¿QUÉ ES LA IDENTIDAD PERSONAL?

En psicología el concepto de identidad personal se refiere al sentido que damos a nuestro propio ser único, diferente a los demás y continuo en el tiempo. Es el guion mental que hacemos cada persona de los valores y comportamientos que nos ha transmitido nuestra cultura, integrándolos conforme a nuestras características individuales y nuestra experiencia social. Es decir, la idea que tenemos de nuestra individualidad y de nuestra pertenencia a ciertos grupos.

La función de la identidad es mantener nuestro equilibrio psíquico mediante dos acciones: 1) darnos una valoración positiva de nosotros mismos, y 2) adaptarnos al entorno en el que vivimos. La primera función busca llegar a sentirnos una persona valiosa con capacidad para actuar ante los diferentes sucesos y elementos. La segunda función permite modificar ciertos rasgos de nuestra identidad para poder integrarnos en un nuevo entorno.

La formación de la identidad de un individuo depende de la cultura y el periodo histórico en el que vive. El entorno en el que nace transmite unos valores y una forma de actuar y de pensar; por ejemplo, el sistema de castas en la India considera que el contacto de los brahmanes (la casta sacerdotal) con miembros de castas inferiores los contamina.

La identidad se relaciona con diferentes corrientes culturales y, a su vez, está limitada por éstas: la nacionalidad, la religión, el sexo, el idioma, la raza o etnia

Un refugiado político cambia algunos rasgos de su identidad pero sin perder su sensación de continuidad sobre sí mismo: añade a su tradicional identidad tanto la cultura del país de acogida como la definición de inmigrante.

Se esfuerza por obtener un reconocimiento sobre su manera de integrar las diferentes culturas vividas, a menudo desconocidas por los demás. Negocia de forma perseverante su identidad con el objetivo de superar la tensión creada por los diferentes códigos culturales y descubrir su lugar en esa sociedad.

La identidad como construcción psicológica

Para los filósofos John Locke (1632-1704) y David Hume (1711-1776) la identidad es la relación entre la memoria y las diferentes vivencias presentes y pasadas. Entonces la identidad no es un Yo como sustancia real, como propiedad natural, sino una mera construcción de la memoria.
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La psicología actual asume de forma sustancial esta idea cuando habla de crisis de identidad, cuya consecuencia sería la debilidad o inconsistencia de esa construcción.

Así como el DNI (Documento Nacional de Identidad) define ciertos rasgos específicos del individuo (sexo, edad, nacionalidad), la identidad la solemos basar en un conjunto de rasgos individuales (estado civil, empleo, aficiones) pero también grupales (cultura, religión, normas sociales).

La noción de identidad (individual y colectiva) alcanzó gran interés a mediados del siglo XX como resultado de los profundos cambios sociales y culturales. La sociedad occidental ha evolucionado de una forma de vivir en comunidad (unión de individuos por un interés común) a otra en la que se centra en el individuo, ocasionando efectos sociales y psicológicos.

Después de la Segunda Guerra Mundial el concepto de identidad cobró importancia gracias al psicoanalista estadounidense Erik Erikson (1902-1994). En su libro Infancia y sociedad, publicado en 1950, descubre la importancia que tienen los roles sociales y la pertenencia al grupo en la formación de la identidad personal.

Según Erikson, cuando logramos acomodar adecuadamente el autoconcepto (concepto de sí mismo) que cada uno tenemos con los roles sociales que conseguimos realizar, podemos experimentar un sentimiento íntimo de identidad al interiorizar una progresión continua entre nuestra infancia superada, nuestro presente realizado y lo que creemos poder alcanzar en el futuro.

La adolescencia, el período de búsqueda de sí mismo

Entre los estudiosos sobre los cambios que ocurren en el ser humano durante su ciclo vital, hay un amplio consenso en que la adolescencia es un período clave en el proceso de formación de la identidad. Esta etapa comienza con la pubertad, donde se desencadena una sucesión de cambios físicos y hormonales que provocan  a su vez transformaciones psicológicas y sociales. El/la adolescente se verá obligado a adaptarse a su nueva imagen y lograr aceptarla (a veces con dificultad).

La adolescencia es una transición evolutiva, que pasa de una existencia infantil y protegida hacia la madurez física, sexual y psicosocial de la vida adulta. Es el momento donde el/la joven necesita situarse en la comunidad en la que vive, cuya tarea primordial es alcanzar una identidad que le permita llegar a ser una persona relevante para la sociedad. El adolescente ambiciona ser el mejor en algún ámbito y recibir el aprecio de los demás, es una etapa donde brota el miedo a no destacar y a hacer el ridículo.

Aunque es una búsqueda que dura toda la vida, la identidad personal hunde sus raíces en esta época, donde el adolescente se esfuerza por encontrar un sentido de sí mismo y del mundo que le rodea. Mientras busca su propia identidad va reconstruyendo tenazmente su personalidad con la pretensión de convertirse en adulto, de superar su etapa infantil. Necesita comprenderse, aclarar sus dudas sobre sus aptitudes y tomar decisiones.

El adolescente busca integrarse en un grupo de iguales (la pandilla) al margen de su familia nuclear, para poder compararse con los de su edad y decidir cómo quiere ser y qué cosas quiere superar. Aunque la familia siempre será un referente para el adolescente, pasa a un segundo plano, convirtiéndose la pandilla en el soporte más importante. Así construyen una escala de valores propia, donde conviven valores familiares con otros que añaden de su grupo de pares.

En la adolescencia la identidad es experimental. El/la joven intenta ajustar lo que piensa que es y ha conseguido con lo que piensa que los demás ven y esperan de él/ella. En el desarrollo de la identidad influyen tanto factores individuales (genéticos y psicológicos) como ambientales, donde el adolescente cuestiona todas las creencias sociales, morales y políticas de su cultura buscando una definición personalizada de lo que significa ser humano. Esta definición se basa en la necesidad de parecerse lo suficiente a un grupo de personas para ser aceptado, y al mismo tiempo la necesidad de ser distinto, con sentimientos y valores propios, con el deseo de aportar un sentido de vida único.

Los estatus de identidad de Marcia

El psicólogo James E. Marcia introduce cuatro estatus de identidad en función del grado de exploración y compromiso que tenga el adolescente durante su proceso de construcción de la identidad (Marcia y cols., 1993):

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Identidad difusa: en este estatus el adolescente no ha explorado entre diferentes alternativas para encontrar una identidad, ni se ha comprometido con ninguna ocupación vocacional ni con un sistema de creencias (ideología).

Identidad hipotecada: el adolescente con esta identidad ha asumido un compromiso sin búsqueda o exploración significativa, adoptando los roles y valores aprendidos durante su infancia (generalmente de los padres). Es decir, no ha experimentado ninguna crisis de identidad.

– Identidad moratoria: en este caso el adolescente explora de forma activa buscando su identidad, pero sin adquirir compromisos claros. Necesita tiempo para encontrar unos roles sociales aceptables, así como rebelarse y cuestionar los valores familiares para no sentir que tiene una identidad hipotecada. Esta fase se caracteriza por continuas crisis y suele ser previa a la identidad alcanzada.

– Identidad alcanzada: cuando el adolescente ha superado la fase moratoria con sus crisis y finalizado el período de exploración, y además asume una serie de compromisos más o menos firmes y estables, logra una identidad madura, individual y coherente.

Según diversos autores la identidad no se forma necesariamente mediante una secuencia temporal de transiciones o etapas fijas, ni tampoco hay una meta final. Parece que construimos nuestra identidad personal a distintos ritmos en los diferentes contextos: los interpersonales (relaciones familiares e íntimas) y los ideológicos (política, religión, profesión).

Haber desarrollado una identidad profesional muy avanzada no equivale a tener el mismo desarrollo en las relaciones personales, por ejemplo.

Además, en la sociedad occidental, la superación de la adolescencia no tiene un límite preciso; se refiere sobre todo al momento en que una persona asume sus propias responsabilidades sociales, acepta su rol profesional e interactúa de forma madura con sus vecinos.

La identidad se construye en el encuentro con el otro

La identidad no se puede desarrollar sin la mirada del semejante, sin el encuentro con los demás. Mi identidad está influida por los que me rodean a la vez que yo influyo en su identidad. Se alimenta tanto de la opinión que tenemos sobre nosotros mismos como de la opinión que los demás tienen de nosotros. Los demás me definen y yo me defino con relación a los demás.

Las personas que han establecido su identidad de forma más estable y madura se adaptan mejor a las diferentes situaciones sociales, se relacionan más fácilmente con los demás y poseen una mayor confianza en sí mismas. Sin embargo la identidad no se asienta de forma definitiva jamás, siempre cabe la posibilidad de experimentar crisis de identidad en la edad adulta.

El autoconcepto se actualiza permanentemente a través de la experiencia o el estudio. Nos transformamos con el tiempo. Cambiamos la etiqueta de novato a veterano, de trabajador a parado, de casado a separado, de activo a jubilado. La identidad es dinámica, en evolución permanente, pero emocionalmente nos seguimos sintiendo los mismos a través de los continuos cambios, relacionando lo nuevo con lo antiguo.

La identidad significa un enfoque existencial privado, una estructura interna de autopercepciones, capacidades y necesidades. Nos proporciona el sentimiento de encajar en el mundo social, de pertenecer al grupo. Y nos da razones para actuar.

Mi identidad es la reflexión sobre mi propia secuencia temporal y lo que me distingue de los demás, una narrativa personal que construye mi realidad. Es el sentido esencial de mí mismo, mis valores fundamentales y mis objetivos en la vida. Es el sentimiento de ser alguien original e irrepetible.

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Autor: Iñaki Kabato (colaborador de nuestro blog)

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