Escribía por las noches, cuando todos dormían y el tiempo robado al sueño era todo para mi, mis pequeñas aficiones y mis miedos. En mis publicaciones, hablaba de manualidades, de maternidad, de gestión de tiempo, de crecimiento personal y en cada post sentía cómo me llenaba de confianza y seguridad en mi misma. Así que, cuando todo se me quedó corto, dejé mi trabajo para compartir mi revolución personal con el mundo. Soñaba con crear un punto de encuentro para mujeres, un lugar donde llenarse de poder para vivir tal y como cada una pudiera imaginar. Pero mi sueño era demasiado grande para una salud frágil como la mía, así que lo simplifiqué un poco.
Entonces me reencontré con las lanas, aprendí a tejer y mi pasión por crear y compartir mis creaciones me llevó a de nuevo a llenarme de trabajo con la puesta en marcha de una tienda para disfrutar. Porque soñar es gratis y si otras personas pueden, yo también. Pensaba. Hasta que salud me dio otro aviso. Y otro. Y otro. Y otro. Y así durante varios años, estuve capeando mis crisis gracias a mis planificaciones. Siempre sabía lo que tenía que hacer, así que si un día no me encontraba bien, simplemente bajaba el ritmo y seguía.
Hasta que llegué a la recta final de Medias y Tintas. Todos los planes estaban en el aire a la espera de una decisión. El negocio no funcionaba tal y como estaba planteado, por más que me esforzara, por más que me especializara y trabajara cada día más y mejor, aquello no terminaba de despegar. Sin embargo, estaba tan enamorada del proyecto, que cualquier decisión suponía una renuncia que no estaba dispuesta a asumir. Así que la decisión se iba aplazando hasta que una nueva crisis llamó a mi puerta. Pero esta vez no tenía un plan.
Me bloqueé, no podía escribir, crear, diseñar no había objetivo que diera sentido al trabajo diario… estaba en blanco. La sola idea de pensar en Medias y Tintas me generaba angustia así que paré en seco. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Y entonces lo vi claro: esta etapa había llegado a su fin. Porque cuando no puedes tomar una decisión, el tiempo termina tomándola por ti.
En resumen, podría decir que el 2021 ha sido un año duro. Por un lado, mi enfermedad. Asumir las limitaciones que supone, aprender a convivir con ella y aceptarla tal y como es. Un trabajo diario del que todavía me queda un largo camino de aprendizaje y reconciliación.
Y por otro, el trabajo. Deshacer todo lo que he levantado en estos años, como quien tira de un hilo y va deshaciendo una prenda entera llena de horas de trabajo. Más aún cuando apenas hace unos meses había renovado la web con tanta ilusión… Sin duda, ha sido un golpe emocional.
Si la vida es un equilibrio entre salud, dinero (trabajo) y amor, este año me han fallado dos…
Por suerte, cuando la salud me lo permite, siento que me como el mundo. Sueño, me lleno de ilusión y soy capaz de sacarle una sonrisa a todo el que se cruce en mi camino. Disfruto de cada instante, sabiendo que la cuenta atrás para una nueva crisis ha empezado y el ahora es lo único que importa.
Así que, con este balance, mi conclusión es clara: mi plan para el próximo año será no hacer planes. Cuidarme, seguir trabajando en mi salud y en mis sueños. Sin prisa, sin pausa y disfrutando de cada pequeño paso. Saboreando el momento, aplicándome todo lo compartido estos años…
Y mientras dura este descanso, quizá me invente algo para seguir compartiendo post en el blog, quizá te mande un email cada cierto tiempo, y quizá me pase por las redes sociales de vez en cuando. O quizá no haga nada y desconecte del todo por un tiempo. La verdad es que no lo sé. No hay plan
Ahora si, solo me queda desearte un final de año presente, donde lo más importante sea disfrutar aquí y ahora, y que vivas el nuevo año como una nueva oportunidad para ser quien tú quieras y vivas como más desees.
¡Un abrazo enorme!
Sara