Al pasar los meses desde mi arribo a estas tierras lejanas me preguntaba: ¿Por qué todo va tan lento? ¿Por qué debo usar una agenda? ¿Para qué esperar tanto? De pronto me ví con agenda en mano anotando la cita con el oftalmólogo que está programada para dentro de 7 meses. ¿Qué me pasó? Soy una más atada al sistema.
Esperar, esperar, seguir esperando… eso lo aprendí aquí. Nunca supe esperar, a veces espero tanto que me olvido de que estoy esperando y de repente la agenda me lo recuerda. Pero a veces también sucede que no lo anoto en la agenda y olvido algún evento o se me cruza con otro.
La santa paciencia de este país me ha transformado en una mujer paciente y desacelerada. Se puede decir que he desarrollado una virtud sin esfuerzo, algo positivo. Parece una cuestión de karma que, cuando voy al súper, delante de mi está alguien que pagará con monedas de 5 centavos o cuya tarjeta no funciona o que dice ‘espere un momento’ porque se olvidó algún producto. Tal situación parece no importar a los demás pero a mi me enerva sobremanera, no lo soporto, pero luego recuerdo que estoy en Holanda y se me pasa.
Cuando quiero dar un examen o pedir una cita, toca entrenar la paciencia porque será en un plazo no muy breve y recibir resultados tomará una eternidad.
Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de por qué los pacientes médicos se llaman pacientes. Será que el primer paciente fue holandés?
No puedo pedir a un país que cambie por mi, sólo puedo decir ‘oh dulce paciencia, dame más paciencia’.