Winston S. Churchill
Los organismos modificados genéticamente pueden adquirir propiedades o características novedosas provenientes de otros organismos o microorganismos. La inserción de transgenes en el genoma de una planta o de un animal es de naturaleza azarosa, es decir, no se puede predecir el sitio exacto de inserción de los transgenes, de ahí que la selección de las mejores líneas transgénicas se lleve a cabo con base en pruebas de laboratorio, invernadero y campo a posteriori, de manera empírica (prueba y error). La mayoría de los científicos biotecnólogos reconocen que esto es así, no obstante, algunos consideran que la Ingeniería Genética aporta mayor precisión, en comparación con los movimientos de genes que se producen cotidianamente a través del mejoramiento clásico de cultivos y que los riesgos que se atribuyen a esta tecnología son los mismos que los producidos por las técnicas convencionales.
En contraposición a esto, otros científicos afirman que las incertidumbres en torno al método requieren que los organismos genéticamente modificados se sometan a una evaluación especial, sobre todo porque las plantas cultivadas y aquellas que son obtenidas por mejoramiento clásico se han ido seleccionando y probando cuidadosa y colectivamente. Los intercambios genéticos que se dan como resultado de las técnicas de mejoramiento clásico no implican combinaciones entre organismos tan distantes como virus, bacterias, plantas y animales, pues no se sobrepasan las barreras reproductivas o de especie. Las incertidumbres del método fueron evidentes en un interesante estudio de Pusztai y Ewen, científicos de la Universidad de Aberdeen, Escocia, quienes mostraron que ratas alimentadas con dietas que contenían papas modificadas genéticamente presentaban cambios y diversos efectos en diferentes partes del tracto gastrointestinal, así como en el sistema inmunológico.
Los investigadores afirman que no fue la proteína transgénica la causante de algunos de los cambios y efectos detectados, sino el contexto genómico de la inserción del transgén. Además, de acuerdo a documentos desclasificados de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), se sabe que algunos científicos de esta agencia expresaron dudas sobre la seguridad de los organismos genéticamente modificados a partir de los análisis de inocuidad de productos transgénicos llevados a cabo por la FDA durante 1992. En ese entonces se determinó que estos alimentos son perfectamente seguros, pero sin contar con el consenso de todos los científicos evaluadores. Los documentos desclasificados son interesantísimos y educativos.
En uno de ellos, el microbiólogo Louis Pribyl dice que “los efectos involuntarios no pueden ser desechados tan fácilmente, simplemente suponiendo que éstos también ocurren en los cultivos mejorados por técnicas convencionales. Hay una profunda diferencia entre los tipos de efectos inesperados de los cultivos convencionales y los de la ingeniería genética. Arpad Pusztai, Ph.D., recibió su grado en Química en Budapest y su B.Sc. en Fisiología y su Ph.D. en Bioquímica de la Universidad de Londres. En sus más de 50 años de carrera ha trabajado en universidades e institutos de investigación en Budapest, Londres, Chicago y Aberdeen (Rowett Research Institute). Ha publicado casi 300 artículos científicos arbitrados y escrito y/o editado 12 libros científicos.
En los últimos 30 años ha sido pionero en la investigación acerca de los efectos de las lectinas dietéticas en el tracto gastrointestinal, incluyendo aquellas expresadas por cultivos genéticamente modificados. Generó una gran polémica cuando hizo pública su preocupación sobre la seguridad de los alimentos transgénicos y la necesidad de evaluarlos cuidadosamente antes de llegar a la mesa del consumidor. Pueden enumerarse algunos riesgos, lo cual no implica que existan suficientes evidencias científicas.
Esto último se debe, como se explicará posteriormente, a que son muy pocos los estudios científicos divulgados sobre el efecto del consumo de alimentos transgénicos en la salud humana, sin embargo, la falta de suficientes evidencias no debe interpretarse como ausencia de riesgo. Los riesgos potenciales son reales y requieren investigarse. A continuación, se enunciarán los principales temores:
* Proteínas “novedosas” causantes de procesos alérgicos: Los alergenos alimentarios más comunes son los productos con alto contenido de proteína, sobre todo, los de origen vegetal o marino. Uno de los riesgos para la salud asociado a los alimentos transgénicos es la aparición de nuevas alergias, ya que estos alimentos introducen en la cadena alimentaria nuevas proteínas que nunca antes habíamos comido. Si la proteína es un enzima, pueden ocurrir importantes cambios en el metabolismo de la célula y ello puede formar de nuevo sustancias tóxicas y alergénicas.
* Producción de sustancias tóxicas o efectos no esperados: Este temor está directamente relacionado con la incertidumbre del método. Existe el riesgo de que la inserción azarosa del transgén en el genoma del organismo a transformar conduzca al “encendido” o “apagado” de genes aledaños a la inserción. Si así ocurre, pueden generarse procesos desconocidos que conduzca a la aparición de toxicidad. Para evaluar estos riesgos, son requeridos ensayos de toxicidad, los cuales implican la experimentación con animales de laboratorio a corto, mediano y largo plazo.
* Resistencia a los antibióticos y transferencia horizontal de genes: El empleo de marcadores de resistencia a antibióticos en el proceso de desarrollo de cultivos transgénicos ha despertado inquietudes acerca de la posibilidad de que estos cultivos promuevan la pérdida de nuestra capacidad de tratar las enfermedades con medicamentos antibióticos. Ello se debe a que existe la posibilidad de “transferencia horizontal” de un gen de resistencia a antibiótico proveniente de un alimento transgénico a los microorganismos que normalmente se alojan en nuestra boca, estómago e intestinos, o a bacterias que ingerimos junto con los alimentos. Si estos microorganismos adquieren el gen de resistencia a antibióticos, sobrevivirán a una dosis oral de un medicamento antibiótico, lo que hará difícil el tratamiento de ciertas enfermedades.
* Sobreexpresión de genes: Para insertar un transgén en el genoma de cualquier organismo es necesario que vaya acompañado de secuencias adicionales de ADN para dirigir la actividad de dicho transgén. Estas secuencias adicionales son conocidas como promotores y terminadores. El promotor más ampliamente usado es el promotor 35S del virus del mosaico de la coliflor (promotor CaMV). ¿Existe la posibilidad de que el promotor CaMV escape del proceso normal de descomposición digestiva, penetre en una célula del organismo y se insertara en un cromosoma humano alterando la expresión de ciertos genes? Tendrían que producirse múltiples acontecimientos escalonados para que ocurriera algo así, pero ello no significa que se descarte la posibilidad.
* Alteraciones de las propiedades nutritivas: Debido a los efectos no esperados, se ha planteado la necesidad de evaluar si la inserción azarosa del transgén genera cambios en la composición nutrimental de los alimentos transgénicos. Los estudios divulgados hasta la fecha no aclaran si, por ejemplo, los cultivos de soya tolerante a herbicidas tienen las mismas cantidades de nutrientes que las variedades tradicionales. Las investigaciones recientes indican que las cantidades de isoflavonas presentes en la soya cambian en respuesta a varios factores. Existen datos que hacen sospechar que la aplicación del herbicida usado en la soja transgénica puede provocar un efecto, pero no está claro si el cambio resultante es un aumento o una disminución de las cantidades de isoflavonas.
* Toxicidad por la presencia de residuos de herbicidas en plantas tolerantes a ellos: El glifosato o Roundup es uno de los herbicidas más utilizados en la agricultura química y para el que son tolerantes muchas plantas modificadas genéticamente. Debido a que las plantas tolerantes a herbicida son rociadas por el glifosato, residuos de este agroquímico están presentes en los cultivos transgénicos y existen temores acerca de su inocuidad. Las agencias reglamentarias siguen clasificando los herbicidas a base de glifosato como “no cancerígeno para el hombre”, pero esta afirmación ha sido recientemente puesta en entredicho por una serie de estudios epidemiológicos. De la misma manera, han surgido temores en torno al glifosato como generador de desórdenes de reproducción. Los desarrolladores de organismos transgénicos afirman llevar a cabo todos los estudios pertinentes, ninguno de los cuales ha aportado evidencia científica de daño a la salud humana.
Los riesgos potenciales que se enunciaron anteriormente han sido descartados. Sin embargo, mucho de los estudios realizados por los desarrolladores son confidenciales y aquellos que se han divulgado, han levantado serias críticas de algunos científicos independientes. El debate sobre los alimentos transgénicos se ha instalado fundamentalmente en las prestigiosas revistas científicas British Medical Journal, Lancet, Nature y Science; las publicaciones aparecidas en las mismas, salvo algunas excepciones, no corresponden a estudios experimentales o evaluaciones originales sobre los efectos adversos o la potencial toxicidad de los alimentos transgénicos. De hecho, no existen publicaciones arbitradas sobre estudios clínicos de los efectos en la salud humana de los alimentos transgénicos.
El Dr. Domingo Roig, toxicólogo de la Universidad de Tarragona, hizo una revisión bibliográfica de los artículos científicos publicados desde enero de 1980 hasta mayo de 2000. En este largo período sólo se encontraron seis estudios formales sobre toxicidad. Por otro lado, Pryme y Lembcke publican en el 2003 una revisión bibliográfica acerca del estado de la investigación dentro de la comunidad científica internacional sobre los efectos en la salud humana a consecuencia del consumo de alimentos transgénicos. Declaran que existen dos tendencias: Muchos de los estudios científicos independientes encuentran posibles efectos adversos en la salud humana asociados al consumo de alimentos transgénicos y los estudios financiados por la industria biotecnológica descartan todo riesgo potencial y corroboran la seguridad e inocuidad de los alimentos transgénicos. Definitivamente, aún falta mucho camino por recorrer y muchos estudios por realizar.
El 29 de mayo de 1992, la FDA publica en el Federal Register su reglamentación sobre los alimentos derivados de nuevas variedades de plantas:
“Los productos alimenticios obtenidos de la biotecnología serán reglamentados de la misma forma que los alimentos convencionales”.
“Los alimentos derivados de variedades vegetales desarrolladas por nuevos métodos de modificación genética serán reglamentados en el mismo campo y según el mismo enfoque que los obtenidos por fitomejoradores tradicionales”.
Esta declaración es la consecuencia inmediata del principio adoptado, equivalencia sustancial: “Si un nuevo alimento o un nuevo ingrediente del producto final es equivalente a un alimento o a un ingrediente existente en el mercado, entonces el alimento nuevo o el nuevo ingrediente pueden ser tratados de la misma manera que su contraparte convencional” A pesar de las críticas hechas por científicos independientes y en su momento, por científicos de la FDA así como por miembros de la Comunidad Europea, el principio de equivalencia sustancial es el que rige los protocolos de evaluación de la FDA y ha sido aprobado por la Organización Mundial de la Salud. La identificación de la “equivalencia sustancial” no es una evaluación de seguridad en sí misma, sino una aproximación analítica para la evaluación de un alimento nuevo en relación con uno que ya existe y que tiene una larga historia de seguridad en su consumo. Al determinar la “equivalencia sustancial”, los elementos críticos que se identifican son los nutrimentos y las sustancias tóxicas que pudiera contener el alimento denominado como “nuevo” o “novedoso”.
En base a este principio, las autoridades encargadas de verificar la seguridad de los alimentos transgénicos diseñan protocolos o árboles de decisión que contemplan los siguientes aspectos:
Análisis caso por caso.
Identificación.
Aprobación en el país de origen.
Historial de uso seguro.
Pruebas de alergenicidad.
Pruebas toxicológicas.
Pruebas de patogenicidad.
Composición nutrimental.
El Dr. Puztai, sin embargo, menciona que estas pruebas así cómo los métodos empleados son insuficientes para asegurar la inocuidad de los alimentos transgénicos. Sin embargo, más allá de los protocolos de evaluación, la preocupación fundamental se encuentra en el hecho de que ni la COFEPRIS en México ni la FDA en Estados Unidos, realizan directamente los ensayos de inocuidad. Es decir, los aspectos de evaluación enlistados anteriormente se analizan a partir de la documentación y los estudios entregados por los mismos desarrolladores que buscan introducir sus productos comerciales al mercado. Ni la FDA ni la COFEPRIS cuentan con laboratorios propios o un equipo de científicos independientes que lleven a cabo pruebas toxicológicas, de patogenicidad o de alergeniciad. Podemos concluir, que los conocimientos actuales son insuficientes para evaluar los beneficios y riesgos de los alimentos transgénicos, especialmente a la luz de las consecuencias a largo plazo que estas tecnologías puedan tener no sólo en la salud humana, sino en el medio ambiente y en la vida de los pequeños productores.
De acuerdo a los pocos estudios científicos independientes con los que se cuentan, es posible que las “pequeñas” diferencias entre los cultivos transgénicos y sus equivalentes convencionales sí sean significativas, de manera que el principio de “equivalencia sustancial” pierde sentido. Ante ciertas evidencias científicas de posibles efectos adversos sobre la salud humana como consecuencia del consumo de alimentos transgénicos, estudios independientes en el ámbito científico internacional son impostergables. Se requieren métodos y conceptos nuevos para analizar las diferencias de origen toxicológico, metabólico y nutricional entre los alimentos transgénicos y sus equivalentes convencionales. Necesitamos más ciencia, no menos. Más que grandes corporaciones biotecnológicas “luchando” por erradicar el hambre en el mundo, necesitamos científicos responsables y comprometidos con las sociedades actuales, amenazadas por el cambio climático e inmersas en una severa crisis alimentaria y financiera. Hoy más que nunca resultan indispensables políticas agropecuarias encaminadas a garantizar la soberanía y seguridad alimentaria de los pueblos que padecen hambre.
La primera evaluación mundial independiente de ciencia y tecnología agrícolas, aprobada por 58 gobiernos en abril de 2008, advierte que el mundo no puede depender de “reparaciones tecnológicas”, como los cultivos transgénicos, para resolver problemas sistémicos de pobreza, hambre y crisis ambiental persistentes. No se trata solamente de un problema de producción de alimentos, es sobre todo, un problema de acceso a los mismos y justicia social. He aquí el gran reto de la comunidad científica contemporánea en colaboración con todos los sectores de la sociedad, incluidos los consumidores y los productores. Es imprescindible que mejoremos la producción y distribución de los alimentos, si es que queremos alimentar y librar del hambre a la creciente población mundial, al mismo tiempo que reducimos los impactos ambientales y generamos empleos productivos en las regiones de bajos ingresos. Para lograrlo, será necesario hacer un uso adecuado y responsable de los descubrimientos científicos y las nuevas tecnologías. Una inmensa extensión de la superficie terrestre del planeta, tanto en las costas como en el interior de los continentes, se considera marginal porque es excesivamente salina o alcalina.
Ya se logró identificar, clonar y transferir a otras plantas un gen de tolerancia a la sal presente en el mangle negro (Avicennia marina). Según se ha visto, las plantas transgénicas toleran mayores concentraciones de sal. Asimismo, el gen gutD, de Escherichia coli, ha servido para generar plantas de maíz transgénicas que toleran la sal (Liu y cols 1999). Estos genes representan una fuente potencial para el desarrollo de sistemas agrícolas que permitan el uso de las tierras marginales (M.S. Swaminathan, com. pers. 2000). La deficiencia de vitamina A es causa de que medio millón de niños queden parcial o totalmente ciegos cada año (Conway y Toennissen 1999). Los métodos tradicionales de mejora de plantas no han logrado producir cultivos que contengan altas concentraciones de vitamina A, de modo que la mayoría de los gobiernos dependen de costosos y complejos programas de complementación para atender este problema. Los investigadores han introducido tres nuevos genes en el arroz: dos de ellos proceden del narciso y uno de cierto microorganismo. El arroz transgénico exhibe mayor producción de beta-caroteno, el precursor de la vitamina A, y la semilla es de color amarillo (Ye y cols. 2000). Este arroz amarillo o dorado, puede ayudar a resolver el problema de la deficiencia de vitamina A entre los niños de las regiones tropicales.
La fortificación con hierro es necesaria porque los cereales son deficientes en micronutrientes esenciales como este metal. La deficiencia de hierro provoca anemia en las mujeres embarazadas y los niños pequeños. Por consiguiente, cerca de 400 millones de mujeres en edad reproductiva sufren de esta afección y tienen mayores riesgos de muerte fetal o de parir niños con muy bajo peso, así como una mayor probabilidad de muerte por parto. La anemia ha sido identificada como un factor de riesgo en más de 20% de los casos de muerte posparto en Asia y África (Conway 1999a, b). Mediante el uso de genes relacionados con la síntesis de una proteína fijadora de hierro y con la producción de una enzima que facilita la absorción del hierro presente en los alimentos humanos, se produjo un arroz transgénico con altas concentraciones de hierro (Goto y cols. 1999; Lucca 1999). Estas plantas contienen de dos a cuatro veces más hierro que el arroz no transgénico, pero queda pendiente investigar su asimilación biológica. La disponibilidad y el uso eficiente del agua se han convertido en temas de importancia mundial. Los suelos sometidos a labores de labranza intensa (arado) para el control de las malezas y la preparación del suelo, son propensos a la erosión y sufren una grave pérdida de agua. Las comunidades tradicionales han recurrido por muchos años a sistemas de labranza mínima.
Existe la necesidad de crear cultivos que prosperen en tales condiciones, incluyendo la introducción de resistencia a enfermedades de las raíces que se controlan actualmente por medio de la labranza, así como de herbicidas que puedan ser utilizados en vez de la labranza (Cook 2000). Según se ha visto en los países más desarrollados, la tecnología MG es una herramienta útil para introducir resistencia a las enfermedades radiculares en condiciones de labranza mínima. Sin embargo, será necesario un cuidadoso análisis de tipo costo-beneficio, a fin de asegurar el logro del máximo provecho.
Asimismo, será necesario evaluar minuciosamente las diferencias regionales en cuanto a técnicas agrícolas, así como el impacto potencial de la sustitución de un cultivo tradicional por uno nuevo de tipo transgénico. Las variedades transgénicas de primera generación han beneficiado a muchos agricultores en forma de menores costos de producción, mayores rendimientos o ambas cosas. En muchos casos, también han beneficiado al ambiente porque reducen el uso de plaguicidas o permiten la siembra de cultivos con menos actividades de labranza. Los insectos ocasionan enormes pérdidas agrícolas en el campo y en los productos cosechados que se encuentran en tránsito o almacenamiento, pero las preocupaciones en cuanto a la salud de los consumidores y el impacto ambiental, han limitado el registro de muchos plaguicidas químicos prometedores. Los genes de resistencia a las plagas, cuando son introducidos cuidadosamente en los cultivos para evitar la selección futura de resistencia a las plagas, constituyen alternativas con las que puede reducirse el uso de plaguicidas químicos en muchos cultivos importantes.
Además, reducir la contaminación de nuestros alimentos por parte de patógenos que constituyen riesgos de salud por la vía alimenticia (p.ej., las micotoxinas), sería benéfico para los agricultores y consumidores por igual. Existen vacunas contra muchas de las enfermedades que le provocan grandes sufrimientos e incluso la muerte a numerosas personas en los países en vías de desarrollo, pero su producción y aplicación son normalmente muy costosas. Casi todas las vacunas deben ser almacenadas en condiciones de refrigeración, y para su aplicación se depende de especialistas debidamente capacitados, lo que se suma a los gastos. En algunos países, incluso el costo de las agujas para inyectar las vacunas puede ser prohibitivo. Por consiguiente, suele suceder que las vacunas no llegan a quienes más las necesitan. Actualmente, los investigadores están estudiando el potencial de la tecnología MG para la producción de vacunas y fármacos por medio de plantas. Esto significaría un acceso más fácil, una producción más económica y una manera alternativa de generar ingresos. Ya se han producido vacunas contra enfermedades infecciosas del aparato digestivo en plantas como la papa y el plátano (banano) (Thanavala y cols. 1995).
Otro objetivo adecuado serían los cereales. Recientemente se logró expresar, en semillas de arroz y trigo, un anticuerpo contra el cáncer que reconoce células cancerosas de pulmón, mama y colon y que, por lo tanto, puede ser útil para el diagnóstico y la terapia en lo futuro (Stoger y cols. 2000). Estas tecnologías se encuentran en una fase aún muy temprana de su desarrollo, y será necesario investigar las preocupaciones obvias en cuanto a la salud humana y la seguridad ambiental durante su producción, antes de que dichas plantas sean aprobadas como cultivos especiales. No obstante, la creación de plantas transgénicas para la producción de sustancias terapéuticas tiene un enorme potencial como una manera de ayudar a resolver los problemas de enfermedad en los países en vías de desarrollo. Casi una tercera parte de las medicinas que se utilizan actualmente se derivan de las plantas, uno de los ejemplos más famosos es el de la aspirina (la forma acetilada de un producto natural de las plantas, el ácido salicílico). Se cree que menos de 10% de las plantas medicinales han sido identificadas y caracterizadas, y existe la posibilidad de utilizar la tecnología MG de tal manera que aumente los rendimientos de las sustancias medicinales una vez identificadas.
Por ejemplo, las valiosas sustancias contra el cáncer vinblastina y vincristina son los únicos medicamentos aprobados para el tratamiento del linfoma de Hodgkin. Ambas se derivan de la vincapervinca (hierba doncella) de Madagascar, que las produce en muy pequeñas concentraciones junto con 80 a 100 compuestos químicos muy similares. Por consiguiente, la producción de estos compuestos terapéuticos es sumamente costosa. En la actualidad se están llevando a cabo investigaciones intensivas con el fin de descubrir el potencial de la tecnología MG en cuanto se refiere a incrementar las concentraciones de compuestos activos o permitir su producción en plantas más fáciles de cultivar que la vincapervinca (Leech y cols. 1998). Los vectores utilizados en la transformación de plantas mediante métodos directos, son plásmidos bacterianos en los que han sido clonados los genes a ser introducidos en el genoma vegetal. Estos vectores son de tamaño variable (2 a 50 kb). Una vez identificados los genes y las respectivas secuencias reguladoras, ellos son agrupados, formando una construcción que consta de un promotor, una secuencia codificadora, y una señal de terminación. Esas construcciones son luego introducidas en un vector adecuado, o sea en un plásmido bacteriano. Un vector contiene básicamente, los genes de interés a ser introducidos, los genes marcadores para transformación y selección, un origen de replicación, y un gen que confiere a las bacterias resistencia a un antibiótico.
Uno de los genes marcadores más utilizados es el gus (uidA), debido a que su expresión puede ser fácilmente detectada mediante métodos enzimáticos, colorimétricos y de fluorescencia. Como se mencionó, para la selección de las células transformadas se utilizan genes que confieren resistencia a antibióticos. Los más utilizados son el gen neo (npt II), que confiere resistencia a la canamicina, geneticina o paromomicina y el gen hpt, que confiere resistencia a la higromicina. También se puede recurrir a genes que confieren resistencia a herbicidas, como el bar, que codifica a la enzima fosfinotricina acetiltransferasa (PAT), confiriendo resistencia a la fosfinotricina. Existen diferentes métodos de aislamiento de plásmidos bacterianos. Todos ellos siguen tres etapas básicas: crecimiento de la bacteria y amplificación del plásmido, concentración y lisis de las células bacterianas, y purificación del plásmido. El método de aislamiento del plásmido por lisis alcalina ha sido empleado exitosamente en diferentes linajes de bacterias. Se basa en la naturaleza circular de los plásmidos y en el alto peso molecular del ADN cromosómico. Cuando un extracto celular se expone a un pH alcalino (cercano a 12), el ADN linear (cromosómico) se desnaturaliza mientras que el ADN circular (plásmido) permanece intacto. Luego el extracto es neutralizado con una solución de acetato de sodio, en presencia de una alta concentración salina, lo que hace que el ADN cromosómico precipite, junto con las proteínas. Los biólogos pueden recurrir a tres métodos, para introducir los genes de interés en la célula vegetal. Ellos son: electroporación de protoplastos, biobalística e infección con Agrobacterium. El gusano de la raíz del maíz (Diabrotica spp.) es una grave plaga en muchas zonas de cultivo del cereal en los Estados Unidos. Daña las raíces de las plántulas jóvenes de maíz y provoca una reducción del desarrollo y el deficiente establecimiento de las plantas. Este insecto es el responsable de la aplicación de la mayor cantidad de insecticida en los campos de maíz estadounidenses. Para combatir esta plaga, se debe aplicar el insecticida directamente al suelo, donde puede dejar residuos o provocar la infiltración hacia el agua subterránea.
Al sustituir estos insecticidas químicos, los híbridos resistentes al gusano de la raíz del maíz pueden proporcionar importantes beneficios en cuanto a la calidad. El control de la maleza es uno de los mayores retos que afronta el agricultor al producir sus cultivos porque la maleza no controlada reduce drásticamente el rendimiento y la calidad de los cultivos. Muchos de los herbicidas que están en el mercado combaten sólo ciertos tipos de maleza y están aprobados para ser usados únicamente en determinados cultivos y en etapas específicas del desarrollo de las plantas. Los residuos de algunos herbicidas permanecen en el suelo un año o más y los agricultores deben prestar mucha atención a los antecedentes de aplicaciones de herbicidas en un campo cuando planean lo que sembrarán allí. Los cultivos tolerantes a los herbicidas pueden resolver muchos de estos problemas porque incluyen transgenes que proporcionan tolerancia a los herbicidas Roundup® (nombre químico: glifosato) o Liberty® (glufosinato).
Estos herbicidas son de amplio espectro, lo cual implica que matan a casi todos los tipos de plantas excepto aquellas que tienen el gen de la tolerancia. Por consiguiente, el agricultor puede aplicar un solo herbicida en sus campos sembrados con cultivos tolerantes al herbicida y puede usar Roundup y Liberty eficazmente en la mayoría de las etapas de desarrollo de los cultivos, según se requiera. Otro beneficio importante es que esta clase de herbicida se descompone con rapidez en el suelo, lo cual elimina el problema de los residuos remanentes del ciclo anterior y reduce los efectos ambientales. Las variedades tolerantes a los herbicidas son populares entre los agricultores porque permiten un control de la maleza menos complicado y más flexible. Los virus pueden ser eliminados de las plantas por cultivo de meristemos. Sin embargo, es mucho más rentable prevenir la infección. No se debe olvidar que una planta curada puede volver a ser infectada por el mismo virus.
Por lo general los agricultores siembran un mismo tipo de plantas en una misma zona, por lo tanto la enfermedad podría quedar residente en el suelo durante largo tiempo. Además, es inviable curar de virus a las plantas para cada siembra. El mecanismo de resistencia a los virus sobre todo el de reconocimiento del blanco no es totalmente conocido. Para limitar la infección de un virus puede provocarse una especie de vacunación utilizando un virus parcialmente dañado, cuyos efectos son más suaves. Las infecciones siguientes, realizadas por unidades más virulentas, tienen problemas para desarrollarse, tanto si las provoca el mismo virus como especies relacionadas. A este fenómeno se le denomina resistencia cruzada. La protección cruzada es una respuesta compleja causada por la replicación y expresión de un genoma viral completo. La protección cruzada debida a ingeniería genética no utiliza genomas completos. Como vemos, el tema de los alimentos transgénicos no ha definido, ni mucho menos, políticas ni líneas de trabajo que sean dogmas. Todo está por verse, por experimentarse y por probarse. ¿No puede negarse su utilidad asombrosa en ciertos y determinados casos, pero que hay de toxicidades a largo plazo? Será tema de un futuro cercano, hasta el próximo blog.
"SOMOS LO QUE HACEMOS REPETIDAMENTE. EXCELENCIA, POR LO TANTO, NO ES UN ACTO SINO UN HÁBITO"
ARISTOTELES
LEGALES: El autor no asume responsabilidad alguna por la descarga, copia, distribución, modificación o alteración de los contenidos publicados, sean propios del mismo o de terceros, los cuales pudieren estar protegidos por Copyright, Derechos de Propiedad Intelectual, Derechos de Autor, o relacionados. La bibliografía general de los temas expuestos, así como todos los créditos fotográficos, están en poder del Autor y no se publican dada su extensión, pero se enviarán por mail a los interesados que los solicitaren con nota personal debidamente fundamentada.