El tabaco es una planta solanácea originaria de América. Cuando los conquistadores españoles llegaron a aquellas tierras comprobaron, con asombro, cómo los nativos haciendo uso de la misma obtenían importantes "beneficios". Sabemos que los indígenas bebían, chupaban, masticaban, inhalaban, y hasta, incluso, utilizaban el tabaco a través de enema. De todas estas formas podía ser usado el tabaco. Muchos de ellos lo utilizaban para adquirir fuerza y vigor en la batalla, pero su principal utilización estaba reservada al chamán de la tribu, quien fumándolo, entraba en contacto con los dioses, y éstos finalmente le dotaban a través del humo del tabaco, de las tres gracias que siempre ha querido tener el hombre: vencer al mal, curar las enfermedades y adivinar el porvenir. No es de extrañar, que el uso de esta planta cautivara a los conquistadores y que se apresuraran a traerlo al Viejo Continente rápidamente y presentarlo como la panacea que cura todos los males.
Fue D. Francisco Hernández Boncalo, médico de la Corte de Felipe II, el primer médico que habló maravillas de esta planta. Él fue quien trajo las primeras semillas de tabaco que llegaron a Europa y quien las plantó en unas fincas situadas en los alrededores de Toledo que por ser invadidas periódicamente por plagas de cigarras se las llamaba "cigarrales". Muchos piensan que el nombre de cigarro proviene de que fue en ese lugar donde por primera vez se cultivó tabaco en Europa. No obstante, otras teorías, más eruditas, apuntan a que la palabra cigarro es una evolución del vocablo maya con el que era designado el tabaco, esto es: "sillar", de esta palabra se habría evolucionado a "zillar" y de ahí a "cillar" para finalmente acabar en "cigar" y por fin, cigarro.
Cuando el tabaco llegó a Europa su uso se asoció con el consumo de una medicina. Se prescribía esta planta para combatir enfermedades tan dispares como las cefaleas o los ataques de asma. Aunque hubo algunos que no dudaron en tachar a los fumadores de endemoniados, pues, no era otro el aspecto que tenían con un cigarro encendido entre sus dedos y echando humo negro por la boca. El Papa Urbano VI decretó excomunión para aquellos sacerdotes que consumieran tabaco mientras oficiaran misa. Y hasta un Sultán Turco, Amarat, legisló que aquellos fumadores que hicieran ostentación de su vicio en público se les cortase el labio inferior.
Como ven, la historia del tabaco está llena de curiosas vicisitudes, que mirándolas con la serenidad que da el correr de los tiempos, nos provocan la sonrisa. No obstante, corremos el riesgo de que se congele esta sonrisa cuando estudiamos los más recientes acontecimientos de la historia del tabaquismo. Al finalizar la primera guerra mundial, el consumo de cigarrillos se extendió rápida y ampliamente por todos los países occidentales. La prevalencia tabáquica aumentó de manera exponencial primero en los varones europeos y americanos y más tarde también en las mujeres. Fumar estaba de moda, era "glamouroso", ayudaba a relacionarse, hacía parecerte a los héroes del celuloide. En fin, una delicia. Pero las malas noticias no tardaron en aparecer. Un grupo de epidemiólogos ingleses, después de un magnífico trabajo de más de seis años demostraron palpablemente que el consumo de cigarrillos se relacionaba estrechamente con la aparición de cáncer de pulmón y de bronquitis crónica en los fumadores. El hallazgo científico fue comunicado a todas las revistas médicas de mayor prestigio y la noticia corrió como la pólvora en los ambientes médicos. Pero había un problema. Para aquel entonces, las multinacionales tabaqueras eran demasiado potentes. Se habían hecho multimillonarias con el negocio de la venta de tabaco. Un producto de bajo coste de producción, escaso gasto de manufacturación y que producía pingües beneficios.
Esta situación desencadenó que las multinacionales comenzaran a realizar intensas campañas publicitarias para contrarrestar las evidencias científicas que se estaban produciendo. Para estas campañas se echó mano de todos los recursos necesarios. Se pagaron miles de millones de dólares a las estrellas del celuloide que animaban al consumo de cigarrillos y ponían en duda los hallazgos científicos. Se sobornaron médicos para que aparecieran en anuncios publicitarios recomendando el uso de una determinada marca de cigarrillos por ser muy eficaz contra la tos y ayudar al buen desarrollo de la respiración. Todas estas campañas tuvieron un "feliz" resultado: las multinacionales tabaqueras ocuparon los primeros puestos en el ranking de las empresas que mayores beneficios obtenían y el número de fumadores aumentó dramáticamente.
Pero estos "felices" resultados tenían otra lectura. La mortalidad atribuible a enfermedades por el consumo del tabaco creció de manera exponencial desde el año 1900 al año 1980. En 1994 el tabaquismo en el Mundo causó más de tres millones de muertes, y se convirtió en la primera causa evitable de muerte. El último informe de la Organización Mundial de la Salud cifra en cuatro millones el número de muertes acaecidas en el Mundo durante el año 2000 que deben su causa al consumo de cigarrillos.
Resumiendo, la historia del tabaquismo no está exenta de curiosidades. Hemos recorrido un largo camino desde que el consumo del tabaco era considerado como un hábito mágico o, incluso, como una medicación; hasta que ha sido reconocido como una drogodependencia causante de más de 4 millones de muertos en el mundo.