancerosas presentan una mayor actividad del NF-kB que las células normales) El tabaco, el alcohol, una mala alimentación, la obesidad, las infecciones, los tóxicos del entorno, etc, son factores que activan el NF-kB y que por lo tanto conviene evitar.Por otro lado, se baraja también la hipótesis de que una sobreexposición del NF-kB podría causar resistencia a la quimioterapia y reducir con ello el éxito del tratamiento (Surgery. 2001).
Todo esto muestra el importante papel que juega el NF-kB en el desarrollo y progresión del cáncer. Los investigadores saben que el bloqueo de este factor de transcripción es una importante estrategia para frenar el desarrollo de tumores, de hecho la industria farmacéutica se centra en ella para desarrollar medicamentos contra el cáncer (Cancer Prev Res (Phila). 2010), (Cell Cycle. 2007).
Uno de los compuestos que más atención ha centrado en esta batalla es la curcumina, un polifenol presente en la cúrcuma que es responsable de su característico color amarillo. El potencial de la curcumina como agente anti-cancerígeno se ha hecho patente en multitud de estudios tras observar sus beneficios en las 3 fases del cáncer: iniciación, progresión y promoción. Se han observado que estos efectos se deben a la capacidad de la curcumina para bloquear el NF-kB (AAPS Journal. 2006). Si hasta hace poco, esos beneficios sólo habían sido observados en estudios in vitro y con animales, ahora empezamos a disponer también de estudios en humanos que nos confirman poco a poco la capacidad de la curcumina para prevenir y tratar el cáncer.
Para poder obtener todos sus beneficios debemos consumir curcumina concentrada (el polifenol aislado y concentrado presente en la cúrcuma), que es lo que se ha empleado en los estudios clínicos. El consumo de cúrcuma no tiene los efectos terapéuticos de la curcumina concentrada, ya que su contenido en esta es mucho menor.
A pesar de ello debemos de tener en cuenta que muchos de los concentrados de curcumina que actualmente se venden tienen una biodisponibilidad muy pobre, por lo que su grado de absorción es muy escaso. Para solucionar este problema se utiliza una sustancia presente en la pimienta negra, la piperina, la cual ha demostrado mejorar la biodisponibilidad de la cúrcumina en un impresionante 2000% sin ningún efecto adverso (Planta Med. 1998). La piperina suele emplearse en formulaciones avanzadas de curcumina, sin embargo, hace apenas unos años se dio a conocer una formulación patentada, el BCM-95, cuya biodisponibilidad es hasta 6,3 veces mayor que las formulaciones de curcumina con piperina (Indian Jour Pharm Sci. 2008). Esto hace que las formulaciones con BCM-95 sean las más avanzadas del mercado y tengan un gran potencial terapéutico.El uso de curcumina confiere por tanto una probada acción anticancerígena que ayuda a disminuir la probabilidad de padecer tumores.
Además, su amplio historial de seguridad viene avalado por estudios clínicos en humanos, los cuales muestran que no hay toxicidad por debajo de los 10 gr diarios (Anticancer Research. 2003) (solamente deben abstenerse de usarla aquellas personas que tengan problemas de vesícula o cálculos biliares) Todo esto hace que la curcumina sea una de las sustancias más valoradas en medicina oncológica.
Los consejos que se dan en este blog no pretenden sustituir la opinión médica. Si sigues un tratamiento consulta con tu médico antes de hacer cualquier cambio.