Quiero empezar por dar las gracias. El cariño recibido estos días ha sido abrumador. Mensajes, emails, llamadas, visitas he sentido todos y cada uno de vuestros abrazos y vuestro ánimo de una forma inexplicable y no sé cómo agradecer tanto apoyo. En momentos así, el cariño de las personas que te rodean es fundamental y lo estoy teniendo. Seguidoras, amigas, ¡familia! Estoy sintiéndome muy arropada y muy animada a seguir adelante a pesar de todo.
En segundo lugar, quiero hablarte de mi enfermedad. No es algo que me apetezca especialmente pero creo que puede ayudar a visibilizar una de las muchas enfermedades invisibles que existen y sus consecuencias en el día a día de quienes las padecemos. Tanto si padeces una, como si conoces a alguien que la padece, quizá este post te ayude a comprender la complejidad de estas enfermedades.
En mi caso tengo tiroiditis de Hashimoto, una enfermedad autoinmune que ataca la glándula tiroides, disminuyendo la producción de una hormona que interviene en el funcionamiento de casi todo el organismo. Es decir, es como la gasolina que el cuerpo necesita para funcionar. Cuando no hay suficiente gasolina, todas las funciones vitales se ralentizan al mínimo. Y esto afecta al estado físico, psicológico y emocional.
Algunos de los síntomas que me provoca son fatiga extrema, falta de concentración, olvidos, tristeza, ansiedad, desilusión, intolerancia al frío, sueño, insomnio, estrés, dolores articulares y musculares, digestiones largas y pesadas, incapacidad para gestionar mis emociones, intolerancia al ruido, irritabilidad Además, los síntomas van variando de un día a otro, incluso dentro de un mismo día puedo pasar por diferentes estados físicos y emocionales.
Cómo puedes imaginar, conciliar la vida con esto es muy difícil. A nivel personal me ha llevado años asumir que esta enfermedad es así, que está fuera de mi control y que solo tengo que tener paciencia porque antes o después, todo pasa. He tenido momentos de sentir que me estaba volviendo loca, que no era yo misma, que algo me había robado mi alegría y mi felicidad sin saber cómo recuperarlo o si sería para siempre. Para alguien como yo, optimista, entusiasta, con una enorme capacidad para gestionar mis emociones, verme de pronto fuera de control y no poder hacer nada para cambiarlo, ha sido muy duro. Por eso hace unos meses, cuando me recuperé de mi última crisis, me tatué las fases lunares. Para recordarme siempre que los malos momentos pasan y los buenos tengo que aprovecharlos al máximo.
En el trabajo es complicado, más aún cuando emprendes y todo el trabajo depende de ti. Mi reto aquí fue adaptar los ritmos de trabajo a mi situación. Dejé de trabajar con colaboradoras, me despedí de mi idea inicial de construir algo muy grande, y me centré en aquello que podía hacer sola. Casi tres años después, ahora siento que necesito pulir un poco más aquel cambio y dar un paso más. Estos nuevos cambios te los cuento más abajo.
Pero sin duda, una de las cuestiones más difíciles para mi fue conseguir que mi familia entendiera por lo que estaba pasando. Explicar que estás mal cuando pareces estar bien, que no controlas lo que te pasa, que no hay nada externo que lo provoque sino que es una cuestión hormonal. Algo así como cuando estas embarazada y se te revolucionan las hormonas Era difícil explicar algo que yo misma no comprendía. Llevó tiempo pero fue fundamental y hoy día siento que cada episodio lo llevo mejor gracias al apoyo incondicional de mi familia, en especial mi marido que vive mi día a día en primera persona.
Todo este proceso ha ido acompañado de muchos cambios de médicos en busca de respuestas que no llegaban; de tratamientos que dejan al margen al paciente y sus síntomas, y mucha investigación por mi parte. Compré libros sobre el tema, me metí en foros y poco a poco fui descubriendo que no estaba sola, ¡ni loca! Resulta que miles de mujeres en el mundo padecen esta enfermedad; que mi peregrinaje de médico en médico es bastante común y que hay mucho más que hacer para cuidar mi salud que tomar una pastilla al día tal y como hago desde hace 20 años.
El ejercicio moderado, la alimentación saludable y la meditación son, entre otras cosas, los hábitos que más me están ayudando y que, desgraciadamente, ningún médico me ha recomendado nunca. Y ojo, no es una crítica al personal médico. Siento una gran admiración, más aún en esta etapa que nos ha tocado vivir. Pero creo que falta investigación y sensibilidad con el paciente. Que no hay enfermedades sino personas, con diferentes síntomas y que, cuando acudes a un desconocido en una fría sala médica, es porque necesitas ayuda.
No sé cómo evolucionará mi enfermedad, si lograré que los síntomas remitan de una forma más definitiva o si esta va a ser mi vida y tengo que acostumbrarme a llevarla como pueda. Lo que sí tengo claro es que seguiré buscando formas de mejorar, y seguiré luchando por mis sueños. Porque al final, lo que realmente nos empuja a levantarnos cada día, siempre siempre es un sueño.
Hace unos días te contaba en las redes que mi sueño se había roto. Aquel que me movió un día a dejar una vida estable en oficina por un emprendimiento loco. He disfrutado y sufrido a partes iguales. Pero sobre todo he aprendido y me siento llena de ganas para intentarlo otra vez.
Mientras llega ese momento, Medias y Tintas sigue, despacio, a otro ritmo y en otras circunstancias, pero sigue. La tienda se va, se traslada y se transforma en algo que ya se está cociendo a fuego lento y que ojalá pronto pueda compartir por aquí.
De momento tengo que hacer espacio en el taller y sacar todo el stock disponible. Por eso, el próximo 7 de noviembre haré una venta especial con precios reducidos y alguna pieza nueva que nunca llegó a ver la luz. Quizá os sirva para resolver algún regalo de Navidad o como recuerdo de Medias y Tintas. Puede ser una buena forma de llevaros un trocito de aquella revolución personal que un día me empujó a dar el salto.
Espero que este post os sirva de inspiración y apoyo. Sé que algunas de vosotras estáis pasando por situaciones parecidas de enfermedad o emprendimiento y es duro, muy duro. Pero también sé que todo pasa, y que después de cada mala racha, siempre viene una buena. Siempre.
Un abrazo,
Sara