Textos para reflexionar con Buda es la quinta entrega de la colección de cuentos, cuyos enlaces podrás ver al final del artículo.
Los métodos poco convencionales de Buda
En cierta ocasión se encontraba Buda meditando cerca de un estanque. Observaba cómo al entrar algo en el agua se creaban ondas en su superficie, que chocaban unas con otras, cómo la mayor de ellas absorbía a la otra y si dejabas de tirar piedras pasaba algún tiempo hasta que el agua se calmaba.
Un joven llevaba un tiempo mirándole y dudando de si acercarse o no. Lo que el joven esperaba era que Buda dijera una frase esclarecedora que le cambiara la vida. Finalmente, se decidió y le preguntó:
—Maestro, ¿qué debo hacer si quiero encontrar la verdad?
Buda no le respondió, si no que se levantó y con un brazo le animo a seguirle hasta la orilla del estanque. Como Buda había estado mirando el agua, el joven se alegró porque pensó que iba a compartir sus reflexiones con él.
Cuando llegaron, el maestro puso la mano sobre el hombro del aprendiz, pero de repente le agarró del cuello y le tiró al agua. Sumergió su cabeza a pesar de los esfuerzos del joven por liberarse y volver a respirar.
Llegó un momento en que ya no luchaba casi. Entonces, Buda le sacó la cabeza y dijo:
—Contéstame, joven. ¿Lo pasaste mal bajo el agua?
—Sí —contestó con un hilillo de voz.
—¿Pensaste en bellas mujeres?
—No.
—¿Y en el dinero? —también contestó que no—. ¿Y en fiestas, manjares, falsas amistades, viajes de placer…?
Tal como te imaginas, la respuesta fue negativa.
—Cuando tengas tal necesidad de encontrar la verdad como de respirar, ese día y no antes, alcanzarás la verdad.
El joven entendió el mensaje a la perfección, a pesar de que jamás se habría imaginado que Buda pudiera usar tal método.
Cuando un hombre escupió a Buda
Otro día, Buda se encontraba con su joven aprendiz Ananda y otros muchos.
Un hombre adulto les estaba observando. No era mala persona pero envidiaba a esos hombres que se decía que eran muy felices con muy pocas posesiones materiales y por ello dirigía su ira contra ellos.
Se acercó a Buda, precisamente por ser él el más virtuoso, y sin mediar palabra le escupió a la cara. Los discípulos se abalanzaron sobre el hombre para alejarlo de Buda.
—Maestro, permíteme que le enseñe modales —dijo Ananda.
Con toda la tranquilidad del mundo, Buda se limpió la cara y contestó:
—No. Permíteme que le de las gracias.
—¿Las gracias? —se extrañaron todos.
—Sí —hizo una reverencia y dijo:— Muchas gracias. Tu acción ha servido para permitir probarme a mí mismo si todavía me puede invadir la ira. Y no puede.
Buda dirigió una rápida mirada a sus discípulos y en último lugar a Ananda.
—También quiero darte las gracias en nombre de Ananda. A él le has demostrado que no ha podido dominarse todavía a sí mismo. Te estamos todos tan agradecidos que te invitamos a venir a nosotros cada vez que te invada a ti la ira.
El hombre sintió como si recibiera una sacudida tremenda porque jamás se habría esperado una reacción así. Se fue avergonzado a su casa.
Por la noche, no consiguió conciliar el sueño. Pensaba que se había acercado para provocar a esos hombres, pero se había encontrado que ninguno le agredía… ¡y que uno le daba las gracias!
Al día siguiente volvió ante Buda y se postró pidiendo perdón:
—Lo siento, me he dado cuenta del error que cometí ayer.
—No te puedo perdonar porque para ello habría tenido que enojarme, pero eso jamás pasó. Si necesitas que te perdonemos, ve con Ananda.
Guardar rencor es como sujetar un carbón caliente con la intención de lanzárselo a alguien más; es uno el que se quema.
Buda
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