Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, ya no resulta tan sencillo” (Aristóteles).
Imaginaros la escena:
Primera hora de la mañana, como cada día os habéis levantado con la antelación suficiente para prepararos y tenerlo todo a punto antes de que se levanten tus hijos, les despiertas y les ayudas a prepararse y como todos los días empiezan las quejas, los malos modos, se entretienen, pero por fin se sientan ante el desayuno.
Sin querer, uno de ellos derrama su taza manchando a los demás, tú empiezas a ponerte más nerviosa, el reloj sigue avanzando, ya teníais que estar saliendo de casa. Tras una maratón de cambio de ropa, lavado de dientes, recogida de mochilas y bocadillos, por fin estáis en el coche.
Sales del garaje y en la puerta del mismo, cortando el paso, está tu vecina que acaba de estrenar el coche y se ha quedado atascada y no sabe cómo hacer. Le avisas con un educado toque de claxon pero no se mueve. Tu sientes como las palmas de tus manos empiezan a picarte, tus ojos vuelan del reloj al vehículo atascado, de éste al reloj, ("llegamos todos tarde", piensas), el corazón se te acelera por momentos, el sudor empapa tu frente, tus hijos empiezan a protestar y a pedirte explicaciones de lo que está pasando,?
Y de repente sales del coche, avanzas como una locomotora hacia el de tu vecina, la sacas del mismo tirando de su brazo, mientras la insultas llamándola inútil y mil lindezas más? Te sientas al volante, aceleras y con un chirriar de neumáticos sacas el coche a mitad de la calle, sin parar de gritar y de repetir que eso a ti no se te hace, -¡No señor!-. Con la misma energía vuelves a tu coche, arrancas y dejando atrás a tu vecina temblando y llorosa, enfilas tu camino a mucha más velocidad de la permitida.
Entonces, uno de tus hijos con voz trémula te pregunta -¿mamá estás bien?- y empiezas a darte cuenta de que te tiemblan las manos, la garganta te escuece, la respiración se detiene y tu cerebro te dice -¿qué has hecho? ¿qué te ha pasado? ¿en qué pensabas?- ?" ¡¡¡Tierra trágame!!!"
En este continuo sin vivir en el que se han convertido nuestras vidas hay situaciones en las que, sin darnos cuenta y sin esperarlo, "perdemos los nervios", reaccionamos de manera violenta y sin control y arrasamos física y verbalmente con lo primero que tenemos a mano. Cuando todo se calma tenemos la clara consciencia de que las circunstancias no justificaban en absoluto la reacción, que no era para tanto y que si el tiempo se hubiera detenido sólo un segundo antes, seguro que nuestra reacción hubiera sido diferente.
No, no te estás volviendo loca, lo que te ha pasado es que tu amígdala ?estructura del cerebro límbico- ha cortado la conexión neuronal con el neocórtex -cerebro racional- sin que te haya dado tiempo a impedirlo y ha secuestrado tu razón imponiendo el estado de sitio y activando todos los mecanismos de respuesta ante lo que ha interpretado como una grave amenaza. (1)
Los motivos por los cuales la amígdala actúa así hay que buscarlos en la memoria emocional. Durante millones de años de evolución, las respuestas emocionales han ido dejando unas huellas en nuestro cerebro que han sido vitales para la supervivencia de la especie.
Pero en la actualidad este proceso se ha quedado muy anticuado y produce en nosotras resultados no tan deseados, ni tan eficaces como lo eran antes. Ahora en las relaciones humanas una emoción cuánto más rápida, más inexacta y primaria se vuelve. Esto podemos experimentarlo en las discusiones de pareja, en discusiones con nuestros hijos o familiares, en el trabajo o en eventos deportivos masivos,? llegando incluso a convertirse en verdaderos sucesos dramáticos y violentos.
¿Qué opciones tenemos ante una experiencia así? ¿Qué podemos hacer para recuperar el control de nuestros actos?
Lo primero y más importante es ser conscientes de que acabas de ser secuestrada. Tu cuerpo te ayudará si le escuchas. Analiza las sensaciones que estás sintiendo – crispación en las manos, presión en la frente, angustia en el estómago, tensión en las aletas de tu nariz, ausencia de razonamientos, etc.- Cuanto antes detectes el "secuestro" más fácil te será actuar para salir de él.
Pregúntate ¿cuál es realmente la amenaza? -¿Tus hijos y tú corríais peligro?- ¿Cómo de vital e importante es la situación? Limítate a los hechos y enfócate en las posibles soluciones. Al terminar este paso, ya habrás notado que tu angustia o tu miedo han perdido intensidad.
Ten en cuenta que el estrés o la ansiedad favorecen este tipo de respuestas ya que aumentan los niveles de adrenalina, lo que provoca que el cerebro emocional se ponga en alerta.
Comprueba si te encuentras ante un desbordamiento emocional, si acumulas desde hace tiempo un estado de angustia o de amenaza.
Verbaliza lo que sientes, cuéntaselo a tu pareja o a una amiga o familiar, ayuda a tu cerebro racional a entender lo que está pasando.
Una opción final también puede ser que durante unos minutos practiques alguna técnica de relajación corporal que conozcas o hagas una pequeña meditación.
Con todo ello tendrás las suficientes herramientas como para que la próxima vez que tu amígdala esté a punto de secuestrarte tú puedas evitar el desastre y reconducir la situación de forma más sosegada y efectiva.
La clave está en desaprender viejas conductas y aprehender nuevos recursos, por ello no te desanimes si no obtienes los resultados que deseas a la primera, sé paciente y constante y lo lograrás.
(1) Los complejos procesos neurológicos que están detrás de estos comportamientos los describe detalladamente Daniel Goleman en su libro "Inteligencia emocional", lectura que os recomiendo si estáis interesadas en profundizar en el apasionante mundo de las emociones y su importancia en el desarrollo humano.
Marce Constanzo
Coaching para madres
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