Elige tus batallas: mi sexto retiro Vipassana

Hace no mucho una alumna de uno de mis retiros me dijo, al terminar, que debía dejar más espacio entre las cosas que les contaba para que pudieran asimilarlo.

Textualmente me dijo: Nos acabas de soltar un lingote de oro en nuestras cabezas, debes dejar tiempo entre lingote y lingote para que podamos comprenderlo.

No sé si en los retiros suelto lingotes de oro, lo que sí sé es que de lo que voy a hablarte hoy es mucho, mucho, mucho más valioso.

Es con seguridad lo más valioso que he conocido: Hoy hablo de mi sexto retiro de meditación Vipassana.

¿Que qué es Vipassana? El verdadero, más potente, y más extraordinariamente efectivo manual hacia la grandeza jamás descubierto por el hombre. Es, permíteme que me ponga un poquito conspiranoico aquí, lo que se lleva ocultando al ser humano en occidente al menos los últimos miles de años.

Antes de seguir, tengo que avisarte de que si has llegado recientemente a Ricos y Libres y tienes interés en conocer esta rara historia, te sugiero que empieces leyendo mi experiencia en mi primer retiro y sigas luego por los demás hasta llegar al de hoy. Si no, posiblemente no sólo no comprenderás nada sino que pensarás que estoy loco o que te estoy tomando el pelo.

Pero ey, no te preocupes, no trato de convencerte de nada.

EhiPassiko. Ven y míralo por ti mismo.

Dolor

Hace poco compartí unas palabras sobre la importancia de enfrentarse al dolor, de lo acuciante y necesario que era para un ser humano enfrentarse consciente y deliberadamente al dolor para poder disfrutar así de una buena vida, a lo que una persona argumentó que la vida no sólo iba de eso. Decía que, también, la vida puede ser maravillosa sin exponerse al sufrimiento.

Lo que quizás no se dio cuenta esa persona cuando unos minutos más tarde se disponía a fumarse un cigarro, es que la razón por la que lo hace, es porque está experimentando un terrible dolor interior, unas sensaciones muy incómodas de las que quiere escapar, y que su cerebro la hace creer una y otra vez que puede ocultarlo de alguna manera, en este caso fumando.

Todos, tú, yo, tenemos dolor. Constante. Persistente dolor.

Buda lo decía, (de hecho prácticamente sólo hablaba de eso y de cuál es el sendero para salir de él) la vida es Duḥkha, la vida es sufrimiento. Sufrimiento físico, sufrimiento emocional. Sufrimiento por no tener lo que queremos. Sufrimiento por tener lo que no queremos. Sufrimiento por no aceptar el proceso de degeneración y consecuente muerte del cuerpo.

¿Es esto pesimista?

No. Es optimista. Lo pesimista sería decir que la vida es sufrimiento y que no tenemos alternativa.

Este es un pensamiento positivo como ningún otro.

Mis palabras son optimistas porque hay una técnica que consiste precisamente en aliviar, y erradicar, todo el sufrimiento humano.

Cuanto más la practicas, la técnica, digo, más lo alivias, más recibes los sabrosos frutos, más escapas del sufrimiento, más experimentas la paz, la armonía, y la verdadera felicidad.

En fin, te contaré unas historias.

Llegué el primer día al centro de Vipassana completamente desorientado, tan desorientado como mi compañero de habitación, Patrick, aquel doctor en psiquiatría austríaco que el último día me dijo, llorando, lo loco e infeliz que estaba cuando aterrizó al centro y lo sorprendido que estaba por no haberse dado cuenta hasta haber empezado el curso.

Y algunos dirán: Pero Antonio, si últimamente te veo bastante centrado.

Qué va. Lo que pasa es que sólo uno se da cuenta, cuando accede a su interior, hasta qué punto está desequilibrado su exterior. ¿Te cuento un secreto? Los seres humanos que vemos por la calle, todos ellos casi en su totalidad, son sólo las migajas, las sombras, de lo que podrían ser, de lo que podríamos ser.

Todos. Tú. Yo.

Durante los primeros días de meditación experimenté mucho dolor, como es habitual, pero quizás en este caso agravaba el hecho de mis propias expectativas, pues al cumplir cursos te vas sentando cada vez más delante en la sala. Cerca del maestro. Con los mayores. Con los meditadores experimentados… y crees, erradamente, que recibes miradas, que a alguien le importa, que a alguien le importas.

Mi curso iba transcurriendo sin mucha emoción hasta que allá por el quinto día algo ocurrió: Vi a un chico sufrir tras una práctica. Le vi llorar. Le vi sorberse los mocos paseando por la sala, desubicado.

Y al ver la catarsis que supuse se habría producido en su interior, me dije: yo quiero eso. Yo quiero ese dolor o, mejor dicho; yo quiero elegir ese dolor. Si no, ahora lo sé, no podré experimentar lo que hay detrás de él, tras su cortina.

Yo quiero atravesar también mis miedos más profundos. Quiero mirar cara a cara al sufrimiento y hacerle ver que soy capaz de sostenerle la mirada.

Así que me volví a sentar y me establecí un sencillo propósito expresado en positivo: Pase lo que pase a continuación, voy a respirar y permaneceré en la misma posición, observando las sensaciones. Entonces me metí con mi barquita bajo la tormenta y, como siempre ocurre cuando tomas una férrea decisión, la tormenta fue debastadora pero al final pasó, y al abrir los ojos yo estaba a mi vez desubicado pero estaba en proceso de encontrarme. Estaba más feliz. Más despierto.

Y es así cuando, sin saber cómo, empecé a tomarme en serio la práctica y la ecuanimidad empezó a hacer acto de presencia en mí. Cada vez era más capaz de observar con cada vez más curiosidad y con cada vez menos miedo aquellos latigazos de fuego que se producían en mi espalda o en mis piernas.

Ahí entendí una vez más, con la claridad de un día despejado frente a las montañas del Almanzor, con la obviedad que produce probar una gota pura del río del Dharmma otra vez desde mi último retiro, que la vida iba de decisiones y de observar la realidad, de elegir conscientemente cuándo y cómo enfrentarnos a aquello que queremos eludir para que, cuando la tormenta llegue, pues llegará, no sea ya tormenta para nosotros.

¿Nada más?

Nada más.

Comprendí algo también. El ser humano tiene tres capacidades y sólo tres capacidades.

Puede emitir movimiento. Todo lo que conocemos como capacidades cotidianas del ser humano, moverse, respirar, pensar, etc, son variaciones de esto. Somos una línea en el electrocardiograma del universo expresando picos, hacia arriba y hacia abajo, picos convulsos, altas montañas rusas y valles profundos.

Puede observar. Un ser humano tiene la capacidad, en palabras de Ekchart Tolle, de saberse universo mediante la observación. Usted no está en el Universo, usted ES el Universo, una intrínseca parte de él. En el fondo usted no es una persona, sino un punto focal donde el Universo está tomando conciencia de sí mismo. Qué milagro tan asombroso. Eckhart Tolle

Puede sentir.
Y es precisamente a través de la combinación de la segunda y la tercera y con la anulación de la primera, es decir, observando las sensaciones sin emitir ningún tipo de juicio, que el ser humano puede crecer, atravesarse a sí mismo y experimentar QUÉ es verdaderamente.

Retiro a retiro, compruebo cómo mi proceso de descubrimiento ocurre con mayor prontitud: En mi primer retiro, quizás obtuve mi mayor comprensión el noveno día. En mi segundo, quizás fue el octavo…

Como me respondió Lama Rinchen cuando le pregunté qué ocurría a nivel de conciencia en los retiros, cada retiro, es decir, cada inmersión completa en la práctica de la meditación, produce en nosotros un ascenso, una subida de conciencia que, aunque luego volvamos a descender con el pasar de los días debido a la pérdida de la profundidad y continuidad de la práctica, cada vez que volvemos a otro retiro empezaremos en el escalón que conseguimos alcanzar en el anterior.

El Dharmma es generoso pues al parecer no olvida el trabajo que realizaste.

Práctica

Como decía más arriba, a partir del quinto día tras librar mi propia batalla, quizás la más feroz que he presenciado nunca en mi interior, todo empezó a ir cuesta abajo y empecé a disfrutar quizás por primera vez desde que empecé a ir a cursos, a disfrutar genuinamente de la práctica de la meditación Vipassana.

Empecé a comprender cada vez más. Como si fueran cápsulas de información que me descargaba de la nube obtenía instrucciones de cómo transitar el camino.

Un día, al cerrar los ojos, me di cuenta de algo potente: entendí cómo meditar. Llevaba meditando mal todo este tiempo.

Antes, hasta ese momento, al cerrar los ojos seguía imaginando que tenía un cuerpo físico, es decir, seguía recordando que tenía un cuerpo, es decir, seguía viviendo en el pasado y no en el presente, que es el único lugar donde uno puede observar la realidad tal como es.

¿Qué quiero decir con esto?

Si te pones en postura de meditación y cierras los ojos, —pruébalo y verás—, te darás cuenta de que, si nacieras en ese momento, es decir, si en ese momento aparecieras ahí por primera vez sin ningún tipo de experiencia previa en nada, en ese lugar oscuro que vemos cuando cerramos los ojos, no sabríamos que eso es oscuro pues no sabríamos con qué compararlo, no sabríamos que fuera tenemos un cuerpo. No sabríamos que hay un fuera y un dentro. No sabríamos que somos humanos. No sabríamos cómo nos llamamos. No sabríamos que sabemos respirar.

Si eso ocurriera, si nos plantaran ahí de repente en nuestro interior, lo único que sabríamos es aquello que podemos ver o presenciar o experimentar en ese preciso instante. Todo nos resultaría nuevo y, como niños curiosos, indagaríamos: Parece que algo frente a mí se mueve (no sabríamos que hay un frente ni qué es el movimiento), rítmicamente mientras algo en mí (no sabríamos que hay un mí), se mueve también (el aire, aunque no sabríamos qué es y sólo podríamos experimentar su presencia cercana). Parece que algo me toca aquí (en las fosas nasales, aunque no sabríamos qué son) y luego sale (aunque aún no sabríamos qué es fuera). Aún no sé qué es, voy a explorarlo y observarlo atentamente, parece que dependiendo de mi movimiento (inhalación), aquello que se mueve en el exterior tiene una temperatura, y luego otra (exhalación).

Y así, continuaríamos observando todo aquello que existe en nuestra presencia sin saber nombrarlo.

Con el tiempo, si por puro aburrimiento observáramos un sólo punto de manera continuada, nuestra percepción se acrecentaría pues haría el efecto de lupa (objetivo pequeño error pequeño), y nos daríamos cuenta cómo al observar en una determinada dirección, experimentaríamos unas sensaciones que antes no sentíamos.

Es decir, me explico.

Antes, hasta ese momento de comprensión, cuando estaba con los ojos cerrados trataba de sentir la espalda, o las manos, o los pies, o las piernas.

Cuando se producía un dolor debido a la postura, decía me duelen mucho las piernas o me duele mucho la espalda.

Lo que me di cuenta es que, con los ojos cerrados, no hay espalda. No hay piernas. No hay nada. Sólo hay sensaciones que observar.

Sabiendo eso, o mejor dicho, con esta comprensión, me puse entonces a observar el interior de mi cuerpo y de aquella oscuridad. Percibí los matices de oscuridad debido a esa tenue claridad que entra por los ojos. Percibí sensaciones muy fuertes en algunos puntos.

Y lo mejor de todo, lo más alucinante, es que cuando me disponía a observar con VERDADERA curiosidad en alguna dirección, se producía automáticamente la apertura de las cortinas de las sensaciones. Es decir, si observaba por ejemplo detrás (no había detrás, pues con los ojos cerrados no hay detrás ni delante), de repente sentía algo (lo que sería la espalda), y cuanto mayor grado de curiosidad y de presente observaba, más sentía.

Pasé de sensaciones burdas a sutiles de manera casi instantánea sin apenas ejercicios o intentos por mi parte.

Y hay más. Descubrí algo gordo, quizás la mayor comprensión hasta la fecha, descubrí el infinito.

Con los ojos cerrados te das cuenta de que no existen distancias. Te das cuenta de que tu pie, y tu cabeza, están a la misma distancia que los dedos de los pies.

Gracias al maravilloso libro de Macarena Estévez Tu cerebro es un prodigio analítico aunque tú no lo sepas, comprendí de manera teórica el significado de infinito.

El infinito no se produce cuando sumas números y más números y te das cuenta de que podrías seguir sumando hasta el infinito, sino que el infinito está presente en absolutamente todo.

1 + 2 + 3 + 4 + 100 + 500 + 1000 + 34218712832187128937218937128312832137218937289371893712983721387193871239 + 1 +… ∞

No. El infinito no se encuentra sólo ahí.

Entre 1 y 2, no hay 1. Entre 1 y 2, hay infinito.

Entre 2 y 4, no hay 2. Entre 2 y 4, hay infinito.

Entre 1 y 2, no hay… 1,1, 1,2, 1,3, 1,4, 1,5, 1,6, 1,7, 1,8, 1,9, 2. Hay infinito.

Entre el 1,1, y el 1,2, también hay 1,1232331321321313131313132454989768636213213819879…

Es decir, el infinito se manifiesta en todo. En este TODO, no hay distancias. Entre todo, hay TODO.

Es decir… cuando cierro los ojos, entre mi cabeza y mi pie… está el infinito.

Y con esa nueva comprensión adquirida, empecé a jugar. De repente era capaz de sentir al mismo tiempo la uña del dedo índice del pie y el lóbulo inferior de la oreja derecha, con la misma facilidad (bueno, más o menos, todo requiere entrenamiento, es decir, adquisición de la comprensión de la realidad de las cosas de forma gradual) con la que podía sentir las dos manos.

Antes, entre mi mano y mi espalda había distancia y tenía que estar muy concentrado.

Ahora, al no haber distancia, sólo tenía que observar ambos sitios.

Seguí jugando y jugando y experimenté cosas… cuanto menos curiosas.



Si aún sigues leyendo, te repito algo: el ser humano que conoces es la sombra de lo que es, o de lo que puede ser. Nuestra tarea como humanos es descubrir la realidad.

Descubrir la verdad.

Si me permites una sugerencia, haz con esta información lo mejor que tu nivel de comprensión actual, y tu disciplina, te permitan.

Crear procedimiento

Juan Atienza, en aquel podcast en el que le entrevisté dijo: Invierte todo el tiempo que haga falta en crear procedimiento.

Una noche, quizás la segunda o tercera, busqué —otra vez—, a tientas mi reloj.

Joder, dónde lo puse.

Finalmente lo encontré.

Joder, dónde se enciende la luz.

Click. Uy, botón equivocado. Click. Uy, botón equivocado.

Finalmente atino y veo la hora.

Al día siguiente, en un rato de descanso me quedo mirando el reloj sobre la silla y pienso: ¿Por qué no habré pensando antes cómo encontrar la luz del reloj durante la noche? Así que lo tomé en mis manos y me di cuenta que si la hebilla de la correa estaba hacia arriba, el botón de la luz estaría siempre arriba a la izquierda. Algo que podía averiguar en la oscuridad de la noche con sólo palpar.

En unos pocos segundos de observación me había quitado, durante el resto de mi vida o durante el resto de vida de mi reloj al menos, un problema.

¿Por qué no ato el reloj a la escalera de la litera junto a mi cabeza, así siempre está a mano y no tendré que buscarlo?

Puede parecer ridículo esto, pero es quizás lo más valioso que mi mente ha hecho nunca de manera natural: Mi mente estaba creando procedimientos para ahorrarme tiempo, problemas y frustración.


Como diría Morfeo de Gea, el humano (el humano inconsciente) vive en un eterno círculo de recurrencia en prácticamente todo aquello con lo que interactúa.

Como diría Isra Bravo, si estás todos los días de tu vida en el mismo atasco, camino del mismo trabajo, maldiciendo ese momento… ocurren dos cosas: o no piensas, o piensas que algo estás haciendo mal.

Bien. La mayoría de los seres humanos, no hemos pensado.

Casi nunca.

Y nos encontramos en un atasco.

Perpetuo.

Camino de un trabajo que no nos gusta.

Y por eso no encontramos el reloj en la noche ni el botón de la luz.

Y por eso todos los días nos preocupamos de qué comer. De cómo ganar dinero. De cómo no engordar. De cómo no enfermar. De cómo no odiar. De cómo no ansiar. De cómo amar.

La meditación Vipassana, mediante la sistemática eliminación de las impurezas (impurezas de nuestra mente acarreadas en un movimiento energético traído del pasado y causadas por nuestra ignorancia), hace nuestra mente cada vez más pura.

Nuestra mente, o mejor dicho, nuestra conciencia, si no está bloqueada es infinita, todo está conectado con todo y por lo tanto todo tiene solución si consigues hacer la conexión adecuada.

Respecto al dinero, he visto cómo hay muchos meditadores de vipassana, excelentes meditadores, increíblemente disciplinados, que en cambio no llegan nunca a fin de mes.

¿La razón? Ahí llega otra gran comprensión: sólo hacemos conexión con aquello que experimentamos.

Es decir: si tu nivel de conciencia es muy elevado pero no has leído un libro de finanzas en tu vida, o nunca te has relacionado con emprendedores, o nunca has considerado la opción, no establecerás la conexión, el plan, el procedimiento, de cómo ganar dinero de una vez por todas.

Hace poco me recomendaron el libro Rico e iluminado, donde al parecer también habla de Vipassana.

Bien: Ricos y Libres cada vez cobra más sentido y concreción. La riqueza es posible. La libertad es posible. Sólo se trata de crear conexiones, experimentar aquello que deba ser experimentado, y observar sin juicio, sin presente y sin pasado.

Nada más.

¿Lo más interesante? Que es aplicable a todo.

La hora de Vipassana ha llegado

En cada retiro he decidido algo.

Decidido de verdad, quiero decir.

Por ejemplo, tras mi primero decidí empezar seriamente a escribir y creé este blog. Tras el tercero, dejar atrás toda profesión que no me llenara y dedicarme en cambio a aquello para lo que verdaderamente he nacido. Tras el cuarto, empezar a escribir mi primer libro.

Este sin embargo me ha arrojado una declaración de intenciones un tanto diferente, quizás la más importante: a partir de ahora, pase lo que pase, me tomaré en serio la práctica diaria en casa.

Si quiero cosechar los más sabrosos frutos, tendré que plantar las mejores semillas.


Gracias por leerme.

Así como la luz de una vela tiene el poder de disipar la oscuridad en una habitación, también la luz desarrollada en un hombre puede ayudar a disipar la oscuridad en varios otros. Sayagyi U Ba Khin

Fuente: este post proviene de Ricos y Libres, donde puedes consultar el contenido original.
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