Supe de ti un frío martes de enero. Recuerdo a tus papás con una sonrisa de oreja a oreja diciéndome que sería tía. La verdad la noticia me emocionó pero vamos a tus papás los acababa de conocer y el hecho de que me dijeran tía pues se sentía un poco raro sobretodo porque el término familia aún no me lo ganaba y sólo me quedaba por añadidura. Tu tío lo que se dice tío pues realmente era el cavernícola. Aún así abracé a tu mami con la misma fuerza con la que la abrazas cada día y con lagrimas en los ojos sólo pude decir felicidades.
Los días transcurrieron y como la naturaleza lo dicta fuiste creciendo, a ratos me gustaba acariciarte y timidamente (te repito aún me sentía ajena a tus papis) le pedía permiso a tu mamá para tocar su barriga.
Llegamos a febrero y si mis cuentas no me fallan ya tenías unas 4 semanas. Ese mes fue muy particular y desde entonces nuestra vida cambió, para bien claro está, pero el proceso fue de lo más duro y tan de repente que sin ti, todo hubiera sido más difícil.
He escuchado que cuando pasas por situaciones complicadas, siempre ayuda el que haya algo a que aferrarse y yo sin conocerte me aferré a ti.
Mi mundo entero se venía abajo; Lejos de casa, de mi familia, de mis peludos, de mis cosas (cosas que logré gracias a 10 años de trabajo) y encima de todo eso, mi compañero de vida, mi mejor amigo, mi todo, moría lentamente.
Mientras su vida se apagaba tu crecías y yo me agarraba de ti para pisar cada mañana el hospital. Para aguantar el mismo discurso médico una y otra vez, aprenderlo de memoria para luego coger el teléfono y repetir cada palabra. Para soportar la idea de “quizá de mañana no pase.” Para no escuchar a quienes me odiaban y sólo estar atenta a las cosas positivas.
Cuando necesitaba fuerzas abrazaba a tu mami. No me importaba no conocerla, no me importaba no ser su amiga, no me importaba ser “la nueva, la impostora, la otra” así que la abrazaba porque con cada abrazo me inyectabas ilusión, esperanza, amor, VIDA.
Llegamos a tus 8 semanas y tus papis te bautizaron como cigoto así que ahora sí podía platicarte y llamarte por nombre. Cigoto esto, cigoto aquello. Para entonces el cavernícola ya había pasado la primera crisis y aunque él no lo decía sé que también se agarraba de ti.
Mientras transcurría la segunda crisis y su mente se perdía, logró mover los pies cuando le dijimos que te había pasado algo y gracias a ti logramos un pizca de reacción. La suficiente para salvarlo por segunda vez.
Ibas creciendo tan rápido y dabas tanta lata que jurábamos que eras niña. Tu mamá y yo apostábamos y hacíamos infinidad de juegos que aquí entre nos hasta con pequeñas trampas sólo para decirle a tu papi que serías niña y no niño como él creía. Esa semana aparecías en todas nuestras pláticas y aunque el cavernícola seguía persiguiendo su mente, sabía que me escuchaba cuando le contaba de ti.
Las horas previas al trasplante tu papá le decía al cavernícola que él sería el primero en conocerte, el primero en cargarte, el primero en estar ahí para ti. Bromeábamos con la apuesta entre si serías niña o niño y tu papá muy seguro dijo ?¿Verdad que quieres que sea niño? Y además se va a llamar Julen. ¿Verdad que quieres que se llame Julen?? Mientras tu papi le decía eso, sus ojos derramaron un par de lagrimas y con una fuerza impensable el cavernícola movió la cabeza diciendo sí. Imagina mi sorpresa. Seguía sin encontrar su mente, su cuerpo entero estaba dormido y conectado a una cantidad impresionante de aparatos y aún así reaccionaba cuando le hablábamos de ti. Cuando le hablábamos de Cigoto.
Durante esos meses de lucha entre la vida y la muerte, estabas en ESA etapa del desarrollo dentro del cuerpo de tu mami y cada que el cavernícola se ponía mal, hacías que tu mami se pusiera igual. A ratos ya no quería contarle nada. Prefería seguir sufriendo en silencio que hacerte daño.
Llegamos a las 20 semanas y nosotros seguíamos entrando y saliendo del hospital. Pero esta vez llenos de vida. Cuando nos dijimos el sí acepto lo primero que se nos vino a la mente fue compartirlo contigo y claro como aún no podíamos hacerlo pues tus papis festejaron por ti.
Bromeábamos cómo serías y si nos querrías igual que nosotros a ti. Platicábamos de que te cuidaríamos los fines de semana para que tus papis se fueran de novios y de cómo te haríamos comer lo que quisieras y no te regañaríamos de nada al final para eso estarían tus papás y nosotros, nosotros sólo estaríamos para consentirte.
Cuando supimos que eras niño rápidamente comenzaron las pláticas de fútbol y si serías del equipo estrella de tu papá o del de tu abuelo y claro el cavernícola decía que primero que nada, serías de Pumas.
La semana 34 se acercaba y sabíamos que por fin te conoceríamos. Esa noche no logramos pegar el ojo. Estuvimos pendientes del teléfono y cuando tu papá nos mandó tu primera foto, sin decir palabra alguna nos pusimos a llorar.
Queríamos estar pegados a tus papis pero era su momento especial y debíamos dejarlos solos. Así que te conocimos días después.
Tal vez nadie pueda entender lo que sentimos por ti quizá ni siquiera tus papis pero nos diste tanto sin siquiera haber nacido que cuando te vimos por primera vez, nos robaste de nuevo el corazón.
Jamás olvidaremos esa fuerza que nos diste cuando no la teníamos. Esa esperanza, esa ilusión, ese milagro de vida que terminó por contagiarnos. Esa minúscula y a la vez enorme muestra de amor que se convirtió en nuestro motor para afrontarlo todo.
Hoy sólo quiero decirte GRACIAS Julen, gracias por darnos tanto sin siquiera conocernos. Gracias por ayudarnos a creer en la vida y gracias por las risas que aún a la distancia sigues dándonos.
Festejamos a tu lado el primero de muchos años de vida y ya lo sabes cuando crezcas y te enfades con tus papás aquí nos tendrás para no regañarte. No olvides que de la misma manera en la que estuviste para nosotros, nosotros estaremos para ti. Siempre seremos tus tíos y aunque no seamos de sangre, lo somos de corazón.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS!