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Leí en alguna ocasión que tu mejor amiga o amigo también podría convertirse en tu peor enemigo. Esto debido a que te conoce hasta mejor que lo que te conoces tú. Conoce tus falencias, tus debilidades, tus cosas ocultas. El verdadero amigo te conoce como la palma de su mano. Esto lo puede utilizar a favor o en contra tuyo. Ahí radica la diferencia entre una amistad real, verdadera y una que no lo es.
Una amistad conlleva lealtad, cariño, complicidad, afecto, confianza y sobre todo, sinceridad. La relación debe ser bilateral. Es decir, mutua. Porque si no es así, solo habría un interesado.
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Sabemos que contamos con una buena amistad, si nos desean el bien, si nos dan buenos consejos y si emiten palabras hermosas al referirse a nosotros. La amistad sincera se aleja de las críticas destructivas y de las malas intenciones. Más bien se acerca a la crítica inteligente y de aportación para el crecimiento individual.
Para que haya excelente amistad, debe reinar la reciprocidad, adicionalmente debe existir la empatía y la identificación de valores en común.
Además de los valores relacionados anteriormente, la compatibilidad de caracteres puede ser un ingrediente adicional.
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Es cierto que no todos los amigos de nuestro círculo poseen todas las cualidades requeridas al mismo tiempo. Cada uno aporta su personalidad característica y su forma de ver el mundo. Debemos tomar lo mejor de cada uno de nuestros amigos para así formar nuestra propia perspectiva. Valorando lo que ellos nos entreguen, que a la final puede ser su mejor versión.