Por más que lo intentes, no logras encajar. Te irritan sus comentarios, te incomodan sus puntos de vista, los temas de conversación brillan por su ausencia… ¡Hasta te molesta la selección de canapés que han preparado encima de la mesa!
Quieres creer que lo ideal sería poderte librar de estos encuentros festivos, pero por más que luches contra ello, estás irremediablemente condenado a pertenecer a ese linaje.
¿Por qué no logro estar bien con ellos?
Porque te encuentras en un dilema irresoluble: pertenecer vs. diferenciarse. O lo que es lo mismo: “Ni como vosotros ni contra vosotros”.
Todos o prácticamente todos hemos sentido en alguna ocasión que no conectamos con los nuestros. A pesar de poder vivir libremente alejados de ellos, nos damos cuenta de que tampoco es una buena solución apartarnos de forma drástica. Es más, no nos sienta bien. Es como simular que no nos llamamos como un día alguien dijo que nos llamaríamos.
Solemos entrar en una eterna contradicción: “Si no los aguanto, ¿Por qué me afecta todo esto?”. Es algo así como “Quiero vivir mi vida pero quiero seguir sintiéndome parte de esto”.
Odiar a tu familia es como detestar una parte de ti mismo, lo que se traduce en una fuente de amargura y malestar. Y lo peor es que no es solamente con ellos, ¡Sino contigo!
Acéptalo. Es mucho más costoso volar libremente desde el resentimiento.
La cruda realidad es que puedes escoger quién vas a ser y hacia dónde vas a ir pero no de dónde has venido.
¿Y cómo consigo aceptarlos?
Imagina que detestas tus muslos. Te producen tanta insatisfacción que tu estado de ánimo se transforma, impidiéndote verte bien antes de salir de casa o incluso anulando algún que otro plan debido al malestar que te generan. ¿Qué vas a hacer? ¿Obviar que la madre naturaleza te ha premiado con esos muslos, o estudiar los trucos para vestirte según tu tipo de figura y sacarte más partido?
Tu ira nace de tu dificultad por poder seguir tu camino sin que ellos te sigan, te apoyen o te patrocinen. Pero, ¿Sabes qué? Están en su derecho de ser quienes son. Pueden conducir su vida de la manera que les plazca, partir de los ideales que deseen y bromear acerca de las estupideces que se les antojen. El problema no lo tienen ellos, lo tienes tú. Si te paras a pensar, tus parientes están en el lugar que desean estar, a pesar de que su posición te irrite.
Probablemente te resultaría más fácil que ellos te acompañaran en tu camino, que defendieran tus ideales, que te motivaran en tus proyectos de trabajo, que les entusiasmara tu pareja y, de paso, que su estilo de vida encajara con el tuyo. Pero, desgraciadamente, nadie es responsable de ello nada más que tú mismo. Sería fantástico que a todos los chiflaran los pies de cerdo si es tu plato favorito, pero hay personas que lo detestan. ¿Vas a dejar de tomarlo?
¿Y cómo sigo mi camino?
Haz una lista con todos los valores que te han transmitido tus ancestros.
¿Los tienes?
Ahora debes pensar, desde la calma, cuáles de ellos vas a desterrar y cuáles vas a seguir incorporando a tu vida.
¿Listo?
Ahora sólo te falta añadir aquellos que no aparecían en la lista anterior pero que consideras que son fundamentales en tu propia vida.
Diferenciarse es esto. Si has tirado a la basura todos y cada uno de los valores de los tuyos… ¡Mala señal! O a tu familia realmente no hay por dónde cogerla o estás excesivamente contrariado con ellos.
¿Lo arreglamos?