Perder peso de forma desordenada y exenta de control médico puede desembocar en consecuencias fatales para nuestro organismo. Existen regímenes poco fiables que no se dictan por especialistas en endocrinología. Es muy fácil dejarse embaucar por folletos y revistas que nos prometen en letras grandes que nuestra figura quedará moldeada y perfecta con un número ilimitado de kilos de menos. Lo que no recogen estos métodos alejados de los consejos nutricionales son las carencias que acarrean las comidas pobres.
Los expertos en moldear siluetas aportan su punto de vista científico, por eso, no se cansan de repetir que hay que perder peso pero no salud. Podemos reducir la ingesta de grasa, pero sin ejercicio pronto aparecerá la flacidez. Lo mismo pasa con el organismo: podemos comer menos, pero saldrán a la luz las carencias de minerales. La premisa a la hora de perder peso es saber lo que comemos y qué minerales nos aportan o nos dejan de aportar ciertos alimentos.
Flúor, unos dientes libres de caries
La mayoría conoce las propiedades beneficiosas que este mineral aporta a la dentadura. Nuestros dentistas insisten en la obligación de cepillarnos los dientes para evitar la formación de sarro y, así, evitar la formación de caries que luego hay que eliminar por medio de limpiezas bucales y empastes. Pero el flúor no sólo tiene que ver con el aspecto sano de los dientes, sino que también colabora con el calcio para el fortalecimiento de nuestro sistema óseo y de las estructuras musculoesqueléticas.
La tan temida osteoporosis encuentra un obstáculo natural en el flúor, encargado de tratarlo para evitar su desarrollo. La misión de flúor continúa en nuestro organismo puesto que nos protege ante las dolencias cardíacas y una posible calcificación de los órganos, además de influir en el brillo de nuestros ojos. Debemos estar alerta, puesto que un uso inapropiado de este mineral cuando se halla en grandes cantidades (fluorosis) anula los beneficios para nuestros dientes convirtiéndolos en desventajas, ya que su exceso se traduce en unos dientes de aspecto carcomido con manchas y picaduras.
Asimismo, en la columna vertebral puede generarse un aumento de la densidad ósea si se abusa del flúor. Si seguimos la línea alimenticia normal, casos extremos como lesiones en las tiroides, alteraciones renales o trastornos en el crecimiento no se dan, puesto que sólo tendrían lugar en el supuesto de una contaminación industrial. La medicación por medio de fármacos tranquilizantes o la inyección de corticoides reduce su presencia en nuestro metabolismo.
Para no dar pie a errores que den al traste con un buen estado de salud dental y ósea, apuntamos que la dosis diaria es 2,5 miligramos en personas adultas. En el agua potable que bebemos diariamente ya hay presencia de flúor y también en otras bebidas habituales como el café o el té.
El pescado es el alimento que mayor cantidad de flúor contiene si lo comparamos con otro tipo de comidas, si bien hallamos cantidades simbólicas en frutas como el albaricoque o la uva, en verduras como la espinaca o los espárragos y en hortalizas como el tomate o el rábano.
Potasio, un 'inquilino' de las células
Nuestras células requieren potasio para ejercer su actividad dentro del cuerpo. Este macromineral habita en ellas, pero también ha sido encontrado en el líquido extracelular, donde interviene en la misión del miocardio. El metabolismo celular participa del potasio en lo que a concentración de sangre se refiere y también lo hace protagonista del papel de catión del agua que contiene la célula. Colabora con el sodio, cuya presencia en nuestro organismo dobla, en la función relativa a la presión osmótica. Los músculos dependen igualmente del potasio para su correcta contracción y relajación, por eso, este mineral resulta esencial para los atletas y para la energía que se activa por medio de las enzimas.
Se trata de uno de los minerales con mayor presencia en nuestra sangre y se elimina fundamentalmente por la orina, que debe eliminar la misma cantidad que es ingerida. De hecho, el riñón es el encargado de equilibrar su nivel. La cantidad que se pierde tras la defecación es mínima. Dentro de los jugos gástricos, el potasio pasa a ser reabsorbido tras su excreción.
Aunque el déficit es muy improbable, los peligros de que aparezcan carencias son numerosos y mortales si persisten. El abanico de dolencias va desde la confusión mental, diarrea, vómitos, desnutrición, debilidad muscular, vértigos o sed, hasta la alteración del ritmo cardíaco y el consecuente shock. Si se inclina la balanza hacia el exceso, el paro cardíaco también puede llegar a producirse unido a una anterior insuficiencia renal, la fatiga o a la deshidratación.
La concentración se establece en unos 250 gramos para un individuo que pese 75 kilos. Según sea la constitución de la persona, la cantidad necesaria va de los 2 a los 5 gramos. No suelen producirse carencias si se sigue una alimentación normal, puesto que ésta suele incluir unos 3 gramos de este mineral. No obstante, podemos ingerirlo facilmente en zumos y leche o comiendo frutas como la naranja, el plátano o las ciruelas que, además, son ricas en fibra. Por lo demás, cualquier pieza de carne, legumbre o verdura nos proporcionará potasio si lo demandamos.
Yodo, el oligoelemento de las algas marinas
Ahora sabemos, después de años de investigación, que el yodo resulta imprescindible para las tiroides, pero los anales de la historia nos revelan que la primera misión del yodo tuvo que ver con la fabricación de pólvora durante las batallas libradas en el Imperio Napoleónico. Este oligoelemento se aisló por primera vez de las algas marinas. La medicina posterior lo aplicaría en el tratamiento del bocio.
Su participación en la creación de las hormonas de las tiroides podría ser calificada como la más importante, pero hay que tener en cuenta que la proporción de este oligoelemento en este órgano es del 20%. El resto se reparte en diferentes proporciones por músculos, piel, esqueleto, plasma, etc. La cantidad en miligramos total de yodo en el ser humano va de los 20 a los 50, pero dependiendo de la fisonomía y de los estados particulares, como por ejemplo un embarazo, la demanda será mayor. Una vez tenga nuestro organismo, por medio del intestino, la cantidad que necesita con la dieta, la orina deshecha el resto.
Al yodo le corresponde multitud de tareas: tener una mente mucho más ágil, influir positivamente en el crecimiento y buena salud de pelo, dientes o uñas, eliminar excesos de grasa, participar en la síntesis del colesterol y, de la mano de un aminoácido llamado tirosina, pasar a crear la tiroxoxina, una hormona vital para la estimulación de la oxidación celular.
La dosis básica está en el tramo que va de los 100 a los 150 mcg por día. Su localización en los alimentos es muy amplia. Algunos ejemplos son los pescados o mariscos, las hortalizas como el tomate, el berro, el rábano, la cebolla, el puerro, la zanahoria o el nabo y las verduras como el espárrago, la alcachofa, la lechuga, judías verdes. También podemos beneficiarnos de este oligoelemento en el trigo, la patata, el arroz, el guisante fresco, la col, la pera, la uva, las setas, las fresas o la sal yodada.
Las complicaciones unidas a su carencia pueden acarrear una de las enfermedades en la que, desgraciadamente, crecen en estadísticas: el hipotiroidismo, además de aumento de peso, debilidad de cabello y uñas, taquicardias, etc. En el otro extremo, es decir, en casos donde se halle en una cantidad mayor a la necesaria, ocurre el efecto contrario: el hipertiroidismo al que se le agregarían los vértigos y persistentes cefaleas.